Felipe Pigna: “Decir ‘no sé’ es una virtud”

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“La historia ya no es una moda, sino una tendencia”, asegura Felipe Pigna. Los hechos de mayo de 1810, los mitos del pasado, los defectos y las virtudes de los argentinos son algunos de los temas de la conversación con el historiador más popular de la Argentina.

Por Marité Iturriza
Fotos Nico Pérez

A Felipe Pigna no le hace falta levantar demasiado la vista para encontrarse con el saludo afectuoso de la gente que lo cruza por la calle. El torbellino que sale por la boca del subte hacia la calle Bolívar no interrumpe el paso de este profesor de Historia que, con más de 15 libros editados, se prepara para publicar dos nuevos títulos: uno sobre Gardel y Los cuentos del abuelo José, su primera obra de ficción.
A pocos metros, cruzando la Avenida de Mayo, Pigna propone entrar en el mítico Café London, el preferido de Cortázar, para hablar de la revolución y de los “padres de la patria”, como prefiere denominarlos. Atrás quedó el edificio del Cabildo –hoy Museo Histórico Nacional del Cabildo y de la Revolución de Mayo–, donde posó para las fotos, con su aljibe y su torre, sus arcos y balcones, sus muchas reestructuras y transformaciones.
El autor de Mujeres insolentes de la historia nació el 29 de mayo de 1959 en la ciudad de Mercedes (provincia de Buenos Aires), pero se crió en Azul, donde vivió hasta los 7 años. De su infancia allí, recuerda especialmente el Cine Odeón, que quedaba al lado de su casa y al que solía ir cuando volvía de la escuela; también las peleas entre sus tres hermanas mayores, quienes se disputaban el cuidado del más chico de la familia.
“Mis viejos fueron dos personas fundamentales para mí. Vivíamos en una casa llena de libros y música”, rememora. Su papá –que era gerente de Sadaic– muchas veces organizaba cenas que se extendían hasta la madrugada. En esas reuniones conoció a grandes músicos, como Atahualpa Yupanqui, Los Chalchaleros y Mercedes Sosa. “Mi mamá, que se llamaba Hernilde, siempre nos inculcó muy buenos valores. Fue una mujer valiente, muy del cine y el teatro. Tanto que terminó siendo actriz a los 70 años, ganando premios, algo que evidentemente tenía postergado. Fue un ejemplo para mí –asegura–, una mujer muy querible y una hermosa ‘insolente’”.
El cielo azul que se recorta desde las ventanas del London aplaca las voces que circulan entre las mesas. Una pareja se saca fotos junto a la escultura que homenajea al autor de Rayuela. “No te podés perder las medialunas que hacen acá”, comenta Pigna antes de llamar al mozo y comenzar la entrevista.

 

  • ¿Por qué es fundamental conocer a fondo los hechos de mayo de 1810?

Yo creo que hay una cosa muy importante que es el coraje, la decisión en esa época tan desfavorable en la que estábamos muy complicados a nivel internacional –nos miraban Portugal, Inglaterra–. Se tomó la decisión de constituir un primer gobierno patrio y todo un andamiaje jurídico en el que tuvieron mucho que ver Belgrano, Castelli, Moreno, los abogados. Es importante cómo sentaron las bases jurídicas para después ir modificándolas y acercarnos a la revolución. Me refiero a un primer reconocimiento puramente discursivo de Fernando VII como soberano. Porque vale aclarar que no era que en España no existía un poder, estaba el Consejo de Regencia. Entonces, muy inteligentemente, en vez de decir “No reconocemos al Consejo de Regencia”, dijeron “Reconocemos al rey”, que era lo mismo que nada, porque el rey estaba preso de Napoleón. Era una estrategia bastante inteligente pensar que Fernando no volvía y que esta proclamación de fidelidad a Fernando no tenía costos. En cambio, hubiera sido mucho más grave decir de entrada “No reconocemos al Consejo de Regencia”. Ahí se ve la estrategia, la astucia de estos abogados de la revolución a los que a mí me gusta decirles “padres fundadores”.

