Lionel Messi: La costumbre de lo asombroso

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El mejor jugador de fútbol del mundo encara la recta final de su carrera con algunas turbulencias que no le impiden seguir siendo el factor más desequilibrante de todos. Un recorrido por su historia, a 20 años de su llegada a Barcelona.

Fotos AFP

En los clásicos resúmenes de fin de año, por primera vez en los últimos quince no habrá ninguna imagen de Lionel Messi festejando un título. Desde 2005 hasta acá, solo en 2008 no fue campeón con Barcelona, aunque ese año no quedó en blanco por la medalla de oro obtenida con la selección argentina en los Juegos Olímpicos de Pekín.

Un año singular para el astro, cuya historia en la elite del fútbol comenzó hace 20 años, el 14 de diciembre de 2000: esa tarde firmó, en la servilleta de un bar, un simbólico primer contrato con el club con el que ganaría todo. Aquella informalidad fue el modo que encontró el secretario técnico de Barcelona, Carles Rexach, para asegurarse el futuro de la joya. Tan bien salió la movida que incluso la servilleta es hoy un bien preciado: se encuentra resguardada en una caja fuerte del banco Crèdit Andorrrà.

El apuro por evitar que otros se lo llevaran también motivó a Julio Humberto Grondona a organizar de apuro un amistoso de la selección argentina sub-20 contra Paraguay, para poder llamar a Messi y así impedir que se concretara una convocatoria de la selección española.

Messi fue primero un rumor, el de aquel chico que desmoralizaba rivales y los dejaba desparramados en el camino, resignados. En 2004 debutó oficialmente en la primera división y el rumor se convirtió rápidamente en ovaciones. No le llevó mucho tiempo hacer que un club centenario orbitara alrededor de su talento y, aunque se enfrente dos veces por semana contra rivales contemporáneos, su partido hace rato parece jugarse entre él y los más grandes de la historia.

Un ídolo construido sobre la apabullante base de sus gambetas, goles y triunfos, sin los extras que en la actualidad se les exige a las figuras para ganar seguidores: fuera de la cancha, Messi no ofrece ningún show; le alcanza con todo lo que hace con la pelota en el césped para tener al mundo pendiente de sus movimientos.

Hombre de rutinas, muy pegado a sus afectos, necesita en cada vestuario estar rodeado de amigos, de personas con las que pueda contar una vez que el partido termina. Con algunos de ellos conformó también las mejores sociedades futbolísticas: el uruguayo Luis Suárez, con quien suele irse de vacaciones, es el jugador que más pases de gol le dio a Messi en toda su carrera.

Su primer socio, el que le tendió la mano y lo incluyó en un grupo de pesos pesados, fue Ronaldinho. El brasileño dejó el club con la llegada de Pep Guardiola, quien se convirtió en el gran mentor de Messi, quizá el único entrenador que realmente haya influido en su forma de jugar. En ese Barcelona histórico formó sociedades legendarias con Andrés Iniesta, Xavi y Dani Alves. Para imitarlo o para oponérsele, durante un tiempo aquel equipo fue la unidad de medida universal.

¿De qué juega Messi? Eso no se responde fácil. No es delantero centro, pero es el goleador del equipo; no es un enganche clásico, pero también es el máximo asistidor; no es quien más entra en contacto con la pelota, pero el equipo se arma a su alrededor. Lo suyo es un rol más que una posición, y esto fue variando con el paso de los años. A grandes rasgos, en su primera etapa fue el revulsivo, aquel que sacudía la modorra del toqueteo eterno del equipo para electrizar el ambiente y empujar al equipo hacia adelante; en temporadas más recientes, esas explosiones se espaciaron, sin dejar de suceder, y a ellas les agregó un pase más punzante, de armador de juego. Es, en definitiva, el jugador de ataque total, un obsesivo del gol que gambetea no por buscar el lucimiento, sino por necesidad de acercarse al arco rival.

En febrero de 2005, disputaba el Sudamericano sub-20 en Colombia. El goleador fue el local Hugo Rodallega, a quien se le atribuyó una frase que él negó muchos años más tarde: “Soy el mejor del torneo, soy mejor que Messi”. La carrera posterior del colombiano nunca estuvo cerca de hacerle sombra a Lionel, y es algo que sufrieron casi todos los que, en algún momento, fueron señalados como rivales. El diario El País, de España, llamó a esto “la maldición del nuevo Messi”.

El gran ejemplo de esta maldición es Bojan Krkic, compañero de Lionel en Barcelona (incluso, llegó a quitarle a Messi el lugar como el más joven de la historia en meter un gol con esa camiseta). La presión fue demasiada para el chico, que fue recalando en clubes cada vez de menor renombre y hoy juega en la MLS de Estados Unidos.

