Preferencias invertidas

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En su libro La decadencia de Occidente, el filósofo alemán Oswald Spengler señalaba: “Un día, el último retrato de Rembrandt y el último compás de Mozart dejarán de existir –aunque posiblemente quedarán un lienzo coloreado y una partitura con notas– porque el último ojo y el último oído accesibles a su mensaje habrán desaparecido”. Un siglo después, esa predicción se está volviendo realidad

La experiencia de la vida cotidiana confirma ese evidente y marcado descenso del nivel cultural de las personas. Esto refleja el desinterés de quienes educan –padres y maestros– por brindar a los niños y jóvenes una visión de lo mejor que ha hecho el ser humano a lo largo de su historia y que, sin duda, sigue haciendo. Gradualmente nos hemos ido “desculturizando”, y lo que observamos en la escena pública es el resultado de lo que los poderosos aparatos de la información y el entretenimiento han hecho de nosotros.

Preocupado por esta situación, el profesor español Gregorio Luri, asiduo visitante de este espacio, señaló hace poco: “En el año 2011 escuché decir a Alejandro Tiana, actual secretario de estado de Educación, que algunos profesores están tan empeñados en representar a Hamlet que no se dan cuenta de que les han cambiado el decorado a sus espaldas y que ahora en lugar del castillo de Elsinor tienen un McDonald’s. O sea, el referente cultural ya no puede ser Shakespeare, sino el fast-book. La escuela ha dejado de verse como una institución que impulsa hacia lo alto para convertirse en administradora de las pequeñas virtudes de la pusilanimidad. No quiere saber nada de las virtudes magnánimas. No parece ser consciente de que, como nos enseñó Ortega y Gasset, es inmoral preferir un bien inferior (la equidad por abajo) a un bien superior (el estímulo de las capacidades más altas de todo alumno). ‘La inmoralidad máxima –añadía Ortega– es esa preferencia invertida en que se exalta lo mediocre sobre lo óptimo en nombre de una moral falsa’. Para que nadie se quede atrás, frenamos a los que van en cabeza y lo que conseguimos es que cada vez haya más alumnos rezagados a los que, sin embargo, queremos compensar con inteligencia emocional y grandes dosis de empatía”.

“Los ‘nuevos’ tienen que saber que el mundo, su mundo, va más allá de lo que ven a diario”.

Padres y maestros deben mostrar a las nuevas generaciones que los humanos hemos sido capaces de hacer otras cosas además de las banalidades y groserías que les ofrecemos a toda hora. Entristece ver a tantas personas –jóvenes y no tanto– malgastar lo único que tienen, su tiempo, en actividades que nos acercan más a los seres primitivos que a los productos de la civilización.

Nuestros jóvenes tienen derecho a que se los ponga en posesión de la herencia cultural que les pertenece por la sola razón de ser humanos. Transferirles ese rico patrimonio es nuestra responsabilidad al educar, al instituirlos como humanos. Recurriendo a la cita anterior, es cierto que en la escena cotidiana está el McDonald’s, pero también debe estar Shakespeare. Y los “nuevos” tienen que saber que el mundo, su mundo, va más allá de lo que ven a diario. Mostrarles ese mundo, convencerlos de que les pertenece, es una tarea que no asumimos como deberíamos hacerlo. Volvamos a encararla, aunque más no sea como un homenaje a la condición humana.