Larga vida al algarrobo

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En la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universidad Nacional de Córdoba funciona un banco para la conservación y producción de semillas y plantines de algarrobo. Una iniciativa fundamental para el medioambiente.

Fotos: Sebastián Salguero

Las vacaciones no existen para los recolectores de semillas de algarrobo. El verano es la época en que este árbol autóctono de la región centro del país deja caer sus vainas. Con el calor agobiante de la temporada y los mosquitos al acecho, un grupo de profesores y becarios de la Facultad de Ciencias Agropecuarias (FCA) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) recorre la provincia buscando estas chauchas.

De diciembre a febrero, el equipo junta las algarrobas, como se denomina al fruto, para obtener sus semillas, con el objetivo de resguardar el material genético. “El impulso fue de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, que definió que la mayor biodiversidad del género del Neltuma –su nombre científico, antes Prosopis– se encuentra en la Argentina, con más de veinte especies”, explica la doctora Jacqueline Joseau, profesora titular de Silvicultura, la cátedra que encabeza el proyecto.

La iniciativa comenzó en 1986 con la creación del Banco Nacional de Germoplasma de Prosopis, y desde aquel momento hay guardadas semillas que no se tocan ni para donar ni vender, tampoco para producir, están allí con el único propósito de conservar su genética para las generaciones futuras. Para cumplir con esta misión inicial existe el “banco pasivo”, en el cual se reservan 180 gramos, divididos en tres bolsitas. “Se las guarda por siempre. Entonces ante un evento climático, como un incendio, en el que se pierde ese material genético, se puede recuperar a través del banco”, indica el doctor Javier Frassoni, profesor de la misma materia.

Luego, con la Ley 25.080 de Promoción Forestal, promulgada en 1999, se estimuló el uso del algarrobo para la reforestación y se sumó el “banco activo” para la producción de semillas y mejoramiento genético.

Al cambiar los objetivos, los criterios de selección también se modificaron. Antes servían las chauchas de cualquier árbol, por ejemplo, los más ramificados se utilizaban para la cría de cabras. Hoy se prefieren ejemplares de la misma especie y buen fuste, porque uno de los nuevos estímulos es la producción de madera para evitar la tala de bosques nativos. “La industria maderera utiliza árboles exóticos como pino, eucalipto, roble y álamo, se propone que a cambio de eso y del desmonte, se generen forestaciones de algarrobos”, comenta el profesor. 

También, las especies del género Neltuma son las más solicitadas desde 2017, cuando en Córdoba se aprobó la Ley del Plan Provincial Agroforestal, que obliga a los productores agropecuarios a cubrir entre el dos y el cinco por ciento de sus campos con masa arbórea. “El banco seleccionó especies que crezcan alrededor de un metro por año, el mismo tiempo que insume un pino en las sierras. Fomentamos algarrobos que crecen a una velocidad excepcional, así no se los ve como una carga por la lentitud, sino que se valoriza un árbol con un fuste lindo, derecho, copa hermosa que da sombra y a su vez brinda una buena madera”, describe Javier.

A principios del siglo XX, la provincia tenía unos 12 millones de hectáreas de superficie cubierta con monte nativo, alrededor de un 70 por ciento del territorio. Actualmente, apenas queda menos del tres por ciento. Las razones son diversas, avance de la frontera agropecuaria, desarrollo inmobiliario, desmonte ilegal e incendios. Por supuesto, entre las pérdidas se cuenta el algarrobo.

“En una época donde desaparecen muchos hábitats naturales y, por tanto, la vida que hay en ellos, poder preservar material genético sirve para no perder esa biodiversidad, un factor clave para que los ambientes sean más eficientes”, señala la ingeniera agrónoma especialista Ana Meehan, docente de la cátedra Espacios Verdes y miembro del equipo.

