Tecnología y familia

0
46

Enrique Orchanski

Médico pediatra y neonatólogo, docente universitario, padre de dos hijas; autor de libros sobre familia, infancia y adolescencia.

 

La tecnología en sus múltiples usos domésticos está instalada en la vida cotidiana. Padres e hijos han incluido computadoras, tablets y teléfonos inteligentes como parte de sus vínculos íntimos, y nada parece indicar que esto retroceda.

Pero cuando de niños se trata, se requiere algún tipo de política familiar que, al convivir con los artefactos, evite las consecuencias negativas evidentes. Interesa definir algunos términos que aclaren el panorama.

¿Uso o adicción?

El uso es un hábito. La adicción, una enfermedad por consumo abusivo. Los adictos tienen dependencia, necesidad de aumentar la dosis y síntomas de abstinencia. Ninguno percibe consecuencias sobre sí ni sobre los demás, y termina anteponiendo lo tecnológico sobre lo humano. La falta de mirada paterna origina “tecnoadictos”.

Entretenerse con películas o videojuegos no crea adicción, pero el riesgo es alto al recibir el primer teléfono inteligente. La edad promedio en la Argentina bajó a 8,5 años. Así, el mundo entra en las vidas infantiles aun cuando no están maduros para diferenciar buenos conceptos de impudicia, datos fiables de indecencia, material de estudio de banalidad.

Aunque la mayoría de los padres lo compra para estar comunicados (y tranquilos), pocos lo logran. La adolescencia se caracteriza por los ocultamientos, lo que explica que nunca respondan. Todos los chicos lo usan en el colegio, pero no para estudiar, sino jugar o chatear. Ninguno acepta su dependencia.

“Aunque la mayoría de los padres lo compra para estar comunicados, pocos lo logran”.

Síntomas

Hay tecnoadictos solitarios y sociales. Los primeros suelen caer en el aislamiento; prefieren las máquinas (que no los limitan ni cuestionan) aunque tampoco los acompañen ni les den afecto.

Los segundos manifiestan nomofobia: abstinencia al olvidar el móvil o perder conectividad; sufren verdaderos ataques de pánico. Otros muestran pobre lenguaje, insomnio, déficit atencional y cefaleas. Los expuestos a prolongados períodos de uso pueden experimentar convulsiones.

Redes ocultas

Pocos adultos conocen las llamadas “deep web” y “dark web”, plataformas que permiten acceder a pornografía, violencia, lenguaje procaz y delincuencia. En contraste, muchos chicos ya aprendieron a entrar en esas redes. Aunque existen filtros gratuitos para evitar estos contactos, la mayoría de los padres no ha instalado uno en sus artefactos. Es que los padres tecnoadictos suelen educar hijos tecnoadictos; así como los padres lectores suelen tener hijos que consideran el libro como una posibilidad.

Algunas instituciones profesionales –como la Sociedad Argentina de Pediatría– sugieren no exponer niños a pantallas antes de los dos años. Entre los dos y los cinco años, la exposición debería limitarse a imágenes familiares, siempre con adultos mirando. En mayores de cinco años se propone no superar las dos horas diarias, y nunca antes de dormir, para evitar alterar la calidad del sueño.

Y durante la adolescencia –territorio árido– se sugieren filtros que eviten su navegación por la deep y la dark web.

Más allá de recomendaciones de expertos, cada jefe de familia debería ser capaz de definir los límites del uso tecnológico en sus hijos, recuperando –en esto y en muchos otros aspectos– la tan preciada autoridad que nunca se debería haber perdido.

 

[email protected]