Incondicionales

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Lo que para el sentido común era algo obvio, para la ciencia no resultaba tan claro. Pero luego de décadas de investigación, la comunidad científica logró confirmar lo que todos dábamos por cierto: los animales también se hacen amigos.

Sin dudas nos emociona que un perrito callejero vea cómo su compañero de andanzas queda herido y no dude un segundo en mover cielo y tierra hasta que un “humano” vaya en su ayuda. Que un chimpancé parezca reír al abrazar a un compañero mientras ambos comparten comida en la copa de un árbol. Que una dupla de delfines juegue en las aguas y salte sobre la superficie del mar sin más afán que divertirse o celebrar el vínculo.

La amistad entre animales nos arranca sonrisas. Porque los vemos afectuosos, cercanos, agradecidos, cómplices. En definitiva, porque los vemos parecidos. Entre ellos, y también a nosotros. 

Amor por el semejante es justamente la explicación etimológica del término homofilia, con el que los científicos buscan explicar estas conductas animales tan pero tan cercanas a la amistad como la conocemos los humanos.

Cualquiera que se ponga a pensar en sus propios amigos, probablemente se dará cuenta de que son personas que de un modo u otro se nos parecen. Quizás crecimos en el mismo barrio, nos gusta el mismo equipo o compartimos un pasatiempo. Eso es homofilia, una inclinación natural por la similitud, que desde luego no es privativa de nuestra especie. Dan cuenta de ello monos, cebras, marmotas, elefantes y ballenas, entre otras especies de las que se ha comprobado que muestran preferencia por interactuar, por ejemplo, con compañeros de grupo de edades cercanas a ellos. 

No, no es humanizarlos. Es una simple descripción.

La pregunta es si este tipo de conductas en los animales resulta suficiente como para hablar de amistad. Al menos en el sentido que le damos los de nuestra especie. 

Parece una discusión trivial, pero la comunidad científica lleva décadas discutiendo este asunto. ¿Y cómo viene el debate? Poco a poco continúa perdiendo terreno aquella postura hasta hace poco dominante de cancelar la palabra “amistad” cuando se hablaba de animales. “No humanicemos”, se repetía como mantra.

Cómo habrá sido de negado el asunto que hasta hace poco en los papers científicos directamente se evitaba esa palabra, o a lo sumo se tomaba la licencia de escribirla en cursiva, como cubriéndose de una segura crítica.

¿Y por qué tanta negativa? Básicamente porque la comunidad científica no quería caer en la tentadora decisión de considerar “amistad”, en términos humanoides, a conductas que quizás simplemente eran asociaciones de pares con un fin pragmático relacionado por lo general con la obtención de alimentos o la protección mutua. Una especie de intercambio de favores, un toma y daca donde todos ganan… ¿es amistad?

TRES AMIGAZOS 

Mientras se estaba completando un procedimiento antidrogas en una localidad de Atlanta, en los Estados Unidos, la sorpresa de los efectivos policiales fue enorme cuando en el sótano de una vivienda encontraron nada menos que un oso, un tigre de bengala y un león. Eran apenas cachorros de unos pocos meses de vida, hallados en muy mal estado de salud. Corría el año 2001. 

Los tres animales fueron llevados a un refugio, donde por décadas han convivido en un mismo sector, sin separaciones. Nunca permitieron que los separaran. Baloo, Leo y Shere Khan –el oso, el león y el tigre– comen, duermen y juegan juntos “e incluso se asean y buscan afecto entre ellos frotándose la cabeza y lamiéndose el uno al otro”, aseguran desde el refugio. “Sus terribles primeros meses de vida los unieron a los tres y ahora son inseparables a pesar de sus obvias diferencias”, aseguran.

¿Cuenta eso como amistad? Sin dudas, respondería cualquier persona desde el sentido común, aunque el mundo académico podría poner algún reparo. “No sería –dicen algunos– estrictamente una relación de homofilia o amistad, sino una simple adaptación a un entorno de domesticación, en el cual los animales solo se acostumbran a vivir con otros de especies diferentes y desarrollan un vínculo que, sin la mediación del humano, seguramente no existiría”. 

Ese es el planteo de Clive Wynne, profesor de Psicología de la Universidad Estatal de Arizona, quien incluso apunta que “el impacto del ser humano puede provocar estrés en los animales al confinarlos en espacios cerrados, fomentando así una búsqueda de consuelo por parte de ellos en otros animales, aunque no pertenezcan a la misma especie”. 

Algo de esto seguramente se vive en miles de hogares, donde perros y gatos desafían el mito urbano y entablan relaciones hermosas. ¿Amistad? No lo dudamos. Pero la ciencia pondrá sus reparos. 

