Hermanos… ¿a medias?

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Cómo lograr que los hijos de las familias ensambladas convivan en paz y armonía. Cuando la cuestión semántica define las relaciones.

Por Carola Sixto

Lo vemos en las películas, pasa en la vida real. Quizá el ejemplo más simbólico, para los que nacieron en los años 70, sean los Brady Bunch: una pareja de viudos que conviven en la misma casa, cada uno con sus tres hijos.
Aunque algo, seguramente, es diferente de lo que se ve en la televisión. Los padres que conviven con los hijos de su pareja y con los propios se enfrentan a diario con varias disyuntivas. La principal ronda la exigencia de no mostrar preferencias por ninguno.
La Asociación Americana de Psicología asegura que “el aspecto más difícil de la vida de la familia reconstituida es la crianza de los hijos”.
Esto no significa que no haya ejemplos de familias ensambladas que logran vivir en armonía y equilibrio. Sin embargo, puede surgir la pregunta sobre los sentimientos que tienen entre sí los medios hermanos. “Depende del lugar que ocupen en la familia, hay medios hermanos con los que se ha convivido toda la vida y no existen diferencias; y hay otros que no viven juntos y que han sido criados por personas distintas y ni siquiera están cerca. Es decir que el abanico es amplísimo”, explica Graciela Moreschi, médica psiquiatra especializada en terapia de pareja y familia.
Si bien la relación entre los hijos de cada integrante de la pareja depende de múltiples factores, lo que los adultos hagan o digan será fundamental en la construcción de ese vínculo.

”La denominación, de alguna manera, marca la posición que tienen en la familia. Si yo aclaro que es ‘medio’, estoy diciendo que hay algo que los separa”.
Graciela Moreschi

“En primer lugar, pesa la convivencia; en segundo lugar, la relación que se tenga con el progenitor no común y con la pareja de nuestro progenitor. Es fundamental que a los hijos no se los incluya en los conflictos de los adultos, que se respete al hermano como tal. Y también es necesario considerar los celos que haya, porque uno de ellos vive con el padre en común y quizá el otro no”, señala Moreschi.
Otra de las cuestiones para tener en cuenta, según los expertos, es sencillamente semántica: es mejor decir “tu hermano” que “tu medio hermano”. “La denominación, de alguna manera, marca la posición que tienen en la familia. Si yo aclaro que es ëmedioí, estoy diciendo que hay algo que los separa, puede que esto sea solo una aclaración al pie, y otra cosa es que esté marcado el vínculo de esa manera”, agrega la psiquiatra.

EL ROL DE LOS PADRES
Si bien los protagonistas y los más interesados en que la nueva familia sea funcional son los adultos que formaron una nueva pareja, el exesposo o la exesposa juegan un papel muy importante en la construcción del vínculo entre los medios hermanos.
“Si el padre del sexo opuesto –por ejemplo el papá cuya exesposa se casó con un hombre que a su vez tiene hijos– no habilita la relación de su exesposa, es muy probable que los hijos queden atrapados en el medio y, por una cuestión de lealtad con su padre, no puedan tener una buena relación con su medio hermano”, explica María Silvia Dameno, de la Asociación Gestáltica de Buenos Aires. Por eso, la psicóloga recomienda evitar que los chicos funcionen como correo de los mensajes de los adultos, de espías del otro, o sean rehenes en las luchas de poder de la expareja.

DIFERENCIAS NO TAN IRRECONCILIABLES
Exigir demasiado nunca es buena idea. Y en el caso de las familias ensambladas, quizá sea algo para recordar, no solo porque las nuevas relaciones requieren un tiempo para establecerse, sino porque las expectativas suelen ser demasiado altas. Es común, por ejemplo, ver parejas que programan viajes para ir todos juntos y así apurar el proceso de adaptación de los hijos de uno con los hijos del otro.
En este contexto, es bastante habitual que se impongan “no hacer diferencias” entre los hijos propios y los de la pareja, lo que muchas veces provoca mucho estrés, ya que de repente los padres pretenden que los hijos de cada uno se conviertan prácticamente en los mejores hermanos del mundo en pocos días.
Dameno señala: “Hay que aceptar que habrá diferencias. Es imposible no hacer diferencias afectivas, claramente no es lo mismo que sea hijo mío o del otro, nadie es una superpersona a la que le da exactamente lo mismo. Lo que sí no puede haber es diferencias de reglas; en esta casa todos siguen las mismas reglas: los míos, los tuyos, los nuestros”.
Este quizá sea el punto de partida para comenzar a construir el nuevo hogar. Con reglas claras para todos es más difícil que alguno sienta que se lo trata diferente.

LOS MALOS DE LAS PELÍCULAS

Por la Lic. María Silvia Dameno

Los primeros padrastros y madrastras de la TV seguían el estereotipo de crueldad de los cuentos, pero la presión social que significó el incremento de familias ensambladas en los EE.UU. y las quejas de las agrupaciones de padrastros lograron que la TV rompiera con este molde en la serie Dinastía. Este programa transformó el rol en su opuesto absoluto y creó una “supermadrastra” con una bondad y una comprensión imposibles de copiar. Configuraron así dos posibilidades poco atractivas para imitar: o el rechazo o la sobreexigencia. El equilibrio entre estos dos extremos se fue logrando gradualmente en la TV norteamericana y, por imitación, también en nuestro país. A partir de 1995, algunos programas de la televisión argentina (Montaña rusa, Nueve lunas) empezaron a incluir entre sus protagonistas a madrastras o padrastros que no eran ni ángeles ni demonios, sino personas reales, con miserias y grandezas que intentaban mantener el mejor vínculo posible con sus hijastros.