Cortitos y rebeldes

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En el universo de la lengua española, donde las letras danzan y las sílabas se entrelazan, existe un pequeño grupo de rebeldes lingüísticos: los monosílabos. Estas palabras de una sola sílaba se rebelan contra la tilde gráfica, salvo en situaciones excepcionales. 

¿Cuáles son esas excepciones? Vamos a revisarlas en estas líneas.

Para comenzar, será bueno repasar algunos conceptos. La tilde es el signo ortográfico con el que, según determinadas reglas, se representa en la escritura el acento prosódico (aquel que marca la sílaba que se pronuncia con más énfasis, en una palabra); por ello, recibe también los nombres de acento gráfico u ortográfico. 

Por su parte, una palabra es monosílaba cuando no puede dividirse, algunas son reconocibles muy fácilmente: “mes”, “fe”, “del”. Otras presentan alguna complejidad, porque hay que evaluar secuencias vocálicas y observar diptongos o triptongos. Así, se considera diptongo toda combinación de vocal abierta (/a/, /e/, /o/) seguida o precedida de vocal cerrada (/i/, /u/) átona (sin tilde), o de dos vocales cerradas distintas (fue, bien, fluir) y triptongo toda combinación de una vocal abierta entre dos vocales cerradas átonas, o una vocal abierta precedida o seguida de dos vocales cerradas (buey, guiar).

Según la Real Academia Española, los monosílabos no llevan tilde, a menos que se tope con su alter ego: la tilde diacrítica (la tilde diacrítica es el acento gráfico que permite diferenciar en la escritura ciertas palabras de igual forma, pero distinto significado). En el mundo de los monosílabos, la tilde diacrítica es como las especias en la cocina: se utilizan con moderación, pero su ausencia puede cambiar el sabor de la frase.

«Estas palabras de una sola sílaba se rebelan contra la tilde gráfica”.

Pero ¿qué hace a un monosílabo merecedor de una tilde? La tilde gráfica se reserva para aquellos monosílabos que, a pesar de su simplicidad, se enfrentan a un dilema semántico. Palabras como “te”, “de”, “mi”, “mas”, entre otras, desafían la norma y reclaman su tilde diacrítica en ciertos contextos.

La complejidad se intensifica cuando las secuencias vocálicas entran en escena. ¿Es una vocal abierta seguida de una cerrada, o viceversa? ¿O quizás se trata de dos cerradas distintas? Estas preguntas determinan si un monosílabo se mantiene en silencio ortográfico o alza la voz con una tilde.

Para resolver este intríngulis, no debemos confundir las formas verbales donde el acento prosódico (la fuerza de la palabra) recae en la vocal abierta, como “rio” o “guio”, con aquellas donde la vocal cerrada toma el protagonismo, como “río”. La tilde se hace presente en estos casos para demostrar que la fuerza está en la vocal cerrada y, de esta manera, desentrañar el significado.

Así, la tilde diacrítica se convierte en la pieza clave para distinguir entre “él rio de Carlos Paz” y “el río de Carlos Paz”. Una tilde puede cambiar el curso de una oración y dar vida a un monosílabo aparentemente tranquilo.

En conclusión, mientras exploramos la danza de las letras y las sílabas en la lengua española, recordemos que los monosílabos, aunque breves, abundan en matices. La tilde diacrítica les otorga la libertad de expresarse cuando las reglas fonéticas lo requieren.