DEFINAMOS “AMISTAD”

¿Qué hace que una relación, sea entre humanos, sea entre animales, pueda ser definida como “amistad”? Barbara J. King, antropóloga del College of William and Mary, en Virginia, Estados Unidos, es una estudiosa de las relaciones entre animales y ha postulado tres ejes que plantean algo así como el “umbral de la amistad” cuando se habla de especies diferentes.

– Debe ser una relación sostenida en el tiempo.

– Debe ser mutua, con ambas especies interactuando.

– Se tiene que producir algún tipo de adaptación en beneficio de la relación, ya sea una modificación en el comportamiento o en la comunicación.

Aun con ello, la evidencia científica recogida hasta ahora todavía no permite sacar conclusiones aceptadas por toda la comunidad de investigadores. “Creo que aún no hemos llegado a ser capaces de extraer patrones, porque la base de datos es demasiado pequeña”, aseguraba la propia King, siempre hablando de las amistades interespecies.

Porque en esto también talla la forma con la que se elige investigar la amistad. Para identificar y estudiar ese vínculo entre humanos, los científicos pueden preguntar a sus sujetos de estudio quiénes son sus amigos. Esto dará una idea de la diferenciación de las relaciones desde la perspectiva de la persona preguntada (aunque hay que aclarar que no siempre las respuestas a estas preguntas reflejan una amistad mutua). Distinto es cuando hay que estudiar amistades no humanas, porque allí los investigadores quedan limitados a métodos de observación sobre el comportamiento. 

Herramientas distintas, conclusiones distintas. ¿Se pueden entonces comparar científicamente amistades humanas y amistades no humanas? Sí, pero solo si las conclusiones se basan en la utilización de un método común, la observación, según lo plantean los científicos de la Universidad de Utrecht, Massen, Sterck y de Vos, en su trabajo “Asociaciones sociales cercanas en animales y humanos: funciones y mecanismos de la amistad”.

Quien sí llegó a conclusiones en este sentido fue el antropólogo y biólogo evolucionista Robin Dunbar, de la Universidad de Oxford, especializado en el comportamiento de primates. Dunbar afirma que si bien “la mayoría de los animales tienen conocidos, solo unas pocas especies son capaces de entablar una verdadera amistad”. En este selecto grupo de mamíferos, el británico incluye a los primates superiores, miembros de la familia de los caballos, elefantes, cetáceos y camélidos.

Un rango en común de todas estas especies (grupo al que podríamos sumarnos los humanos): todos viven en grupos sociales estables y unidos. “La vida en grupo tiene sus beneficios”, escribía Dunbar en un artículo publicado en 2014 en la revista The Scientist. “Pero –agregaba– también puede ser estresante y no puedes simplemente irte cuando las cosas se ponen difíciles. Y ahí es donde entra en juego la amistad. Los amigos forman coaliciones defensivas que mantienen a todos los demás lo suficientemente lejos, sin ahuyentarlos por completo”.

Para Dunbar “se necesita inteligencia para vivir en un sistema social estratificado y vinculado”, donde se conjugan diferentes redes de amistades y otras relaciones sociales. ¿De qué se trata esto? De que pareciera que los animales, al igual que los seres humanos, también tienen algo así como un círculo social “en capas”. 

“Cualquiera que sea la especie, el núcleo tiende a estar formado por unos cinco amigos íntimos; la siguiente capa lleva el grupo a unos 15, y el círculo más amplio abarca un total de unos 50 amigos”, apunta el británico, y agrega: “Cada capa proporciona diferentes beneficios. Si bien los más íntimos ofrecen protección y ayuda personal, puede que se dependa de un grupo de amigos más grande para obtener alimento y de toda la sociedad para defenderse contra los depredadores”. 

¡Epa! ¡Entonces no somos tan diferentes! Los vínculos se parecen, los beneficios también. Los sujetos de la amistad son bastante similares; la relación mutua, sin dudas. Son amigos, aunque no sean humanos, porque son capaces de encontrarse en el otro y de protegerse y beneficiarse ambos, por más que eso sea lo de menos. ¿Estaremos a tiempo de aprender de los animales? 

HORMONA DE LA AMISTAD

Para agregarle más casilleros a la tabla de similitudes de las amistades humanas y las no humanas, un estudio publicado en 2007 en Proceedings of the National Academy of Sciences, de los Estados Unidos, demostró que el área septal del cerebro humano, que controla la liberación de oxitocina y vasopresina, está involucrada en la confianza incondicional que tenemos con nuestras amistades. Y adivinemos qué… Curiosamente, esta área está muy conservada tanto en forma como en funcionalidad en una variedad de especies. 

“Como en los humanos”, plantea el biólogo alemán Karsten Brensing, intervienen hormonas, “por ejemplo la hormona del amor, la oxitocina”. Es que a ellos, los animales, también se les despierta una sensación agradable cuando interactúan con esos seres que nosotros llamamos simplemente amigos.