Cuarentena en familia

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¿Cambiaron los roles familiares en este período de convivencia a tiempo completo? Testimonios de quienes pudieron sobrellevarla y la opinión de especialistas.

Este último año y medio de convivencia permanente bajo el mismo techo trastocó la vida de todas las familias. Tanto que casi parece un recuerdo lejano la costumbre de salir a la mañana a realizar todas las actividades fuera de casa y volver a verse recién a la hora de la cena. En este lapso, además, el confinamiento obligó a repartir tareas para mantener el hogar limpio y en funcionamiento, a falta de ayuda externa.

“Las familias que pudieron adaptarse mejor fueron las más flexibles, las que tenían los roles y las obligaciones mejor distribuidos y más compartidos entre sus integrantes: aquellas en las que todos pueden hacer casi de todo. A la inversa, los grupos familiares más rígidos y con roles estereotipados suelen tener muchos más inconvenientes”, asegura la psicóloga Esther De Castro, especialista y docente de posgrado en clínica sistémica, parejas y familia. Además, advierte que puertas adentro “se reproduce la estigmatización social respecto de qué tareas de la casa les corresponden a los varones o a las mujeres”. Y que incluso se tiende a discriminar entre los miembros de la familia que pueden y los que no pueden hacer determinadas tareas, ya sea porque no saben o no les salen bien. “Entonces se recae en fórmulas poco constructivas, como decir ‘Dejame a mí, que lo hago más rápido’”, concluye. 

Además, explica que las familias que antes funcionaban en forma solidaria “pudieron enfrentar las dificultades con mayor cohesión, mientras que en los grupos familiares menos colaborativos surgieron actitudes egoístas y competitivas que muchas veces generaron conflictos”. Del mismo modo, las familias que antes de la pandemia “podían manejar sus diferencias a través del diálogo, fueron las que mejor se adaptaron a la nueva realidad, mientras que los grupos familiares atravesados por desavenencias suelen ser incapaces de llegar a acuerdos, porque cada uno solo quiere imponer su postura, y así generan más enfrentamientos de lo que ya tenían”.

Un ejemplo de buena adaptación parece ser el de los abogados porteños Nicolás y Florencia, que comparten su estudio profesional y conforman una “familia ensamblada” junto a sus dos hijos de parejas anteriores: Juan y Tomás, ambos de 22 años. “Al estar todos juntos y sin ayuda externa, necesariamente hubo que repartir las tareas –cuenta Florencia–. Por ejemplo, nuestros hijos empezaron a hacer las compras, mientras que antes las hacíamos mi marido o yo. Cocinar es algo que se repartió entre todos, y el que menos sabía tuvo que aprender. También la limpieza y el orden de la casa son tareas bastante compartidas y, por supuesto, cada uno tiene que ocuparse de su habitación”, asegura. Eso sí: admite que en todo este año y medio jamás se planchó ropa.

También cuenta que en su familia los hijos sufrieron más la cuarentena que ella y su marido. “El encierro los pone de muy mal humor. Hubo momentos en que no se soportaban el uno al otro, discutían por cualquier cosa o se contestaban mal, algo que no había ocurrido nunca”. Entonces apostaron al diálogo entre los cuatro para apaciguar los ánimos, hasta que los dos jóvenes encontraron por sí mismos una solución: pedirle al encargado del edificio la llave de la azotea para subir allí todos los días a tomar mate juntos y distenderse. 

A su vez, la psicóloga Patricia Kulszon, también especializada en familia y pareja, arriesga que, quizás, “la realidad inexorable de tener que convivir todo el tiempo vino a poner en evidencia que era necesario cambiar la dinámica familiar”, y que esto puede ser tomado como una oportunidad. Por ejemplo, observa que en muchos casos “las parejas aprendieron a repartirse más equitativamente las tareas, los hombres incursionaron en la cocina y los adolescentes y los chicos ayudaron a los mayores en el manejo de la tecnología”. A pesar de advertir que no en todos los hogares ocurrió así, y que muchos no toleraron que se trastocaran ciertos roles, la especialista observa que los más jóvenes “viven con mayor naturalidad esta forma de convivencia en la que todos comparten los quehaceres de la casa sin vincularlos a estigmas de lo femenino y lo masculino”.

También hay grupos familiares que encontraron espontáneamente la forma de tramitar la mala onda. “En nuestro caso, cada uno la pasó mejor o peor a causa de su propia situación con el trabajo o el estudio, pero la convivencia y el reparto de tareas se dieron naturalmente y sin conflictos”, comenta Pedro, ebanista, casado con Ana, psicóloga, y con dos hijos estudiantes universitarios, Ezequiel y Aylén. Por lo pronto, Ana debió olvidarse de su consultorio para aprender a atender a sus pacientes en forma virtual desde una habitación con su familia del otro lado de la puerta. A su vez, Aylén cursó en 2021 el segundo año de la carrera de Letras sin haber tenido hasta ahora ni una sola clase presencial ni contacto con otros estudiantes. 

En cambio, Ezequiel, ya cerca de graduarse en Ciencias de la Computación, se las arregló mejor para verse con sus compañeros, cuidando los protocolos: “Fue el menos afectado”, opina su padre. Y Pedro mismo casi no ejerció su oficio durante más de un año, ya que no podía entrar a las casas a instalar muebles a medida ya terminados: “Tuve que tomarlo con filosofía, usar el tiempo libre para hacer largas caminatas por el barrio y tratar de no contaminar el aire del hogar”. 

UNICEF PRENDE LA ALARMA

La última encuesta de Unicef Argentina acerca del impacto de la segunda ola de la pandemia de COVID-19 arroja datos alarmantes. Por ejemplo, que el 54 por ciento de las madres tiene una sobrecarga de tareas entre el hogar y la crianza. Además, crecieron las dificultades en las casas cuando los adultos salen a trabajar, porque el 10 por ciento de los hijos deben quedarse solos y además a cargo de uno o más hermanos.