Sophya Acosta: La luz como inspiración

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Es una de las cuarenta profesionales de la iluminación más destacadas a nivel mundial. Con estudio en Barcelona, trabaja con compañías teatrales europeas y argentinas.

En San Miguel de Tucumán, a los cinco años, Sofía fue con su familia a ver La casa de Bernarda Alba, donde actuaba su madrina, Eliana. Quedó deslumbrada, pero no por lo que ocurría en primer plano, sino por los engranajes que hacían posible que aquella máquina artística funcionara: una puerta que se abría y se cerraba sola disparó la necesidad: “Cuando sea grande, quiero crear magia como esa”, pensó.

La orientación artística de la escuela que eligieron sus padres permitió el desarrollo de aquellas inquietudes y otras más. “Hice de todo. Fui a clases de ballet, a la escuela de música, a una profe particular de matemáticas porque quería participar de las olimpíadas, a teatro, a hacer escultura, a clases de pintura y grabados. En mi casa no hacía falta que me dijeran ‘Sofi, tenés que hacer algo’. Más bien me decían ‘Sofi, no podés hacer todo’”, recuerda.

La luz estuvo siempre como un elemento de composición: en la escuela creó estructuras que simulaban agua gracias al efecto creado con leds y vidrio, y también elaboró luces junto a su padre con latas de tomate y filtros de acetato para una obra de teatro. En una revista, leyó una entrevista a Eli Sirlin, que hablaba sobre la luz en la danza, y la idea quedó resonando en su cabeza. Años después, trabajaron juntas.

Leyendo el programa de la Licenciatura en Diseño de Iluminación de Espectáculos, ya en Buenos Aires, supo que eso era lo suyo: “En el primer cuatrimestre tenía Electrotecnia, Física de la luz e Historia del arte. Dije ‘Ya está, esta soy yo’. Cuando fui creciendo, me di cuenta de que lo artístico, para mí, era muy importante en su relación con lo científico”, explica.

En su profesión confluyen, de acuerdo con su criterio, el ojo artístico, la pasión creativa y el placer por los fenómenos científicos, que se conecta con el hambre de investigación conceptual: “Al crear con luz, la relación con el aparato que produce luz es intensa. En una escultura, uno termina de esculpir y puede dejar los cinceles. Cuando estás trabajando con luz, necesitás constantemente que el aparato siga produciéndola para que exista la obra. Muchas veces pasa que el aparato que produce la luz que yo tengo en mi cabeza no existe, entonces lo tengo que inventar”.

A grandes rasgos, hay dos vertientes principales donde desarrolla su arte: una es como parte de una obra en la que la luz es solo un elemento más y, como tal, se mantiene en un segundo plano que posibilita la comprensión y el disfrute de la propuesta en general, sin quitar atención al foco principal. La otra es en propuestas que tienen la luz como eje conductor de la narración, con un espacio lumínico que envuelve al espectador.

“Me gustan las dos, porque cada tipo de proyecto me permite explorar cosas diferentes. A veces tengo ganas de jugar con la luz y con texturas en relación con cuerpos en escena, y entonces formar parte del engranaje teatral me permite explorar eso en concreto. Otras veces, quiero crear una pieza de light art y que la luz sea la protagonista, entonces tengo momentos de introspección y de creación en solitario. Pero en general, y sobre todo desde que trabajo con mi estudio, algo que me mueve mucho en los últimos cinco años es la creación colectiva”, analiza.

En ese sentido, creó la pieza Siete Puertas, con la que obtuvo el premio estímulo del Concurso para Artistas Jóvenes AJÁ!, del Museo Urbano Poggi, de Rafaela, en 2018. Como parte de una estructura mayor, trabajó ocho meses en altamar junto al Cirque du Soleil en 2019.

En el camino, comenzó a usar el nombre “Sophya”, el que habían querido ponerle sus padres, pero no pudieron. Aunque suene igual, el cambio en la grafía no es un detalle menor para ella: “Mi tía es doctora en filosofía, y parte de sus estudios fueron sobre cómo la forma de pronunciación de las palabras influye en cómo se desarrolla el pensamiento, y sobre todo el pensamiento filosófico de Grecia. En su teoría, ‘Sofia’, con efe, no terminaba de ser el fonema que representaba a la sabiduría en griego antiguo. Cuando soy Sophya, mi nombre artístico, me suele suceder que me siento más cómoda, más ligera para crear, más dispuesta a la tarea”, revela.

Una beca del Institut del Teatre la llevó a Barcelona, en principio, por seis meses. Allí encontró espacio para el crecimiento del estudio que lleva adelante junto a Luciana Supicich. Trabajan junto a compañías teatrales en Europa y en la Argentina, y su tarea le permitió ser una de las ganadoras del premio 40 Under 40, que reconoce a diseñadores y diseñadoras de iluminación de todo el mundo.