El único que estuvo a la altura fue Cristiano Ronaldo. Aunque ambos negaron en cada declaración pública la existencia de una rivalidad, se midieron mutuamente y se potenciaron con la competencia. Se repartieron títulos, clásicos y premios entre 2009 y 2018. De manera más o menos voluntaria, cada uno interpretó un personaje: Messi, el héroe de la historia, tímido, sin declaraciones altisonantes ni grandes peleas; el portugués, en cambio, más jactancioso, picante para declarar y con toques de soberbia. Todo eso, al menos en el trazo grueso, en la construcción mediática que de ellos se hizo y que durante algunos años parecieron aceptar.

Más maradoniano que Diego con la pelota en los pies, sólo lo fue a cuentagotas fuera de la cancha, casi siempre en el último lustro, en el que se permitió enfrentarse a la AFA por la calidad de los vuelos en los que se trasladaba la selección; a la Conmebol por los arbitrajes en la última Copa América; y a Barcelona por la cláusula de rescisión de su contrato.

Hace cinco años se convirtió en el máximo anotador histórico de la selección.

No hay futbolista argentino que haya ganado más campeonatos que Messi. Sin contar el Mundial sub-20 de 2005 y la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 2008, hasta el momento celebró 34 títulos. Su gran cuenta pendiente es que no se encuentra en el selecto grupo de los que saben cuánto pesa una copa del mundo, a pesar de haber jugado cuatro mundiales. Hay un último tiro en la recámara: Qatar 2022.

Ningún jugador argentino hizo más goles que Messi. Hace cinco años se convirtió en el máximo anotador histórico de la selección, por encima de Gabriel Batistuta. Si además sumamos todos los que hizo en Barcelona, lleva más de 700 goles (el que más se acerca es Alfredo Di Stéfano, que tiene 200 menos, se retiró en 1966 y falleció en 2014). 

En su época de mayor esplendor en Barcelona, los triunfos en Argentina le eran esquivos. En la selección sufría y en su club se refugiaba. En los últimos tiempos, ese refugio se volvió hostil, se enfrentó a la dirigencia y se acostumbró a un equipo incapaz de dar el salto de calidad en competencias continentales. A pesar de no haber obtenido títulos, en estos años los viajes a Argentina para sumarse a la selección fueron un bálsamo. El refugio, ahora, es el hogar que conformó junto a Antonela Roccuzzo y sus tres hijos.

Ese hogar estuvo a punto de abandonar Barcelona, la ciudad que lo cobijó y lo disfrutó durante dos décadas. En ojotas y bermudas, cabizbajo, confirmó en una entrevista exclusiva a Goal que, a contramano de sus deseos, se quedaría por lo menos hasta mediados de 2021. Los meses siguientes lo vieron disputar partidos, pero ya no jugar.

El periodista Guilem Balagué, autor de la única biografía autorizada por la familia del rosarino, conserva contactos fluidos con el clan Messi y asegura que, poco a poco, el astro vuelve a sentirse cómodo con lo que hay a su alrededor: un nuevo entrenador y compañeros jóvenes, con ganas de acompañarlo a nuevas gestas. Habrá que ver si es suficiente para convencerlo de quedarse.

“Leo es una roca bajando en la montaña, lo mejor que puedes hacer es quitarle los arbustos del camino para que vaya más rápido”, define Balagué a la trayectoria de Messi, a esa fuerza natural que, de chiquito, con una estatura diminuta que lo obligaba a llevar la pelota en los pies, ya hacía las cosas que repetiría frente a los ojos de todo el mundo y en cualquier estadio. No queda mucha montaña por recorrer y la pendiente es menos pronunciada. A una velocidad menor, con la sabiduría recogida en el camino y también los magullones del trayecto, cada día que pasa es uno menos de Messi con la 10 en la espalda. Disfrutémoslo. 

INFLUENCIA

El nivel de excelencia alcanzado por Messi fue tal que su apellido se convirtió en un adjetivo calificativo. Alcanza con googlear “el Messi de” para notar lo efectiva y utilizada que fue la fórmula en todos los ámbitos imaginables para señalar la calidad del trabajo de alguien.

“Hay un diez en todos nosotros”, se lee al final de Messi10, el espectáculo del Cirque du Soleil basado en su historia. Por primera vez, la compañía teatral homenajea a un deportista. No se trata de una biopic, sino de una exploración, una búsqueda que pretende motivar al público a descubrir su propia excelencia, a encontrar a su Messi interior.

El espectáculo, que tuvo funciones a fines del año pasado en Barcelona, tenía previsto continuar en junio de este año en la Argentina, pero la pandemia postergó su llegada.