Ecos del fuego

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Un fragmento exclusivo de la novela romántica Ecos del fuego, la sexta obra de la escritora Laura G. Miranda, publicada por el sello VeRa de la Editorial V&R.

Caer, levantarse, perder, pensar, andar en bicicleta, comprender, soltar, pintar un cuadro, ayudar, sumergirse en la música. Ir adonde no estaba y quedarse en el lugar del que había partido. Leer a Hemingway… Imaginar las respuestas que no tenía y de tanto hacerlo, perderse.

Renacer como si fuera posible escapar del dolor al sentir el cansancio de pedalear hacia ninguna parte. ¿Cómo podría recuperar el tiempo perdido en idear malogrados planes? ¿Por qué la vida tenía el poder de desintegrarse en una realidad inesperada, en un amor imposible, en el sinsabor de una estocada en el centro del alma? ¿Existía un destino que juntara las partes rotas de su vida y pudiera unirlas sin huellas? Deseaba que algo así la sorprendiera.

Delante del atril donde había comenzado a pintar la fatídica tarde que Notre Dame se incendiaba, le daba paso a un enorme sentimiento. ¿Cómo pintar solo dos palabras? “Te extraño”. De pronto, supo que su modo de echar de menos era de color azul. 

Su habitación era también el taller que no tenía, porque todo estaba allí. Sus sentidos lo sabían y lo disfrutaban, no era solo el lienzo, era el escenario que la abrazaba en ese momento. Paradójicamente, sumergida en su desorden, se acomodaba emocionalmente por breves lapsos de tiempo. Casi siempre descalza. 

Elina reaccionó cuando escuchó un ruido en la ventana. Miró y lo vio. No pudo evitar salir del hechizo de creación y sonreír. Un gato parecía querer entrar. Se afilaba las garras contra el vidrio. Recordó el cuento Gato bajo la lluvia. Había sol, pero sintió las mismas ganas de protegerlo que la protagonista de Hemingway. Abrió la ventana y el felino ingresó de un salto desde el techo del vecino y tiró el atril al suelo. 

—¡Ey, amigo, vaya forma de entrar a mi vida! —El animal ronroneó como si estuviera respondiendo—. ¿De quién eres? —dijo—. Tienes identificación. 

Elina tomó al gato entre sus brazos. Tenía un collar azul brillante y una medallita con forma de pez. De un lado había un número de teléfono y del otro decía: “Batman”.

—Hola —atendió una agradable voz masculina—. ¿En qué puedo ayudarle? 

—Hola… Creo que yo puedo ayudarlo a usted. Batman irrumpió en mi habitación y, aunque me lo quedaría sin pensarlo, él… bueno, tiene una identificación con este número. 

—¡¿Batman?! Discúlpeme. Debe habérsele escapado a mi hijo. ¿Dónde vive? Iré por él.

—No hay prisa, está bebiendo leche y no parece incómodo —dijo con simpatía después de haberle dado su dirección—. Estamos a pocas cuadras de distancia. 

—Enseguida voy para allá. Mi nombre es Lisandro. 

—Elina, soy Elina Fablet. Lo espero.

Un rato después sonaba el timbre. Ita bajó las escaleras y abrió la puerta. 

—Hola. ¿Es usted Elina? Vengo a buscar a Batman —dijo amablemente. 

—Joven, me han pasado muchas cosas en mis ochenta años, pero tener a Batman en mi casa no ha sido una de ellas —respondió con humor—. Elina es mi nieta. Pase, está arriba.

Bernarda no sabía quién era ni por qué estaba allí, solo miró su mano y no vio alianza. ¿Por qué había mirado eso? Ella no era una vieja celestina. Batman dormía en el sofá, justo al lado del atril, como si fuera suyo. Elina seguía pintando. Lisandro la observó de espaldas. No era demasiado alta, vestía un jean manchado con pinturas de colores y una camisa blanca suelta que no dejaba ver la forma real de su cuerpo. Su cabello estaba recogido en un rodete improvisado con un broche negro que intentaba sujetar una catarata de rizos rebeldes. 

—Elina, te buscan —alertó la abuela. 

Entonces ella giró. Cuando Lisandro la miró a los ojos y la vio sonreír, salió el sol más desordenado del mundo a iluminar ese espacio pequeño y lleno de cosas que obstaculizaban todo. Sintió que no podía definir el color de la energía que irradiaba, era tan diferente como ella. 

—¡Hola! A Batman le gusta mi compañía, el arte y el desorden —dijo mirando al gato que seguía durmiendo. 

Elina dejó los pinceles y, luego de limpiarse, tomó a Batman en sus brazos y se lo entregó al dueño. Sus manos se rozaron y la energía que los recorrió hizo que se miraran a los ojos al mismo tiempo. 

Dicen que los gatos poseen una conexión con el mundo mágico, invisible. Que nunca llegan de casualidad a un lugar. 

Laura G. Miranda
Logró un estilo propio dentro de la novela romántica contemporánea. Vive con su familia y sus mascotas, en la ciudad de Mar del Plata. Es abogada y docente. Obtuvo premios nacionales e internacionales como poeta y narradora. En 2019 publicó Volver a mí (VeRa), que se convirtió en un best seller en Argentina y México. En enero de 2020, VeRa relanzó su novela del año 2015 en una edición de lujo con el título Después del abismo. Y en abril publicó Ecos del fuego, su sexta novela, cuyo lanzamiento previsto para la Feria Internacional del Libro Buenos Aires se suspendió a causa de la pandemia mundial y fue presentada por un Live de Instagram el 12 de abril del mismo año.