BARRIOS PRODUCTORES

La FCA-UNC, en convenio con el Municipio de Córdoba, realiza un relevamiento del arbolado urbano. “En esos recorridos, se detectó que en Villa Belgrano había muchos Neltuma alba, “algarrobo blanco”, y que aún existían nativos, es decir que no fueron plantados tras la urbanización. Encontrar un relicto (remanente superviviente de especies cuya cantidad está en retroceso) que cumpla con los parámetros es importante”, dice Jacqueline. Como este barrio los cumplía, inmediatamente lo inscribieron como Área Productora de Semillas (APS), un tipo de material básico forestal establecido por la Resolución 256/99 del Instituto Nacional de Semillas (INASE). 

Entre otros requisitos, el organismo exige que los ejemplares no sean híbridos, ya que los algarrobos pueden cruzarse no respetando la barrera entre especies, y, en ese sentido, Javier aclara: “Depende un poco de la cantidad y de la superficie. No debe ser un conjunto de árboles endogámicos, que se autofecunden. Se intenta que al menos haya diez separados unos cien metros, entonces la diversidad es mayor”. 

Con estas características, los investigadores detectaron poblaciones en tres puntos de la capital: Villa Belgrano, Parque de la Vida y Plaza de los Algarrobos de Villa El Libertador. En toda la provincia hay 22 APS. “Sin embargo, ninguno alcanza la categoría de rodal semillero, que permite la obtención de semilla ‘seleccionada’, una categoría superior que asegura la obtención de plantas homogéneas que responden a la especie que se quiere cultivar con fines productivos”, explica Joseau.

Si bien se colectan las vainas de árboles individuales, que están geolocalizados en un mapa, una vez trillados, pasan a ser una única unidad. 

Los vecinos de los tres barrios cordobeses que tienen algarrobos en sus casas pueden aportar las chauchas. “De a poco crece el boca a boca. Es fundamental que se sepa de la importancia de estos árboles. Por ejemplo, no se tiene noción del valor de la harina de algarroba, es muy proteica y ayudaría en problemas de desnutrición”, afirma Ana mientras se resguarda de la lluvia debajo de la copa de un antiguo ejemplar. 

SEMILLAS Y PLANTINES

La semilla está lista cuando al mover la chaucha suena, es decir que si hace ruido y se separó del artejo que la recubre, ya está madura y lista para dar un árbol. En las bolsas que utilizan en la recolección caben hasta doce kilos, el peso de la semilla final es un seis por ciento de ese total. Por tanto, de ocho kilos se obtienen aproximadamente 900 gramos de semillas limpias. 

Una vez que se juntaron, quedan esperando su turno de secado, que dura unas 48 horas, y luego se separa la semilla de la chaucha. “Las distintas etapas se hacen en simultáneo, de lo contrario, se acumula mucho material y se pone feo. Dos días recolectamos, el resto de la semana estamos en el galpón trillando, tarea que se extiende a lo largo del año”, describe Javier. Para esta instancia, cuentan con una máquina diseñada por el exvicedecano de la Facultad de Ciencias Agropecuarias, el Ing. Agr. Mgter. Jorge Cosiansi. La creó en 2005 y, por bastante tiempo, fue la única en el país.

Cuando el proceso de separación concluye, se obtienen tres partes: semilla, artejo y harina. El artejo se distribuye para abono y la harina como alimento. Mientras que las semillas tienen doble finalidad: conservación y producción.

Las semillas obtenidas son comercializadas en parte, otra es conservada y otro tanto es donada cuando las escuelas lo solicitan para que los estudiantes aprendan a producir plantines desde la germinación hasta el crecimiento, además de adquirir conciencia de lo que significa este proceso. También se otorgan por convenio los plantines generados en el Vivero Forestal Educativo de Silvicultura (FCA-UNC) a la Municipalidad para su Plan Forestal Urbano. 

TAKU 

El algarrobo tiene múltiples funciones. Brinda alimentos para humanos, animales e insectos; su sistema radicular fortalece la fertilidad de los suelos; son capaces de recibir grandes cantidades de agua y bajarla a la tierra lentamente. Además, su gran copa da sombra atrae a pájaros y abejas. “Es un pedazo de paisaje que protege”, describe Ana.

Por todas sus bondades al ecosistema, los pueblos originarios lo llamaban “taku”, que significa “el árbol”.