#UnaLucrecia

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Un fragmento exclusivo de #UnaLucrecia, la última novela de la escritora Mariela Giménez, publicada por el sello VeRa de la Editorial V&R.

Adelante, señora Echagüe. Lamento si le causé algún inconveniente al hacerla venir —dijo Micaela, la encargada del gabinete de Psicopedagogía.

Había logrado engañarme, consiguió hacerme acudir como si se tratara de una urgencia. Siempre me las arreglaba para eludir las reuniones de padres. 

—Gracias por venir. —Sonrió. Le devolví el gesto con una mueca forzada—. Alejo está bien. Ama columpiarse y no mide su fuerza.

—Los niños no miden el riesgo, lo sé —murmuré—. Aunque le pediría que trataran de estar un poco más atentos. Esta vez no fue grave, pero podría haber sido.

—Por supuesto que sí, señora Echagüe. Haremos todo cuanto esté a nuestro alcance para que esto no se repita. —Se reclinó en su silla y cruzó las piernas—. En realidad, quería tratar con usted otro tema. ¿Le molesta si la tuteo?

—No.

—De acuerdo. Tenemos casi la misma edad, es extraño tratarte con tanta distancia. —Sonrió, otra vez. Me quedé callada y me crucé de brazos. ¿Esperaba que acotara algo?—. Como te dije, la caída de Alejo no fue tan grave. Lo que me preocupa, y mucho, es la forma en que reaccionó.

—¿De qué forma reaccionó?

—Lloraba desconsoladamente, Lucrecia. No podíamos calmarlo.

—Suele reaccionar así cuando está asustado… Seguramente fue a causa de la caída. No sé tú, pero yo me hubiera asustado también. 

—Quizás me expresé mal. No estaba asustado, estaba aterrado —se corrigió—. Le aterraba que su padre se enterara de lo sucedido.

Mi corazón se detuvo por un par de latidos. Apenas pude sofocar la angustia que pujaba por emerger de mi interior. Sentí que la sangre se escapaba de mi rostro y me dejaba fría, casi muerta… pero ni siquiera pestañeé. Fingí. Como siempre.

—Lamento mucho escuchar eso, pero lo comprendo. Mi esposo tiende a reaccionar de forma exagerada —admití a medias. Micaela me miró con desconfianza.

—Lucrecia…

No me gustó la forma en la que dijo mi nombre ni la forma en que se adelantó para apoyar los codos sobre el escritorio. Micaela ya no estaba cómoda, todo su cuerpo estaba en tensión. Sus ojos, fijos en los míos, estudiaban mi rostro como si pudieran encontrar algo allí.

—Alejo es un niño increíble. Muy inteligente y muy cariñoso. Su maestra lo adora, todas lo adoramos. Se nota que lo cuidas con mucha dedicación. Te ama, Lucrecia. ¡Tanto! 

Con cada palabra que salía de su boca, mi visión se nublaba un poco más. Alejo era el único por quien mis estudiadas fachadas se venían abajo.

—Además de inteligente y cariñoso, es transparente. Completamente honesto con sus emociones. La mayoría de los chicos a esta edad son así, pero él es diferente. ¡El terror que vi en su carita hoy, Lucrecia!, fue lo más honesto que vi en mi vida. Le tiene miedo a su papá. Teme que se enoje, pero no con él, sino contigo.

La primera lágrima resbaló por mi mejilla, y al sentir su calor, la detuve de inmediato. Micaela empujó una cajita de pañuelos descartables en mi dirección, pero permanecí con los brazos cruzados. No podía moverme, me sentía atrapada.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? —preguntó, con dulzura extrema. Y la odié. La odié por tenerme lástima. La odié por exponerme de esa manera—. Lucrecia, no estás sola.

Quise reírme. A carcajadas. ¿De dónde sacó esa frase? ¿Del reverso de un calendario? ¡Ella no tenía idea de lo que era mi vida! Era yo quien recibía los insultos, los golpes, era la bolsa de residuos en la que mi esposo depositaba toda su basura personal. Yo sola. 

—Ocúpate de tu trabajo y yo me ocuparé del mío, que es cuidar de mi hijo. Lo que dices es cierto, no voy a negarlo… Mi esposo y yo tenemos problemas, pero no necesito tu ayuda. Ni la de nadie más. Puedo manejarlo.

—Mi trabajo es estar atenta a la aparición de cualquier signo de alarma en nuestros niños. Su reacción es una alarma que no puedo ignorar.

—Escucha, Micaela. No sé por quién me tomas, pero quiero dejarte algo en claro. —Me adelanté en mi silla—. Daría mi vida por mi hijo. Mataría por él. Y jamás, ¿me oyes?, ¡jamás permitiría que algo malo le pasase!

—Lucrecia, ¿no lo ves? —Su mirada recrudeció—. A Alejo ya le está pasando algo malo.

Mariela Giménez 

Es psicóloga y escritora. En 2012, publica Azabache, el color de la pasión; trilogía que completa con Esmeralda, el color de la obsesión y Ámbar, el color de la mentira. Luego publica Entre luces y sombras (2014) y Primaveras para Elías (2015). Participa además de la antología Ay, amor. Diez historias para enamorarte. En 2017, comprometida con la cuestión de género, impulsa y convoca a la experiencia literaria de #UnaLucrecia. En 2019 publica Entre senderos de lavanda, una invitación a descubrir la esencia del ser en el encuentro con el otro. Hoy, #UnaLucrecia regresa renovada, comprometida una vez más, aportando una mirada reflexiva y personal acerca de la violencia de género.

#UnaLucrecia – VeRa