La vida en rosa

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Además de embellecer y perfumar cuanto los rodea, los rosales son arbustos muy sencillos de mantener. Secretos para que perduren muchas temporadas.

Ya sea trepando en los muros, formando macizos o cubresuelos, en rosales solitarios o agrupados, las rosas son el paradigma de las flores: con su clásico encanto y su característico aroma suelen realzar el lugar en el que están situadas, creando un agradable impacto visual.

Los rosales son arbustos leñosos y perennes que pertenecen al género de las rosáceas y su cultivo es relativamente simple.

CÓMO ELEGIRLO

Lo primero a determinar es el sitio en el que será plantado. Para espacios pequeños, convienen los rosales en miniatura, ideales para colocar en macetas y contenedores. Si lo que se desea es tapizar una pared, habrá que inclinarse por las especies trepadoras. Si se cuenta con un jardín amplio, una buena alternativa son las arbustivas; y si lo que se busca son variedades más rústicas, que sean resistentes a las plagas y que se adapten sin problemas a cualquier tipo de suelo, nada mejor que las de tipo paisajístico.

La condición en la que se encuentre el ejemplar al momento de adquirirlo no es menos importante. Los rosales presentados a raíz desnuda –o sea, al descubierto y sin tierra–, deben sumergirse 24 horas antes de ser plantados para rehidratarlos y sus raíces y tallos deben lucir sanos y fuertes. Los de maceta pueden plantarse en cualquier época, y para cerciorarse de su estado hay que examinar que estén bien arraigados al recipiente y sanos y lindos a simple vista. 

Los rosales son “territoriales”, porque no se desarrollan plenamente cuando compiten con plantas más grandes o con las que pueden quitarles nutrientes. Debido a esto, un buen lugar para emplazarlos será uno suficientemente abierto y ventilado, en el que reciban sol directo al menos seis horas al día, sobre todo a la mañana. Las especies trepadoras necesitan de soportes que las ayuden a sostenerse a medida que crecen y que dejen un espacio con la pared, de modo que facilite la ventilación y evite la proliferación de organismos dañinos que las enfermen.

LA PLANTACIÓN

Los rosales poseen raíces muy largas, por eso es imprescindible cavar un hoyo profundo en el que quepan con comodidad, tratando de que la tierra del fondo quede suelta.

Acto seguido se debe introducir la planta –extendiendo suavemente las raíces si está a raíz desnuda–, y, tras cubrirla de a poco con tierra –cuidando que la unión entre la raíz y el tallo quede enterrada a un par de centímetros de la superficie–, se apisonará. Luego se hará un montículo con mantillo que tape sus tallos –que se retirará cuando aparezcan los primeros brotes– y, finalmente, se la regará en forma abundante para eliminar posibles cámaras de aire entre la raíz y la tierra. 

OTROS CUIDADOS

Las rosas precisan suelos húmedos, pero no encharcados, por lo que hay que regarlas al menos una vez a la semana –sin mojar las flores y el follaje– de manera lenta y copiosa, para que el agua llegue a las raíces. En invierno, cuando la planta se encuentra en reposo, hay que podarla –o en primavera, para las zonas de mucho frío– para mantenerla sana y asegurarle un mejor crecimiento y floración, y después rociarla con sulfuro de calcio para protegerla del ataque de agentes patógenos.