Adelia Setto: El poder de la resiliencia

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Adelia Setto fue una de las fundadoras del primer centro de resiliencia del interior del país. “La resiliencia no es un culto al sufrimiento, es el cultivo del potencial”, asegura.

Foto: Sebastián Salguero

Hay varias definiciones de ‘resiliencia’. A mí me gusta decir que es la capacidad de pasar por la adversidad sin perder la esencia”. La conceptualización es de Adelia María Setto, cordobesa, comunicadora social, artista plástica y directora durante más de 18 años de la Fundación Añil, el primer centro de resiliencia del interior del país, por el que han pasado cientos de niños, niñas y adolescentes con dificultades, para generar fortalezas desde el descubrimiento de su potencial. 

Adelia es, además, una persona resiliente. Desde niña presentó una escoliosis severa que la obligó a permanecer enyesada mucho tiempo, lo que la llevó a diseñar estrategias propias y creativas para salir adelante. 

Su experiencia personal fue fundamental para, años después, comprender a los niños que llegaban a la fundación con necesidad de acompañamiento en distintos procesos quirúrgicos, con cáncer, víctimas de maltrato o con diferencias físicas notables.

“Con mi columna operada a los 12 años y casi tres años de yeso desde la pelvis hasta el mentón aguanté mucho calor y sufrimiento cada vez que me cambiaban el yeso estirándome en una cama especial, para que creciera. Sin embargo, los cortos períodos entre yeso y yeso eran una fiesta de la que nadie me privaba”, relata Adelia. Salía con su madre a comprar ropa para disfrutar aunque fueran unos días y jugaba con sus amigas. “Una se acostumbra a que al pasar alguien balbucee ‘pobrecita’. De hecho, el ansia de juego y de diversión lo compensaba todo. Y eso sucedía porque desde aquella infancia difícil estaba rodeada de personas amorosas que me prodigaban amor y me facilitaban las herramientas”, piensa Setto.

Es resiliente desde siempre, porque su entusiasmo por vivir fue alentado y ayudado. “Nadie que ha salido de una situación de adversidad lo hizo solo”, remarca.

La operaron dos veces para fijar las vértebras, en una cirugía inédita en Córdoba. “No existían las barras de titanio, así que me practicaron una artrodesis que fijó, con mis mismos elementos óseos, vértebra por vértebra. De esa manera lograron detener la curva todo lo posible”, explica Adelia.

Después de la última intervención y sin yeso, su columna no le impidió nada. Vivió su adolescencia feliz, sin dolor, y luego ingresó a la facultad y viajó por el mundo. Se recibió de comunicadora y de profesora de francés, pintaba y entró a trabajar en un diario. “Un día, después de un largo tiempo de ser colaboradora, quise entrar en la planta permanente y se me dijo que era imposible por la radiografía de mi columna operada”, cuenta. Fue un momento doloroso.

“Hay quienes distorsionan el sentido de la resiliencia diciendo que del dolor se aprende. El dolor, como dice [el neurólogo y psiquiatra francés] Boris Cyrulnik, es un fango helado, apunta.

En ese momento se calló, como cada vez que le acontecía una tragedia. Después he visto a tantos niños y niñas callar frente al dolor, y yo sabía que no había que forzarlos a estar bien, sino contraponer alguna situación que neutralizara”, comparte.

En su caso, el alejamiento del diario lo neutralizó un gesto de quien era su marido que le regaló un tablero de dibujo y le dijo ¡Pintá!. Y así lo hizo, comenzando una carrera como artista plástica humanista.

Pintaba, exponía, daba clases y le iba bien, pero no le alcanzaba. En 1994 regresó a la villa jesuítica en Italia donde había vivido, que en ese momento albergaba a bosnios refugiados de la guerra. Algo golpeó fuerte mi necesidad de dedicarme a la ayuda”, relata.

En 2001 fundó, junto con otras profesionales, la Fundación Añil, que buscaba fortalecer los mecanismos de protección que permiten transformar una situación de desventaja en una posibilidad y evitar el trauma después del trauma producido por la mirada social negativa.

“Fue una experiencia extraordinaria que nos llevó también a formar a docentes frente a estas situaciones, y también a capacitarlos para generar sus propias fortalezas”, apunta Adelia.

Setto piensa que Añil nació en el momento justo. “Hoy el concepto se distorsiona y hay que superar a tiempo la noción new age de que el dolor es una bendición, porque no es cierto. Tampoco lo es que todo individuo que se esfuerza gana la batalla, se necesitan personas ayudadoras en torno de cada ser lastimado”, sostiene.

La institución ya no existe como tal, pero pronto Adelia y otras colegas comenzarán a sentar las bases de un libro sobre la pedagogía Añil.