Thelma Fardin: “Actuar fue siempre mi refugio”

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Actriz desde los seis años, se siente más asentada que nunca en una profesión que fue su refugio contra todas las tempestades. En paralelo, crece su rol como activista mientras prepara el lanzamiento de su propia fundación. 

Fotos: Nico Pérez

Estilismo: Brenda Teti

Una niña que vio cómo su mamá, con unos anteojos verdes gigantes y un guardapolvos, se convertía en algo diferente: un personaje que arrancaba sonrisas entre sus compañeritos de jardín; una nena que se encargaba de provocar esas sonrisas en los demás y no dejaba de sorprenderse de que otros la admiraran; una adolescente extasiada por conocer de cerca a sus propios ídolos, que a la vez eran ya colegas; una joven que, al cruzar el umbral de la adultez, el mismo día que cumplió 21 años, se animó a escribir “Actriz” en Migraciones por primera vez; una mujer en sus 30 que, con un cúmulo de experiencias de todo tipo, reafirma la certeza que apareció en aquella niña de que la actuación acompañaría siempre sus pasos.

Thelma Fardin experimenta una etapa de maduración en la que siente que su vocación maceró lo suficiente como para observarse a sí misma con menor rigor, sabiendo que habrá noches más o menos atinadas, pero que no habrá en juego nada que no pueda recuperar en la siguiente función. En lo personal, comienza a decantar todo aquello que removió públicamente hace cinco años, y hay allí una claridad nueva a través de la cual observar cómo sigue el camino. 

Cuando contó su verdad y dejó de escaparse de su propia historia, todo se sacudió. Afuera y adentro. “En ese silencio algo en mí estaba oprimido. Apareció la fortaleza y también la conciencia social. Las cosas no nos pasan de modo individual. Más allá de que es mi cuerpo y es mi psiquis la que atravesó esa situación, se enmarca en un contexto social en el que muchas personas son atravesadas por distintos modos de violencia. Ahora siento que apareció una veta en mi vida, que trato de complementar y unirla a la actriz sin que se lleve todo mi tiempo y mi energía. Me mueve algo muy grande”, afirma.

Los sacudones comenzaron desde muy chica, con una historia familiar turbulenta que la llevó de Bariloche a Buenos Aires y del confort de las necesidades cubiertas a la crudeza de las carencias. Allí aparecieron las historias como refugio. Las que leía en libros desde los cinco años, y las que interpretaba en cine y teatro desde los seis. “El primer recuerdo de mi vida es el de mi mamá actuando en mi jardín. Yo tenía el guardapolvo azul, cuadriculado, con mi nombre bordado. Vi lo que provocaba en los demás y quise eso. Podía ser otra. Actuar fue siempre mi refugio, sin dudas. Contar y leer historias. Cuando estoy muy agotada, me sumerjo en los libros y me voy un poco de esta realidad. La actuación es un lugar muy lúdico y me dio muchísimas satisfacciones desde que soy muy niña”, cuenta.

  • Trabajás desde los seis, ¿ya lo vivías como una profesión?

Siempre fui muy responsable. En parte, porque para dejarme ir los sábados a la escuela de teatro donde estaba becada, mi vieja me pedía que me fuera bien en el colegio. Era mi premio. Terminé el secundario con 9,33 de promedio. Esa cosa metodológica la adquirí de muy chica. Siempre llegaba al set con la letra impecablemente sabida, la estudiaba con mi mamá. El sentido de la responsabilidad estaba, tenía conciencia de que había otros trabajando, de que había un camarógrafo que se quería ir a su casa y yo no podía estar repitiendo ocho veces la escena.

  • Contaste en tu primer libro que notabas cómo tu mamá elaboraba estrategias para que no notaras las carencias económicas, ¿pensabas en eso también a la hora de trabajar?