“Suponer que las diferencias políticas son insalvables y me impiden saludarte, es vivir en la barbarie”.

  • Si en 1810 se hubiera hecho una encuesta sobre los temas que preocupaban a la gente, ¿cuál habría sido el resultado?

Midiendo por escala social, las preocupaciones eran muy distintas. Había un 40 por ciento de la población conformado por esclavos, personas excluidas de la política, de la educación, no eran ciudadanas. Después, un sector estaba un poquito mejor: eran los blancos pobres, su preocupación pasaba por subsistir. En Buenos Aires la pobreza rondaría el 90 por ciento. Esas eran las preocupaciones cotidianas. La política era un lujo que se podían dar los sectores ilustrados. A su vez, alrededor de 1810 se fue creando conciencia política en sectores populares. Un ejemplo fue la formación de la Legión Infernal, integrada por gente de los suburbios que acompañó decididamente a la revolución, encabezada por French y Beruti. Es un momento en que las preocupaciones van dándole más lugar a la política.

  • ¿Cómo era la sociedad de entonces?

Tenía grandes problemas de abastecimiento, se producía muy poco: carne, algunas verduras de subsistencia. Todo lo demás se importaba. Entonces, en momentos de guerra en Europa, los productos se encarecían enormemente. Por eso muchos consideraban el librecambio como solución; otros, como Belgrano, pensaban en la industria local. Mientras tanto, había que liberar los productos, que tenían tal cantidad de impuestos por parte de la Colonia que eran incomprables.

  • ¿Cómo nos veían otros países en el momento de la revolución?

Había un interés muy fuerte por Buenos Aires que se despertó a partir de las Invasiones Inglesas. Ahí empezó a estar en las noticias de Europa como un lugar importante, porque junto con el puerto de Montevideo, eran el paso hacia el Pacífico. El canal de Panamá no existía, y todos los barcos daban la vuelta por el estrecho de Magallanes. Las Malvinas y Buenos Aires eran puntos muy importantes. Las noticias de la revolución empezaron a cobrar interés y algunos comenzaron a simpatizar con ella, ya sea por motivos económicos o por un pensamiento liberal, liberal en el sentido de adherir a la defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión, en cierta forma, con los valores de la Revolución francesa.

 

  • ¿Qué mujeres se destacaron en 1810?

Muchas anónimas, porque justamente la mujer tenía obturado por todos los medios la participación en la política. Sin embargo, hay dos muy interesantes. Una es Guadalupe Cuenca, la mujer de Mariano Moreno. No podía ir al Cabildo ni firmar artículos en la prensa, pero podía acompañar a su marido, discutir con él, lo que se ve claramente en las cartas que le escribe cuando cree que está vivo, pero ya murió. Hablan de alguien muy metida en la política. Y la otra es Mariquita Sánchez de Thompson, la primera que se casó con quien quiso, cosa imposible en el Río de la Plata, donde estaba establecido por las leyes españolas que las mujeres no decidían sobre su futuro, sino que el matrimonio era arreglado según las conveniencias de los padres. Ella litiga y consigue casarse con Jacobo Thompson. También era una gran anfitriona en su casa, que quedaba acá cerquita, en la Avenida de Mayo, donde recibía a todo el mundo.

  • Vos planteás que en la enseñanza de la historia hay un antes y un después de 2001. ¿Por qué?

Porque ahí tocamos fondo. Entonces había que ver de dónde venía esto. Fue un proceso interesante. Desde 2001 y hasta mediados de 2002, la gente pedía culpables, después empezó a pedir ejemplos. Primero, se preguntó “¿Quién me trajo hasta acá?, remontémonos todo lo que haga falta”. Después: “¿De qué me agarro para salir de acá?, ¿qué ejemplos tengo?”. Había una búsqueda de la ejemplaridad. Ahí creo que vino el fuerte interés por la historia. Hoy ya no es una moda, sino una tendencia; hay una conciencia de que la historia es importante.

