Poner en palabras

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En un jardín de infantes de Pompeya, en la ciudad de Buenos Aires, un grupo de madres participa de un taller de español para migrantes. No buscan aprender el idioma, sino la situación comunicativa adecuada.

Por: Magdalena Bagliardelli

Foto: Gentileza Fundación Pilares

 

Completar un formulario, enviarle una nota a la maestra o explicarle al dentista qué le duele a su hijo puede ser una dificultad para un grupo de mujeres cuyos niños asisten al Centro de Primera Infancia Pilarcitos, ubicado en el barrio de Pompeya, en la ciudad de Buenos Aires.

Para superar estas barreras, la Fundación Pilares, que apadrina el centro, inauguró hace menos de dos años el taller “Ronda de Palabras”. En una primera instancia, la idea original era reforzar los conocimientos de la lengua castellana de las mamás que provenían de Paraguay y hablaban guaraní.

Con el paso de los días, la actividad se fue llenando de mujeres de otros países latinoamericanos como Perú, República Dominicana y Bolivia. Entonces, las profesoras detectaron que la dificultad no era la ausencia de dominio de la lengua, sino encontrar las palabras justas para poder manejarse en determinados contextos o situaciones comunicativas de la vida cotidiana.

El taller se realiza cada quince días y está coordinado por Liliana Bergaña y Graciela Vázquez, docentes jubiladas de Letras que colaboran de manera voluntaria con la fundación. Cada encuentro se amolda a las motivaciones de las participantes. Las estrategias son variadas: a través de un cuento, un juego con palabras cruzadas o una puesta en escena, se intenta colocar en situación comunicativa a las mujeres para que vean cómo se utilizan las fórmulas de cortesía, el respeto hacia la otra persona cuando habla, el uso de condicionales, entre otros elementos.

“Eso que es básico en una conversación, no se usa. La gente no sabe cuánto cambia la comunicación cuando se tratan de un modo diferente. Nosotras queremos evitar la violencia verbal o física, que es a lo que se llega por falta de argumentos”, explica Liliana Bergaña, una de las docentes del taller.

 

DINÁMICO

Los martes a las 8:30 las mamás tienen cita en la sala de la dirección del Centro de Primera Infancia. Se colocan en círculo para poder mirarse a la cara entre todas. A la entrada del jardín las esperan con algún refrigerio, un mate cocido, una galletita o golosina. “Nosotras deseamos que lo guarden para después, para que nada interrumpa ese ratito, y les hacemos apagar los celulares. Que sea como estar en un aula”, añade Bergaña.

Una particularidad del taller es que hay unas seis personas que acuden de manera estable y el resto va fluctuando. Desde que inició, los temas que abordaron fueron el armado de un curriculum, primero a mano alzada y luego en computadora, se trabajó en situaciones de entrevista laboral y, después, de conflicto entre vecinos. Cómo pedirle un favor, cómo oponerse, cómo argumentar y no pelear son algunas de las propuestas.

“Llevó mucho tiempo conformar una dinámica de grupo, porque resolvés una situación y viene otra persona que quiere plantear la suya. Nosotras nos adaptamos, porque queremos trabajar la necesidad de cada una y desde lo profesional bajar hacia lo práctico”, indicó la docente.

 

El valor de la diferencia

 La mayoría de las mujeres que acuden al taller son migrantes que hablan español, pero no quieren ser reconocidas por su acento. Entonces, tratan de ocultar determinados giros lingüísticos, porque en muchas ocasiones son víctimas de burlas o discriminación.

“Tienen que convencerse de que en la diferencia está su riqueza, es un valor, no una contra. Lo que hacemos es ayudar a tomar conciencia del valor de la lengua, que te da identidad, y cuáles son los recursos y las herramientas que pueden usar cuando lo necesiten. Lo demás es invento del marketing“, afirma Liliana Bergaña.

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