Shi De Yang:
Una vida hecha de agua y fuego

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Es uno de los maestros budistas referentes de la cultura shaolin, basada en la meditación y las artes marciales, y que cuenta con escuelas alrededor del mundo.

Por: Gustavo Ng
Foto: Hernán Terrizzano

Me considero muy afortunado por ser un monje”, dijo Shi De Yang, de visita en Buenos Aires en ocasión del IIº Festival Shaolin de Sudamérica. “Se me ha consagrado maestro, pero soy apenas un principiante, como un niño de jardín de infantes. ¡Qué soy yo, en la historia de un templo de 1500 años!”.

Uno de los chicos que sigue con atención sus palabras seguramente tiene, en su habitación, una foto del monje en China, vestido con la misma túnica anaranjada, pelado y con una mirada gentil por fuera y de fuego negro por dentro. En esa misma habitación, 40 años antes, quizás su papá también tenía colgado el póster de un monje, igual de pelado, con un atuendo parecido, pero más que chino, poniendo cara de chino. Era David Carradine, el Kwai Chang Caine de la serie Kung-Fu.

Shi De Yang es un monje del templo Shaolin, creado en el año 496 de nuestra era. Allí se cultivaron largamente la meditación y los ejercicios físicos que los monjes adaptaron para la defensa del templo. En 1928, el Kuomintang hizo arder el lugar durante 40 días y la revolución cultural de los años 60 destruyó los libros, las pinturas y las reliquias que habían sobrevivido, y encarceló monjes. Fue en esos años de oprobio en que nació Shi De Yang. Cuando él vio la luz, el templo estaba reducido a la oscuridad. Pero China sabe conservarse, y de los cimientos carbonizados rebrotó el templo Shaolin, y con ellos, Shi De Yang, quien no proviniendo de familia budista, creció escuchando historias del legendario monasterio y sus monjes guerreros. Ambicioso e intrépido, quiso ser parte de una leyenda, insistió hasta que sus padres accedieron a que entrara en el templo y, una vez dentro, a fuerza de años de meditación y entrenamiento en el kung-fu, se convirtió en leyenda.
“La meditación es tan importante como la práctica del kung-fu. No son actividades incongruentes, sino que se complementan. La vida shaolin está hecha de agua y fuego”, le dice a Convivimos, mientras en China sus discípulos aseguran que corre al amanecer cargado de un peso imposible de llevar, sube los cerros dando saltos o se retira a una montaña a meditar durante un mes en soledad, casi sin comida.

Como budista, Shi De Yang sabe que después de esta vida volverá a vivir. “Medito para encontrar la armonía que llevo dentro. La meditación enseña a no tener miedo a la muerte –dice con calma y con energía–. Vivo mi vida tomando en cuenta que renaceré en otro ser. Es algo natural, como cuando sale el sol”.

Hace unos 20 años, las autoridades del monasterio decidieron que otros lugares del mundo se habían convertido en tierra fértil para recibir la cultura shaolin. Había llegado el momento de que algunos de los monjes dispersaran su sabiduría, y Shi De Yang fue uno de los elegidos.

“A la gente de todo el mundo le gusta lo que emite el tempo Shaolin, porque es el producto de muchos siglos de cultivo. En Buenos Aires me gustó el Café Tortoni; nuestro templo es un Café Tortoni de 1500 años”, explica Shi De Yang. Inició su camino de enseñanza por Italia, Suiza, España, Hungría, México, Estados Unidos, Inglaterra, Canadá. Ya estuvo cuatro veces en Sudamérica, visitando Chile, Perú, Bolivia, Uruguay y Argentina. En cada uno de estos países ha hecho pie en una escuela; la de Argentina es la Shaolin Quan Fa Guan, dirigida por la pareja de Daniel Vera y Yamila Melillo, para dejar claro que el shaolin puede adaptarse a los tiempos que corren sin romperse.

Sobre su estrategia para la transmisión de las artes shaolin, confiesa: “No recibo órdenes, simplemente sigo la inspiración que me llega mientras medito. Es como ir probando qué comida te gusta. Comés lo que te gusta, y así va haciéndose un camino”.
En un plano terrenal, indica que “la expansión de las artes shaolin tiene lugar en el contexto de la China de hoy, que hace esfuerzos por darse a conocer. En el marco de esa política, la nación ayuda al templo Shaolin”.

“Pueden ustedes pensar en el templo Shaolin como en una jarra –les dijo a sus discípulos argentinos–. Durante quince siglos el templo estuvo activo, con momentos luminosos y otros oscuros, pero siempre hubo monjes rezando, estudiando y practicando kung-fu. Todos estos siglos, la jarra que ha sido el templo Shaolin se fue llenando de agua. ¿Por qué vine a este país? Porque la jarra derrama su agua. Es mi función derramar hasta este lejano país”.

Alguien le pregunta a Shi De Yang si la serie Kung-Fu ha sido parte de la difusión. El maestro sonríe y dice con humildad: “Agradecemos a las películas sobre kung-fu que hayan ayudado en la difusión de lo que tenemos para ofrecer, pero no debe perderse de vista que están basadas en la fantasía. El templo Shaolin es real”.