Son cosas que más bien termino de comprender de grande. No hace mucho entendí qué movimientos realizaba ella para que yo no sintiera la carencia, como hacer caramelos con azúcar quemada y envolverlos en un celofán plateado, o mandarme a la escuela sola para ahorrar un pasaje de colectivo. Creo que me dio mucha capacidad de resolución, porque frente a los problemas cuenta con ese margen de creatividad que heredé de ella. Cuando pienso en tener hijos, digo que no quisiera que les falte nada, pero al mismo tiempo sé cuántas herramientas me dio a mí el hecho de que me faltaran cosas y tener que ser creativa para suplirlas, seguir adelante y que la vida igual sea divertida. 

  • No sentías, entonces, la carga de tener que ayudar con la economía familiar…

Cuando trabajaba en Sos mi vida, tenía acceso a un sueldo importante, de tele, y nos pudimos mudar a un lugar más cómodo. Pero me acuerdo de que me llamaron para una serie que no me terminaba de gustar y no la hice. No estaba condicionada a laburar por la guita. Más adelante pude contribuir más en ese sentido, pero no la ayudo solo yo a ella, sino que mi vieja también me ayuda a mí. Sin ella, no podría hacer ni la mitad de las cosas que hago. Es un ida y vuelta. Fue muy emocionante ver desde dónde salimos y hacia dónde llegamos en una construcción que hicimos juntas, con mucha complicidad.

  • En medio de toda esa responsabilidad, ¿qué lugar ocupaba el disfrute por tu profesión?

Mucho. Recién ahora, después de mucho tiempo, pude volver a ver cosas de Patito feo y me emocioné. Vi el nivel de felicidad que me producía actuar, subirme al escenario, hacer las giras. Era una locura ver a la gente en otras partes del mundo gritando nuestros nombres. No nos dejaba de sorprender. Cuando vino High School Musical a Buenos Aires, nosotras éramos fanáticas y nos dijeron que íbamos a ser teloneras. Estábamos en River, con 80 mil personas, y no lo podía creer.

  • El abuso que sufriste en Nicaragua, en plena gira, ocurre justamente en tu refugio, ¿lo pensaste también en ese sentido?

Sí, lo pienso mucho. Llegué a una conclusión muy dolorosa, y es que mi ambiente no me protegió. Mi pasión sí, porque el amor con el que hago mi trabajo es mi salvavidas. No así las personas adultas que estuvieron en aquel momento. Parte del medio no me cuidó a mis 16 años y, en muchos sentidos, me expulsó a mis 26, cuando denuncié. Para mí fue muy importante volver a conectar con todo lo hermoso que tuvo esa época y no con ese cierre trágico.

  • ¿Se vio afectado tu vínculo con la actuación en algún momento?

Solo en cuanto a pensar el medio donde moverme. Al cerrar aquella gira, mi abusador me dijo “Trabajo nunca te va a faltar. Donde vaya, venís conmigo”. Como respuesta inconsciente a eso, me corrí de la televisión, de la posibilidad de cruzármelo. Me fui a laburar a Uruguay y a Italia, me fui a vivir a España, después a México. Siempre extrañé mucho. Pero nunca me distancié de la actuación. No hay un momento de mi vida en el que no actuara o estudiara teatro.

Desde fines de mayo, y después de varios años, Thelma vuelve a protagonizar una obra en el teatro comercial. Integra uno de los cuatro elencos que llevan adelante Plagio, la nueva propuesta de José María Muscari. Junto a César Bordón, domingo a domingo dan vida a dos personajes con una relación tumultuosa. “Actuar para mí es como un ordenador. Es algo que hice toda mi vida. Hay algo ahí que me conecta mucho con mi deseo, con lo que me gusta hacer, con lo que me motiva. Subirme al escenario es un éxtasis total. Antes de hacerlo siento un nivel de vértigo altísimo, me cuestiono qué me llevó a ponerme en esa situación. Pero soy adicta a esa adrenalina. Antes me castigaba mucho cuando no me gustaba cómo me salía algo, pero ahora soy más amable conmigo misma. Me voy calmando, en general. Tengo la tranquilidad de que puede gustar más o menos mi manera de trabajar, pero este es mi mundo y estoy a la altura. Tengo ese sostén para bancarlo”, dice.

