Semillas, el capital del futuro

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Desde el ecovuelto en Mendoza hasta la investigación para su mejor conservación y aprovechamiento, las semillas son un recurso al alcance de todos.

No tengo cambio. ¿Te puedo dar dos caramelos?”, pregunta el cajero del supermercado. Salvo que uno tenga un hijo menor a diez años, la respuesta debería ser “no”, pero uno acepta igual, un poco por cortesía, otro poco porque la alternativa es pagar de más. El vuelto en caramelos es una mala costumbre argentina, a falta de plata chica, que no convence a nadie. Afortunadamente, a Leandro Bompadre, un estudiante mendocino de Diseño Gráfico de la Universidad Nacional de Cuyo, se le ocurrió idear el “ecovuelto”: un sobre de forma triangular que contiene semillas para entregar cuando faltan las monedas.

En los sobres puede haber semillas de rabanitos, rúcula, perejil, flores y otras aptas para plantar en casa y crear una huerta en el jardín o en una maceta del balcón. En el mismo sobre están las instrucciones para plantarlas. Su creador los vende a dos pesos con el objetivo de crear conciencia por el ambiente. El vendedor gana, además, porque la imagen de su negocio empieza a estar asociada a esta tendencia ecológica. La iniciativa arrancó a principios del año pasado, y en Mendoza ya la adoptaron quioscos, dietéticas, bares y hasta librerías.

“Si estás en una parada de colectivo, por ejemplo, es mejor que te den un sobre con semillas y las tires a un cantero ahí mismo, antes de que te den un caramelo y tires el papel por cualquier lado”, explicó Bompadre a un diario local, y tocó un tema central para el medioambiente. 

Mucho se habla de la pérdida de biodiversidad en el mundo animal y la manera en que el cambio climático, la contaminación y el avance del hombre sobre sus ecosistemas contribuyen a la extinción de algunas especies. La necesidad de cuidar la biodiversidad vegetal, sin embargo, es un tema menos popular.

El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) tiene desde 2014 una Red de Recursos Genéticos que preserva y valoriza recursos, y dispone de ellos, con el fin de mantener la biodiversidad, aumentar la capacidad para enfrentar nuevos desafíos y mejorar la producción agropecuaria y agroindustrial argentina. 

“La Red está dividida en cuatro subredes: vegetal, animal, forestal y microbiana. Nuestras colecciones de plantas son integradas, en su mayoría, por cultivos que tienen que ver con la agricultura y la alimentación en la Argentina, desde las especies introducidas más importantes (trigo, maíz, soja, girasol) hasta algunas que son nativas como el maní, la papa, algunos maíces de altura y especies forrajeras”, detalla a Convivimos María Beatriz Formica, coordinadora de la Red de Bancos de Germoplasma Vegetal del INTA. 

Estas variedades se utilizan en los programas de mejoramiento de especies para dar solución a problemas que las aquejan: remediación de suelos afectados por la minería o la extracción de petróleo, o lograr alto rendimiento, calidad y sanidad, tratando de conservar la mayor diversidad genética de cada una de las especies.

“El problema es cuando empezamos a utilizar especies (por ejemplo, para la producción de alimentos) y las plantas son muy homogéneas. Aparece cualquier cambio en el ambiente, como el aumento de la temperatura, nuevas enfermedades, la salinización de los suelos, y si el cultivo no se puede adaptar, deja de producir. Tratamos de conservar mucha variabilidad en las especies vegetales para que podamos recurrir a esos genes cuando los necesitemos”, explica Formica.

Las plantas se conservan, en su mayoría, como semillas. Cada una se maneja en una colección activa que se guarda, se multiplica, se observa y se documenta. Pero a su vez se manda una copia a un banco base de germoplasma, que es un respaldo de todas las colecciones activas, que se conservan a largo plazo a temperaturas de -30°. En el banco base hay actualmente unos 220 géneros y 550 especies resguardadas. 

CASAS DE SEMILLAS

Los agricultores de diferentes regiones se organizan en casas de semillas de uso comunitario. Cuando el INTA trabaja con especies nativas que tienen un valor para la agricultura familiar, pasa esos recursos genéticos a las casas de semillas y ellas los multiplican; después las venden o las entregan de manera directa a los agricultores para que las puedan producir en las huertas. En nuestro país algunos ejemplos son la Casa de Semillas del Litoral, que abarca los departamentos La Capital y San Gerónimo de Santa Fe; La Casa de las Semillas en Zapala, Neuquén; o la de Crece Desde El Pie, en los departamentos de San Carlos y Tunuyán, en Mendoza. 

Tratamos de conservar mucha variabilidad en las especies vegetales para que podamos recurrir a esos genes cuando los necesitemos”, explica Formica.

Así como sucede con las semillas, también se intercambian gajos, plantas, plantines y bulbos. Algunas especies comunes que se pueden hallar en los encuentros de los huerteros y en ferias a lo largo de todo el país son el maíz, la papa, los porotos y los zapallos. Ahí también se enseña a cuidarlas, evitando el cruzamiento, manteniéndolas secas y conservándolas en lugares oscuros.

“Algunos van con su producción y otros con sus semillas, y se hacen transacciones económicas o trueque. La función de las casas es asegurar la disponibilidad de la variedad más adaptada a ese lugar y producir semillas que los criaderos privados no producen, para que no venga después una empresa y les diga qué tienen que sembrar”, señala Formica.

“El fundamento de la biodiversidad es el intercambio”, coincidía hace unos años Iván José Canci desde el estado de Santa Catarina, al sur de Brasil, y contaba que cada una de las 650 familias que componen esa casa producía una variedad para el resto de la comunidad. 

Las casas y cooperativas de semillas son un movimiento mundial, desde Brasil hasta varias zonas de África y la India. La semilla es, ante todo, un recurso económico, y estas casas les dan a los productores independencia y una manera de organizarse que les permite un desarrollo comunitario e individual, intercambiando experiencias, aprendiendo de las ajenas, rescatando la biodiversidad y formando una economía solidaria, democrática y cooperativa. 

La guerrilla verde

El concepto nació en los 70 en los Estados Unidos y se fue diseminando hasta llegar a la Argentina con el grupo Guerrilla Huerta. Consiste en sembrar las ciudades tirando “bombas de semillas” en terrenos abandonados y plazas. En realidad, la técnica para armar las bombas se le atribuye a Masanobu Fukuoka, padre de la agricultura natural, y es fácil de usar en casa: se forman bolas de tierra, arcilla y otro material orgánico como compost o humus. La mezcla se moja, se deja secar y se tira donde uno quiera.