Coleccionistas: creadores de mundos propios

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Organizados y meticulosos, son también aventureros e investigadores. A su manera, ordenan porciones de universo y así le otorgan a este un sentido.

El mundo es movimiento permanente, desorden, caos. Nada se queda en su lugar, ni siquiera está claro cuál es el lugar donde debería quedarse cada cosa, cada ser. Buena parte de todo esto se intenta ordenar mediante convenciones, acuerdos que nos permiten vivir en sociedad. Pero para algunas personas no es suficiente, y entonces deciden crear sus propios mundos, con un orden y límites claros, con reglas precisas y estables. Las colecciones, entre otras cosas, son eso: ambientes controlados y organizados.

Agrupar objetos similares, o con puntos en común que los vuelven familiares, es una actividad que lleva siglos entre nosotros. Se cree que el primer coleccionista (al menos del que se tenga registro) es el rey asirio Asurbanipal, quien exhibió en su templo todas las tablillas grabadas con textos que pudo encontrar. También, luego de conquistar Egipto, trasladó a Nínive 32 estatuas y dos obeliscos. Las colecciones implicaban una demostración de poder y un acto propagandístico. Faltaría mucho tiempo aún para el surgimiento de la idea de hobby o pasatiempo.

Miguel Reigosa tiene la colección independiente de whisky más grande del mundo, y el Museo del Whisky, que fundó, es el segundo más nutrido del planeta (solo detrás del de Edimburgo). Hace unos años, un grupo francés quiso comprarle su colección: “Sentí que levantarme sin tener una botella de whisky de colección al lado y no trabajar más por el whisky era lo mismo que quitarme la vida. Les pregunté ‘¿Cuánto cuesta su vida?’, y me dijeron que eso no estaba en juego, así que les respondí ‘La mía tampoco. El whisky y la colección son mi vida’”, cuenta, y demuestra que coleccionar puede significar el encuentro con el sentido de la propia existencia. Un fin, un propósito. El coleccionista ya no es alguien que transita sus días con la incógnita del porqué: tiene una misión, y es la de reunir los objetos que conforman su colección.

En ocasiones, una colección se define como tal, se vuelve algo consciente, una vez que ya tiene cierta forma. Cuando una persona comienza a coleccionar, puede no saber aún que lo está haciendo. Es lo que le pasó, por ejemplo, al periodista Federico Wiemeyer: “Un día, en un kiosco, estaba comprando algo y vi que vendían atrás un Citroën negro a fricción. Me fui, pero me quedó en la cabeza, y a los cien metros me di vuelta, volví y lo compré, porque lo quería tener arriba de una estantería. Algún tiempo después, pasé por un ‘Todo por dos pesos’. Entraba cada tanto a mirar qué había, y un día me compré un Buick del año 50, negro también. Llegó un momento en el que en el estante había varios. Ya era una colección”, repasa.

Algo parecido le sucedió a Pablo Knack, que cuenta con alrededor de 70 camisetas usadas por Juan Román Riquelme en sus distintas etapas en Boca: “Quería tener una de Román, una de Maradona y otra de Palermo, que son mis ídolos, encuadrarlas y ponerlas en el living de mi casa. Pero de casualidad fui consiguiendo alguna que otra difícil de Román, de sus comienzos, y eso me fue atrapando un poco. Me fui metiendo y, cuando me quise acordar, tenía un montón de camisetas”, cuenta. La colección como algo que lo envuelve, una instancia anterior a la voluntad, que lo llevó luego a coleccionar camisetas y otros elementos de Boca, aunque no tuvieran que ver con Riquelme.

“Una colección no se termina, siempre hay material para agregar”.
Daiana Casielles

Juan Dethloff encaró su colección como una forma de recrear la infancia: de chico, como tantos, tuvo muñequitos Playmobil. Cuando él y su hermano crecieron, su mamá donó todos los juguetes que había en la casa a la guardería del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, donde trabajaba. “A los 16, al volver del colegio, encontré una figura en el piso, la guardé un tiempo en un cajón y comencé a comprar figuras que tenía de chico. Cuando tuve 30, 40 cajitas, en lugar de pensar que eran suficientes, pensaba cosas como ‘De los bomberos me está faltando el auto de apoyo’”, confiesa el mayor coleccionista de estos muñecos en la Argentina: tiene más de 6000 figuras.

A veces, coleccionar es continuar con una tradición familiar, una especie de legado. Daiana Casielles es filatelista, como lo fueron sus abuelos y como lo son su mamá y, sobre todo, su papá, quien hoy preside la Federación Argentina de Entidades Filatélicas. En este subgrupo de coleccionistas, además del tipo de objetos se elige un tópico sobre el cual hacer hablar a la colección, al menos si la intención es competir: “La colección tiene un plan en el que se cuenta una historia como si fuera la de una película, con sellos postales, cartas, enteros postales, vmails. En la mía, desarrollo la vida del perro: su evolución, las distintas actividades, su alimentación y sus cuidados veterinarios”, explica.

Martín Mori recuerda las tardes en las que su papá los invitaba a él y a su hermano a acomodar los frenos de caballos y estribos que coleccionaba. Ellos, a su vez, juntaban monedas y estampillas, sin llegar a armar una colección o, al menos, no de las dimensiones que tiene él en la actualidad: miles de objetos se distribuyen entre las cinco vitrinas que posee (“Me faltan diez más, mínimo”, aclara). Nadie tiene tantos objetos vinculados a Coca-Cola y distribuidos en la Argentina como él. Todo comenzó por un amigo que le pidió un favor: “Tenía una botellita del Mundial 78 y quería que yo la vendiera por Internet. Buscando precios de referencia, descubrí que había botellas especiales y me llamó la atención. Más adelante, me compré unos cajoncitos que sacó la marca emulando botellas históricas y pensé que había algo interesante para hacer con eso”, repasa. Incorpora dos o tres objetos por semana, desde autitos de juguete hasta botellas exclusivas de edición limitada, pasando por relojes, muñecos y cartelería, entre muchísimas otras cosas.

