El último guardián del Antiguo Cairo

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Fragmento de la novela de Michael David Lukas, en la que conviven amores prohibidos, los enigmas del pasado y los desencuentros entre Oriente y Occidente, todo en el ambiente mágico y seductor del Antiguo Cairo.

Hace mucho, mucho tiempo, antes de Mubarak y la revolución, antes de Sadat y Begin, antes de Nasser, los Oficiales Libres y la Crisis de Suez, antes del canal de Suez, antes de Herzl, antes de Dreyfus, antes de Salomón Schechter y la Biblioteca de la Universidad de Cambridge, antes de Ismail Pasha y Muhammad Alí Pasha, antes de los británicos, los franceses, los otomanos, los mamelucos y los ayyubíes, antes de la Gran Peste y Saladino, antes de Maimónides el gran sabio –que su recuerdo sea una bendición–; nuestra historia comienza antes de todo esto, en el reino de al-Mustansir, cuando El Cairo no era una, sino dos ciudades, y los judíos tan solo una de las tribus que las habitaba.
Llegaba a su fin el verano del año 4800 de la creación, cuatro siglos antes de que Mahoma migrara a Medina y más de mil años después del nacimiento de Jesús. El Nilo había alcanzado su punto máximo de crecimiento unos días antes y el valle entero resplandecía de humedad brillante. Bajo la sombra púrpura de los vuelos rasantes de las cigüeñas, se mezclaba el golpe metálico de un herrero apurado con la llamada a oración y el aroma del pan horneándose. Esa mañana en particular había otro olor además, era algo penetrante y extraño al principio. Nadie podía nombrarlo hasta que, con los ojos empañados de sueño y sintiendo aún el calor del lecho, salía a encarar el día y veía el prolijo hilo de humo negro surgiendo de la sinagoga Ibn Ezra. En poco tiempo se congregó una muchedumbre en el gran patio de la sinagoga: mujeres y niños, tintoreros y sopladores de vidrio, farmacéuticos, cambistas y pescadores. Para la mayoría, era la primera vez que veían la sinagoga recién reconstruida. Aún sin terminar, aún sin ser consagrado por la oración y ya el bello edificio recién construido estaba ennegrecido por el fuego. Era algo terrible y, sin embargo, podría haber sido peor. Además del olor a humo en la sala de oración, el daño se limitaba a la sombra de hollín debajo del andamio donde había comenzado el fuego.
¿Quién haría algo así? Algunos miembros optimistas de la multitud creyeron ver signos de un accidente, algún carbón extraviado o un ama de casa torpe. Otros insistían en que se terminaría por concluir que era el trabajo de pequeños vándalos.

El último guardián del Antiguo Cairo Editorial Edhasa

Pero había quienes pensaban que era algo más siniestro: un recordatorio y al mismo tiempo un presagio de cosas por venir, aunque nadie necesitaba que le refrescaran la memoria. ¿Quién podía olvidar el reino de al-Hakim el Horrible? ¿Quién no temblaba al pensar en ese profeta falso amante de su hermana que había destruido casi una docena de sinagogas e iglesias, incluyendo la Ibn Ezra original? ¿Quién podía olvidar a aquel déspota odioso que había llegado incluso a prohibir la molokhia, esa planta de abundantes hojas verdes también llamada malva judía? Ya no estaba al-Hakim, muerto hacía casi veinte años, y el califa actual, al-Mutansir, había demostrado ser amigo de los judíos. Sin embargo, uno nunca sabía.
La discusión sobre el origen del fuego se prolongó un tiempo. Y durante todo ese rato, Alí ibn al-Marwani permaneció de pie al costado del gran patio, esperando un momento propicio para dar un paso al frente. Mientras jugaba con la manga de su túnica, trataba de recordar qué era lo que tenía que decir, a quién tenía que buscar.
Pero en el esfuerzo por recordar las instrucciones para llegar a la sinagoga –doblar a la derecha al llegar al viejo palacio, y luego a la izquierda en la iglesia Abu Serga– se había olvidado qué era lo que debía hacer una vez que llegara.
Eventualmente, a medida que la muchedumbre comenzó a dispersarse, alguien notó su presencia. De pronto, sintió cómo cambiaba el eje de la atención. Estaban hablando de él –un niño desconocido, con una túnica delgada de algodón y sandalias baratas, de no más de trece años– y, a medida que el murmullo de insinuaciones llegaba a punto de ebullición, se iba formando un círculo alrededor suyo. Por un momento, Alí quedó parado solo en el medio del patio. Luego un hombre joven dio un paso al frente y lo agarró del cuello de la túnica.

Michael David Lukas
Escritor estadounidense nacido en 1979. Se graduó en Brown University, escribe regularmente en The New York Times y en The Wall Street Journal, y actualmente trabaja en el Centro de Estudios del Medio Oriente, en UC Berkeley. Es autor de la exitosa novela The Oracle of Stamboul, que se tradujo a una docena de idiomas. El último guardián del Antiguo Cairo es su segunda novela.