HACIENDO MILONGA

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El nombre de su emprendimiento es el verbo que usa para describir en qué consiste: fabricar muñecos de figuras que nadie más haría, pero que todos quieren tener. Memes, famosos, bromas entre amigos y familiares, todo es material para crear.

Foto: Pato Pérez

A los nueve años le arrancó los brazos a un muñeco y se los cambió por los de otros: uno de un caballero del Zodíaco, otro de un personaje de Star Trek. La cabeza fue reemplazada por la del monstruo de Alien, y las piernas por las de Spawn. Así, por primera vez, tuvo en sus manos un muñeco único, de una estética alternativa y una construcción artesanal. Sería el germen de lo que hoy, más de 20 años después, hace para Milonga Customs, la pyme punk de muñecos que comenzó como un pasatiempo entre amigos y se convirtió en un trabajo tiempo completo.

“Está bueno caer a un lugar con algo que no tenga nadie, pero no tipo Quico, para presumirlo, sino para flashear porque es bizarro y feo”, dice Esteban Roconi, “Rocko”, uno de los fundadores de esta usina de creaciones donde se mezclan humor, memes, nostalgia y figuras de acción. En su mesa de trabajo se despliegan algunas joyas que sirven como muestra del catálogo amplio que manejan: el extraterrestre al que se le realizó una autopsia en el programa de Chiche Gelblung en los 90, Oscar Ruggeri, Bart Vader (un Bart Simpson tuneado como Darth Vader y con un mate en la mano, por la sencilla razón de que había uno a mano en un souvenir de recuerdo de un viaje), Ka-Ruso (algodón copando todo el espacio de la burbuja, aludiendo a la “venta de humo” de Ricardo Caruso Lombardi), La Fuerza de Star Wars (un blíster vacío, recurso también utilizado en los packs de la capa de Harry Potter y el avión invisible de la Mujer Maravilla).

El vínculo de Rocko con los juguetes siempre sucedió con el afán exploratorio como mediador. Lo que a ojos de un adulto podría verse como un niño destruyendo muñecos y autos en realidad era una pulsión creativa que no se conformaba con lo que ofrecían los fabricantes. Desde chico entendió que recibir como regalo un muñeco original implicaba la presión de cuidados extra de parte de los adultos, por lo que siempre prefirió tener juguetes más baratos, sobre los que no cayera una vigilancia tan intensa: “En lugar de recibir un muñeco por cien pesos, preferíamos con mi hermana que nos compraran dos de veinticinco para cada uno”, recuerda.

Recorriendo ferias y eventos donde se cruzó con otras personas de gustos similares, se hizo amigo de quienes más tarde serían sus socios en Milonga Customs. El proyecto estaba en su mente, pero recién terminó de tomar forma en 2016, cuando lo echaron de la juguetería donde trabajaba. Entre fernets y viendo un partido de la selección argentina, decidió, junto a Franco Cáceres, ponerse a “hacer milonga”. Ese verbo es el que resume, para ellos, su tarea. Es un juego, un trabajo y un arte, aunque Rocko esquive esa palabra: “En mi cabeza, el arte es otra cosa. Pienso en cuadros, cosas bien hechas, de museo, a las que cuando te acercás, ves los detalles. Si lo nuestro lo ves bien de cerca, perdemos…”, concluye.

En un rincón de su taller descansa una veintena de figuras de Pablo Cabaleiro (más conocido como “el mago sin dientes”). Desde hace un tiempo, a sus creaciones originales Milonga sumó el servicio de producción a pedido. Son encargos que les llegan principalmente para tener un souvenir singular en un evento o para hacerle una broma a un amigo o familiar: hay una serie, que denominaron “Quebrados”, que engloba los muñecos que retratan a personas que tomaron un poco de más.

Aún amoldándose al hecho de que Milonga sea su fuente principal de ingresos, Rocko transita las vicisitudes del trabajador autónomo, que regula y administra sus propios horarios laborales. Con tres televisores prendidos para ins-pirarse y distraerse, y el joystick cerca para despejarse de vez en cuando, lucha tenazmente contra la fiaca para crear y producir. Siempre con la idea de que los ingresos alcancen para mantenerse, pero sin la obsesión de conseguir mucho más, en Milonga sostienen precios populares para sus productos. “No te voy a cobrar 500 pesos por un muñeco pintado al que sé que no le puse ganas. Tengo que dormir a la noche, estar libre de culpas, saber que no estafé a nadie”, se sincera Rocko.En un bloc de notas descansan (y a veces mueren) muchos proyectos para expandir el universo de Milonga, con los streams y las animaciones como los más ambiciosos. Rocko, personalmente, espera saldar una cuenta pendiente consigo mismo y sumar al catálogo las figuras de Wendy Sulca, Delfín hasta el fin y La tigresa del Oriente.