“El amor con el que hago mi trabajo es mi salvavidas”.

Este año, además de su actividad en teatro, Thelma estrenará una película que filmó el año pasado en la isla Martín García, bajo la dirección de Aníbal Garisto, con Mora Recalde, Nacho Quesada y Rafael Ferro como compañeros de elenco. También comenzará la escritura de su tercer libro, luego de El arte de no callar (publicado en 2019 con Editorial Planeta, es un recorrido por su vida en general y, en particular, lo relacionado a la denuncia pública que efectuó en diciembre de 2018) y Ausencias (poesías publicadas en 2022 con Editorial Sudestada).  

“En mi proceso de contacto con el feminismo, como siempre en mi vida, los libros fueron muy importantes. Siempre llevaba en la cartera uno de Belén López Peiró, Judith Butler, Paul Preciado (antes Beatriz). Mi nuevo libro surge de un planteo de la editorial de hablar más en profundidad sobre mi proceso de transformación de estos cinco años, el pasaje de víctima a referente. Quiero que sea un abrazo que alguien pueda llevar en su cartera para aferrarse en momentos de angustia”, explica.

  • ¿Cómo fue convertirse en referente?

Siempre tuve el impulso y la necesidad de involucrarme en cuestiones sociales, pero no encontraba el modo. Algo siempre me hizo ruido de que mi profesión fuera pura y exclusivamente la actuación, más allá de que la amo. Sentía que no era algo trascendente en la comunidad, que podía caer en lugares frívolos. Hacer la denuncia y meterme en este universo de la lucha colectiva me hizo entender también que no es así, y que la actuación tiene mucho de colectivo y sanador, de llegarles a las personas desde otro lugar. Y comencé a involucrarme, a estudiar, para defenderme mejor y para ayudar a gente que se acercó a mí.

  • Más allá de tu reclamo de justicia, que no es menor, parecería que una parte importante de la tarea ya está hecha: exponer algo y cambiar de canal en tu vida…

Sí. Es algo que me sigue sacudiendo, pero me gusta pensar que lo hago por mucha gente que no conozco. Quiero poder dejarles un mundo mejor a otras personas. Me mueve el amor por construir algo más sano para todos. El mes pasado fui a Washington a un encuentro de la OEA, este mes vuelvo con la Convención de Belem do Pará, de la que soy embajadora, en septiembre me voy a Bruselas a la Corte Europea. Poder estar metida en ese mundo desde este lugar y no desde el único lugar de dolor que se suele asignar a las víctimas para mí es muy reconfortante. 

LA FUNDACIÓN

Este año la Inspección General de Justicia aprobó los trámites para que la Fundación Thelma Fardin esté en condiciones de ver la luz. A raíz de la cantidad de casos con los que ella trabaja mano a mano, de forma voluntaria, surgió la necesidad de sistematizar la colaboración y crear una estructura que contenga y materialice el acompañamiento de un modo más efectivo y sólido.

“Me recibí de capacitadora de capacitadores en la Ley Micaela, y también estoy pensando en estudiar Derecho. Tengo un montón de expectativas en relación a lo que quiero abordar con la fundación, pero en principio vamos a lanzar una primera línea de trabajo respecto a que los abogados y las abogadas conozcan la jurisprudencia y leyes a nivel internacional, para empezar a generar conciencia en el ámbito judicial sobre cómo está fallando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Quiero que la fundación tenga asistencia a víctimas desde el plano psicológico, además. Vamos a ir lanzando las líneas de laburo en la medida en que podamos interactuar con otras fundaciones”, se entusiasma.

Agradecimiento: 

Hotel NH Collection

Buenos Aires Crillon 

Ropa: Ampi Vera y JT