Viaje al corazón y a la fe del camionero

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Este trabajo se desliza al interior del mundo camionero. Nacido en viajes
del autor entre Casilda y Rosario (Santa Fe), registra el ADN rutero.

Fotos Héctor Río
Texto Fabián García

U

n camión con su acoplado mide unos 20 metros. Es una enorme masa de
músculo, hierro y pasiones, que está hecha para ir y llegar a destino con su carga. No importa lo que pase en el camino, debe llegar. Salir a la ruta es, entonces, una aventura cotidiana que no calman siquiera las comodidades y el confort de las nuevas máquinas. Sigue siendo una aventura. Ser camionero es un oficio que se mete en la piel como un tatuaje, que aguantará toda la vida y, también, todas las peripecias. La máquina y el camionero representan una simbiosis única, porque los dos se unen para ser uno e ir. Siempre ir. Llueva, truene, caiga piedra, haya viento, nieve o el calor parta la tierra. Hay que llegar, alguien espera.

Otro camionero creyente (Autopista Rosario-Córdoba).
Todo el mundo… y el conductor también (Autopista Rosario-Santa Fe).
Podría decir también: “¡Mirá lo que es esto!” (RN 33, entre Casilda y Rosario).

Basta poner el pie en el estribo de la bestia y mirar adentro de la cabina para
darse cuenta de que el camionero es tan humano como un bancario o una maestra, por más que sea el guía de 30 o 40 toneladas. La cabina es el hogar de un hombre que vive más tiempo ahí que en su casa, con su mujer y sus hijos. Es el sitio que muestra cómo es, los amores que tiene, los miedos que lo atormentan. Cuelgan santos, vírgenes o peluches; están pegados los colores del club de sus amores o las señas del pueblo al que desea volver más que a nada en su vida; se leen los nombres de hijos, madres y mujeres, pintados en el vidrio o en algún rincón; lucen los termos, mates, tapizados, o las luces que colorean los interiores de rojo, azul, amarillo, verde… Todos le ponen algo a esa bestia de 300 caballos de fuerza (o más), para que se domestique al nomás tocarla con la punta de los dedos en el volante.

Sin embargo, el corazón y la fe del camionero quedan al descubierto en la retaguardia de la bestia, que es lo primero que uno ve de él en la ruta. Ahí se leen, como el título de un manifiesto, como una muestra de su ADN, los sentimientos y las fuerzas que lo movilizan. Las convicciones íntimas que lo hacen ir pese a todo lo que se le cruzará.

Un hombre agradecido de enseñanzas y valores
(RN 33, entre Rosario y Casilda).
El niño Dios de la región de Famatina y Chilecito,
La Rioja (Autopista Rosario-Córdoba).

HÉCTOR RÍO
Nació en Casilda, Santa Fe, en 1974. Vive y trabaja en Rosario. Reportero gráfico en diferentes medios y agencias. Coeditor de POSTEO, una serie de fanzines sobre fotografía. Paralelamente, desarrolla proyectos documentales. Su trabajo se puede ver en www.hectorrio.com