¿Nuevas habilidades?

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Guillermo Jaim Etcheverry
Médico, científico y académico; rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006. En Twitter: @jaim_etcheverry

Las “habilidades del siglo 21” están obligatoriamente presentes en todo discurso actual sobre educación. Aparentemente este nuevo siglo ha descubierto unas hasta ahora olvidadas destrezas de los humanos. Bajo ese paraguas se cobijan la resolución de problemas, la toma de decisiones, la comunicación, la colaboración y el trabajo en equipo, el liderazgo y otras conductas similares. Creatividad, innovación, integridad y “emprendedorismo” también figuran en los enunciados que pueblan los planes de estudio oficiales y, sobre todo, resultan imprescindibles en todo proyecto para renovar la enseñanza.
Ahora bien, se preguntan los psicólogos Rotherham y Willingham, de la Universidad de Virginia, EE. UU.: “¿Ustedes piensan que en los ‘viejos tiempos’ no era necesario pensar críticamente y resolver problemas? ¿Cómo se diseñaron las herramientas, cómo avanzó la agricultura, cómo se descubrieron las vacunas o cómo se exploraron la tierra y el mar? ¿Y no creen que las mujeres y los hombres en esos ‘viejos tiempos’ habrán tenido que comunicarse y colaborar para progresar?”.
Nos enseñan que en la etapa preindustrial la mayoría de las personas necesitaba “saber cómo”; en el siglo 20, en la era industrial, se requería “saber qué”; y ahora, se dice, no basta con eso, sino que hay que “ser capaz de hacer algo con ese conocimiento, utilizarlo para crear nuevo conocimiento”. ¿Es que antes no se hacía nada con lo que se lograba conocer? La descripción de la necesidad de dominar diferentes tipos de conocimiento, desde el simple de los hechos hasta el análisis complejo, no es nueva. Como ya Platón escribió sobre diversas variedades de intelecto, los autores citados ironizan: “Tal vez entonces esas eran consideradas habilidades del siglo III a. C.”.

“El conocimiento no está almacenado en la mente esperando ser convocado, es aquello ‘con’ lo que se piensa”.

La jerga modernizante que hoy impregna el debate educativo esconde la creencia de que existen habilidades que se adquieren en un vacío de saberes. “Aprender a aprender”, el mantra de la pedagogía actual, parece suponer que es posible desarrollar una habilidad en abstracto, en ausencia de conocimiento. Suelo comentar que antes se “aprendía a aprender” aprendiendo algo, mientras que ahora se espera que se “aprenda a aprender” sin aprender nada. Desde tiempos inmemoriales, venimos siendo entrenados como máquinas de aprender.
Otro caso paradigmático es el de la resolución de problemas. No hay “resolvedores de problemas” diplomados: hay ingenieros, médicos, abogados, psicólogos que solucionan problemas vinculados con aquello que saben. No es posible poseer una capacidad general de resolver problemas para, llegado el momento, recurrir a las bases de datos electrónicas. Es preciso conocer en profundidad la naturaleza del problema por encarar, lo que solo se logra familiarizándose con el contenido, y así poder pensar utilizando el esquema mental que ha dejado la educación.
El conocimiento no está almacenado en la mente esperando ser convocado, es aquello “con” lo que se piensa. Por eso, es imposible pensar con un conocimiento que está en otra parte. Esa es la razón por la que no existen “resolvedores de problemas” profesionales, y aquellos que lo son en campos específicos necesitan adquirir mediante la educación un vasto cuerpo de saberes para poder hacerlo.