CECILIA BIAGIOLI. SIEMPRE VIGENTE

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Desde Sídney 2000 hasta Tokio 2020 solo faltó a una cita olímpica (Río 2016). Es la mujer argentina con más participaciones en este evento y, quizá, esta historia cuente con un capítulo más en París 2024.

FOTO JONÁS PAPIER

Después de más de veinte años en el alto rendimiento, Cecilia Biagioli preparó los Juegos Olímpicos de Tokio sabiendo que serían los últimos de su carrera. Con esta quinta participación, se convirtió en la mujer argentina con más ediciones en su haber. Fueron los primeros desde el nacimiento de su hijo Joaquín, el principal motor que la impulsó a sobreponerse a una preparación complicadísima. Nadó los diez kilómetros en aguas abiertas y llegó a la meta en el duodécimo lugar, el mejor de su historia olímpica. En los días posteriores al logro que, en teoría, era el punto final de su recorrido, las certezas se volvieron dudas y el animal competitivo que la habita empezó a pedir un ciclo olímpico más. París 2024 es, ahora, una posibilidad.

“Tomé Tokio como mi última participación y lo disfruté al máximo. Pero empecé a ver las placas promocionando París, hice las cuentas de lo que falta y son solo dos años y un poquito. Es un tironcito más. Todavía no lo decidí, porque requiere mucho esfuerzo y dedicación, es una etapa dura la del ciclo olímpico. Si resulta que no lo hago, me doy por satisfecha, conseguí todo lo que me planteé en mi carrera. Si sigo, va a ser un plus, una yapa a todo lo vivido”, explica.

A los seis años, Cecilia le tenía miedo al agua. Sus papás la llevaron a natación, pero la primera clase lo empeoró: la profesora creyó que era una buena idea tirarla a la pileta sin previo aviso y esperar a que resolviera cómo salir de ahí. Resultado: no volvió al club Taborí hasta un año más tarde, con otro profesor. El segundo intento fue definitivo. El miedo se fue, el talento emergió y las competencias y los resultados llegaron pronto. A los catorce compitió en un Campeonato Sudamericano y a los quince debutó en los Juegos Olímpicos de Sídney, en 2000. Allí supo que quería a la natación en su vida para siempre. “Los chicos de esa edad muchas veces sueñan con otras cosas, pero yo quería esto. No tuve fiesta de quince y de más grande tampoco podía salir los fines de semana con mis amigas, que a veces me cuestionaban eso. Tenía que entrenar a las cuatro de la mañana, descansar, competir los fines de semana… Pero fueron decisiones propias, porque me interesaba mucho más vivir unos Juegos Olímpicos. De chiquita siempre fui muy disciplinada y rigurosa conmigo misma. A veces creo que demasiado para esa edad”, confiesa. 

Ese rigor y esa disciplina, sumados a su talento, la llevaron a clasificar luego a los Juegos Olímpicos de Atenas (2004), Pekín (2008) y Londres (2012). Entre los últimos dos, estuvo a punto de retirarse, pero un cambio de entrenador la volvió a enfocar en el deporte. Comenzó a trabajar junto a Claudio, su hermano mayor, y pasó de la pileta a las aguas abiertas. De un entorno controlado, bajo techo, con la temperatura adecuada y con un andarivel separado de sus competidoras, pasó a uno en el que los factores externos se multiplicaron: temperatura del agua, oleaje, viento y roces con rivales afectan el rendimiento. “Dependés mucho de factores externos y tenés que adaptarte a esas circunstancias o trabajarlas previamente. No podés adelantarte a cómo será el viento ni a los roces. Van a estar y no sabés con qué intensidad, porque depende de cómo se vaya dando la carrera. Con Claudio tenemos siempre un plan A, un plan B y un plan C, porque se pueden dar diversas circunstancias en una misma carrera. Hay que estar preparado para cada una”, cuenta.

  • Quisiste retirarte en 2008. Los de Tokio iban a ser tus últimos Juegos, pero ahora puede que sigas, ¿qué tiene esta vida de atleta que te hace volver cuando ya te estabas yendo?

Creo que la superación personal. El querer aprovechar el momento y saber que después de París ya no va a haber vuelta atrás, porque la edad y la vida de mamá, de querer compartir y vivenciar otras cosas, me condicionan. El tiempo me está diciendo que es suficiente todo lo que he vivido en esta hermosa etapa deportiva. Eso se está acercando. Hoy tengo un tironcito más, está cerca el ciclo olímpico y pienso en dar todo por todo, porque la vida del deportista es relativamente corta.

  • ¿Te fijaste un plazo para decidir?

No, pero sé que el año que viene debo tener una visión y saber si sigo o no. A mediados de 2022 debería ya haber decidido qué es lo que voy a hacer.

  • ¿Se empieza a extrañar a cuenta esta vida?

Sí, voy a extrañar. Aunque he disfrutado mucho esta etapa post-Tokio, con muchos momentos que antes no me permitía: quedarme hasta un poco más tarde con mi familia, no ir a algún entrenamiento para acompañar a un evento a mi hijo, por ejemplo. Seguramente me va a llegar la nostalgia. Pero viene una vida hermosa después, al lado de la familia, de mi hijo. Y voy a compartir el deporte desde otro lado. Me gustaría seguir ligada, aportar mi granito de arena para que siga creciendo. 

FAMILIA

Su hermano mayor es su entrenador, y la dupla funciona a la perfección. Al comienzo, sin embargo, les costaba separar la relación deportiva y la familiar: vivían juntos y las discusiones se mantenían con intensidad por fuera de las sesiones de entrenamiento. Tuvo que mediar su padre para que lo notaran y corrigieran, y desde entonces son un gran equipo. 

Su hijo, Joaquín, de ocho años, es quizá la principal causa de que Cecilia continúe en acción: él quería verla en los Juegos Olímpicos, y ella le dio el gusto.