Prácticamente todo objeto es coleccionable, solo es necesario que haya una cantidad considerable de variantes de él que permitan sostener la actividad en el tiempo, ya que el objetivo de una colección jamás es ser completada. El filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard, en El sistema de los objetos, sostiene: “La falta es aquello por lo cual el sujeto siempre se recobra objetivamente, mientras que la presencia del objeto final significaría en el fondo la muerte del sujeto”.

“Una colección no se termina, siempre hay material para agregar. Siempre. Hay cosas interesantes que con el paso del tiempo siguen apareciendo. Por ahí viene alguien y me dice ‘¿Viste que encontraron este sello postal?’, y entonces empiezo a buscar. Todos los días dedico tiempo a analizar la colección, para ver qué le falta, qué nuevo enfoque le puedo dar”, confiesa Casielles.

“No es una locura, sino una forma de vivir. La que elegí para ser feliz”.
Miguel Reigosa

Sucede que la colección no es un aspecto secundario en la vida del coleccionista, algo que se atiende de vez en cuando si queda tiempo libre suficiente: es una cuestión troncal, alrededor de la cual se organizan actividades, movimientos e incluso dinámicas familiares, como en el caso de Dethloff: “Una vez, de vacaciones en Alemania con mi familia, estábamos en Frankfurt y viajamos cuatro horas en tren, haciendo combinaciones, hasta Neuruppin, el único lugar donde se consigue el Playmobil dedicado al escritor Theodor Fontane, nacido ahí”.

Quien también cambió el destino de un viaje para nutrir su colección fue Mori: “En un momento sacaron una edición especial de 200 botellas en Córdoba, y me enteré porque un artista tuiteó que estaba haciendo el diseño para el evento. Le cambié las vacaciones a mi familia y nos fuimos a Córdoba a veranear. Hoy son botellas caras, cuesta cien dólares cada una. Un poco la pasión va por ahí, por poder hacer un catálogo al mundo de todo lo que la marca distribuyó en nuestro país. Eso no existe y me puse el desafío de realizarlo”.

Dejar una obra para la posteridad es, de forma explícita o velada, otro objetivo de las colecciones. En la mayoría de los casos, el alcance se proyecta como una herencia familiar; en otros, como el de Mori o Reigosa, el propósito es legar un patrimonio nacional: “Era un sueño, como buen argentino, querer tener una colección importante para nuestro país. Todo el esfuerzo que hice en mi vida queda plasmado en este monumento al whisky que es el museo, que quiero que se convierta en el más grande del mundo para ser aún más reconocidos”. 

Otro aspecto fundamental del coleccionismo es que se vuelve un lugar de pertenencia, un grupo de pares donde, en los intercambios de objetos y de informaciones, surgen lazos fuertes, vínculos forjados en la singularidad que se comparte, en el submundo que se habita. En ese espacio entran y salen los espectadores, que pueden ser visitantes a una exposición, seguidores en redes sociales o conocidos. Aunque la apertura varía de acuerdo con la personalidad de cada coleccionista, la exhibición suele ser parte importante del asunto. Dethloff, incluso, permite el contacto directo con la colección, ya que eso lo habilita a tomarse una “licencia” de la vida adulta: “Cuando vienen chicos a casa, o con mis hijas, estoy entregado, dejo que jueguen con todos los muñequitos. Los chicos los cuidan, los valoran. A veces, me pongo a jugar con ellos, me escapo del qué dirán los más grandes, porque ver a los pibes imaginar las historias y todo no tiene precio”. 

“A mí lo que me motiva a coleccionar es mantener el orden. Teniendo una casa, hijos, familia, debés acomodarte al ritmo de la vida de todos, pero en la colección vos sos el que maneja todo. No sé qué diría un psicólogo…”, reconoce Wiemeyer. En definitiva, lo que diga un psicólogo o cualquier otra persona no es relevante, como concluye Reigosa: “No es una locura, sino una forma de vivir. La que elegí para ser feliz”. 

EL FAVORITO

Entre miles de objetos valiosos, siempre hay uno que se destaca por sobre el resto. Consultamos a los coleccionistas cuál es el suyo.

Dethloff: Elijo tres figuras: la de Alberto Durero, un pintor renacentista alemán; la de Theodor Fontane; y la que te dan, personalizada, en la fábrica de Playmobil en Malta.

Casielles: Lo que más me gusta son los vmails, que mandaban los soldados hace muchos años a sus familias. Se grababan en microfilms, son muy interesantes.

Reigosa: Tengo muchas joyitas, entre las más valiosas están una botella del avión Concorde, edición limitada, de la que quedan tres en el mundo; un whisky bourbon que data de 1890; y una colección de Elvis con caja musical por cada botella.

Mori: Una botella de 50 centímetros de alto, de vidrio, toda fileteada por Daniel Ceruso y Beatriz Lago, con caja y bandera argentina.

Wiemeyer: Un autito que era de mi papá, de metal a cuerda, el único juguete que sobrevivió de su infancia. Es el único que siempre está en las vitrinas.

Knack: Quizá mi camiseta de Maradona de 1981, que es para mí la más linda en la historia de Boca. Está firmada por él.