  • Los argentinos solemos ver la realidad de manera binaria, ¿somos fabricantes de grietas?

Sí, en todo caso, seríamos muy principiantes…, porque grieta es la de la Guerra Civil Española, con un millón de muertos; grieta es la europea, con más de 60 millones de muertos entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, esas son grietas… y lograron salir. Me parece que se exaltan más, por conveniencia, nuestras divisiones que nuestros acuerdos. La Argentina también fue un país de acuerdos. Algunos ejemplos son el encuentro entre Urquiza y Sarmiento, entre Alberdi y Rosas en el exilio, entre Perón y Balbín, tantos… Además, suponer que las diferencias políticas son insalvables y me impiden saludarte es directamente vivir en la barbarie. Si uno no puede tomar un café con una persona que piensa de otra forma, estamos complicados. Yo creo que es enriquecedor conversar con gente que piense diferente en la medida en que nos respetemos. Porque es muy distinto decirte “No pienso lo mismo que vos”, que decirte “Estás totalmente equivocada”. Así, a vos no te dan ganas de seguir hablando. Es normal pensar diferente, pero acá no.

“La verdad es que los jóvenes sí leen, se interesan, la tienen complicada, pero se las arreglan”.

  • ¿Esto nos pasa particularmente a los argentinos?

Sí, muy fuertemente acá… creo que es una cuestión urbana, de Buenos Aires, Córdoba, Rosario…, muy de Buenos Aires. Los centros urbanos tienen esa cosa de alto grado de autoestima y de creencia personal… Pensamos que podemos hablar de cualquier cosa, que sabemos de todo. Yo tengo mucho respeto por la gente que sabe, y cuando no sé, lo reconozco. Decir “no sé” es una virtud, pero acá se cree que degrada cuando, en realidad, enaltece.

  • ¿Te definís como un tipo optimista?

Sí, soy optimista. En mi caso, es un optimismo difícil [risas], que se basa mucho en mi contacto con la juventud y con la niñez, en las charlas que damos con Darío Sztajnszrajber, a las que asisten miles de pibes. Vienen a ver a dos tipos que hablan dos horas sobre historia y filosofía. Se quedan esperando para preguntarte qué pueden leer. Por eso, cuando escucho a gente que no lee decir que los jóvenes no leen, me pregunto “¿Con qué derecho?”. La verdad es que leen, se interesan, la tienen complicada, pero se las arreglan para ir a vernos y conseguir libros. Eso me maravilla.

 

  • La revolución, como dice Andrés Rivera, ¿es un sueño eterno?

Sí, la revolución en el sentido de una vida mejor, un mundo más igual, es un lindo sueño. Yo diría “La utopía es un sueño eterno”. La utopía de un mundo para todos, todas, inclusivo. Es un sueño eterno porque nunca vamos a estar conformes. La utopía es lo que te mantiene la ilusión; en ese sentido es un sueño eterno. Posiblemente no llegues nunca, pero en la palabra “eterno” hay una trampa. Quiere decir que va a ser para siempre. Entonces, no es que nunca llegará, sino que te va a mantener permanentemente soñando el porvenir. Y también es un sueño eterno porque es para la eternidad. Pensás en el otro, no hablás del sueño de una persona, sino del de una humanidad.

Agradecemos a las autoridades y al personal del Museo Histórico Nacional del Cabildo y de la Revolución de Mayo por su colaboración en esta nota.

GARDEL Y SAN MARTÍN

Por estos días, Felipe Pigna está terminando de escribir dos libros. Uno sobre la historia de Gardel. El otro será su primer libro de ficción: Los cuentos del abuelo José, una obra pensada para chicos. “Son los cuentos que José de San Martín le contaba a su nieta, porque era un tipo muy afectuoso. Son doce relatos con ilustraciones de Costhanzo en los que cuento esa faceta, que también es una forma de conocer su vida. Es una primicia [risas], es la primera vez que lo menciono. Me encantó hacerlo”.