Estudiar y vivir en la escuela

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A 80 kilómetros de la ciudad de Córdoba, al pie del cerro Los Gigantes, funciona la Escuela Albergue Nuestra Señora del Valle, donde estudian y conviven niños, jóvenes y adultos. El compromiso de una comunidad para que el derecho a la educación no quede perdido en la montaña.

La Escuela Albergue Nuestra Señora del Valle tiene 54 años y es la única en 30 kilómetros a la redonda del cerro Los Gigantes. En la actualidad, asisten 39 alumnos entre nivel inicial, primario, secundario y modalidad de adultos. No abonan cuota ni matrícula, porque los gastos de funcionamiento de la escuela y el albergue son financiados por el Estado provincial y los voluntarios de la Fundación Manos Abiertas, de quien depende desde 2009. 

Las clases inician los lunes, luego del almuerzo, y finalizan los viernes, después del desayuno. El horario coincide con el único colectivo que acerca a los alumnos a sus casas para pasar el fin de semana. En cambio, el secundario de adultos brinda tutorías presenciales los viernes, cuando ya partieron niños y jóvenes.

Analía Castillo Sosa es la directora del nivel inicial y primario, pero también está frente al aula. “Hay un equipo docente que vive con los alumnos, y en épocas de restricciones por la pandemia, nos manejamos con una semana de alternancia entre presencialidad y virtualidad”, explica. Hoy tiene a cargo once alumnos junto a otro maestro.

“Después de dar clase, tenemos el internado, donde hacemos la vida de una casa. Mi compañero varón se ocupa de los varones, que duermen en la planta baja, y yo de las nenas, en la planta alta”, cuenta Analía. En sus tiempos libres, los chicos aprovechan para jugar, hacer las tareas y ver películas.

Benjamín Guzmán, alumno de cuarto grado, y Giuliana Altamirano, de sexto, coinciden en que les gusta “estudiar mucho” y divertirse con los compañeros y los profes que los cuidan. Además, Brenda Altamirano, también de cuarto, dice que hay “materias divertidas, como computación, música y plástica”, y que a pesar de que se levantan temprano, “los días son muy bonitos”. Mía Maldonado, de segundo, cuenta que le gusta la escuela porque tiene muchos amigos “con quien jugar”.

IMPOSIBLE DEJAR DE ENSEÑAR 

En la escuela albergue se cumple el rol de docente y responsable de la crianza a la vez. ¿Cómo separar, entonces, el contexto de enseñanza áulica con el de la vida cotidiana? Al respecto, Analía Sosa responde: “No se separan. Pongo de ejemplo a la ESI (educación sexual integral), porque hacemos ESI todo el día. Por ejemplo, cuando hablamos de por qué es necesario bañarse, por qué cerrar la puerta del baño, cuáles son las partes del cuerpo”. Y enfatiza: “En el momento del albergue es cuando más enseñás. Ni hablar cuando estás cerca de una prueba y les preguntás si tienen dudas, si pudieron hacer la tarea”.

La docente cuenta que sus estudiantes tienen “la linda costumbre de leer a la noche”. “Yo estoy en una habitación contigua escuchando lo que pasa, entonces por ahí me preguntan ‘Seño, ¿qué quiere decir tal cosa?’. O si pronuncian mal alguna palabra, les corrijo. Yo siento que el albergue educa mejor que el tiempo áulico”, sostiene. 

SECUNDARIA ORIENTADA AL AGRO

El calendario escolar es igual al de los colegios urbanos: de febrero a diciembre. Sin embargo, los docentes de nivel medio asisten solo una vez por semana, dan todas las horas de clases juntas y dejan tarea hasta la semana siguiente. 

En total, son 19 alumnos en el secundario orientado en Agro y Ambiente, aunque este año no hay estudiantes en sexto. “El secundario comenzó a funcionar cuando la Fundación Manos Abiertas se hizo cargo de la institución, en 2009. En total, hay 14 alumnos que terminaron efectivamente y solo uno que debe materias”, explica a Convivimos Eduardo Bordone, director de este nivel. “Algunos se quedaron en la zona, haciendo changas o contratados por algún dueño de campo, y varios estudian Magisterio, Administración o Veterinaria en otros lados”, comenta. 

“El colegio no solo brinda servicios a los chicos, sino a toda la comunidad”, asegura Bordone. “Varias veces por año suben al colegio médicos y profesionales de la salud desde el dispensario de Tanti (una ciudad a 30 kilómetros) y médicos rurales del Hospital de Cruz del Eje para atender a vecinos y a familiares de los alumnos, con lo cual la comunidad escolar se torna mucho más amplia”, indica. Además, los vecinos de la zona habitualmente se encuentran en dos festejos anuales: el 25 de mayo y en noviembre, durante la fiesta patronal de Nuestra Señora del Valle, con procesión y desfile de gauchos.

La celeste y blanca en el patio de la escuela

LIDIAR CON LA VIRTUALIDAD

Durante el tiempo en que las clases presenciales estuvieron interrumpidas, no hubo virtualidad posible. “Solo nos podemos conectar con los alumnos que salen a algún cerro a buscar señal que les permita intercambiar mensajes de texto y alguna foto de la tarea”, explica el director. 

“En esas condiciones, nos ha sido muy difícil sostener el trabajo escolar y el vínculo, pero hemos podido hacerlo”, agrega. Para que nadie quede atrás, cuenta que fueron a visitar a las familias que más lo necesitaban. 

 “A pesar de lo difícil que es vivir a casi 2000 metros de altura, los estudiantes demuestran que cuando uno tiene clara la meta, los caminos se abren”.
Iris Barranco

Omar Cruz Maldonado tiene 20 años y está estudiando Medicina Veterinaria en la Universidad Católica de Córdoba. Él es uno de los egresados de la escuela rural. “La enseñanza más fuerte que me dejó la escuela es que no importa de qué rincón venís, si te esforzás y creés en vos, podés cumplir tus metas y llegar adonde quieras”, relata a Convivimos.

Omar recuerda que a los cinco, cuando ingresó, le costaba pasar toda la semana lejos de su mamá, pero luego la escuela se convirtió en su verdadera casa. “En los doce años en los que estuve, llegaron y se fueron muchos compañeros y docentes, pero el espíritu de la escuela siempre ha sido el mismo: ser un hogar para todos los que vivimos allí y darles oportunidad a jóvenes y adultos de terminar sus estudios para acceder a mejores empleos o a estudios de nivel superior”, reflexiona.

En el caso de Susana Díaz, otra egresada, el mayor aprendizaje que se llevó fue “estar para el otro sin esperar nada a cambio”. “Siempre en el campo fuimos muy unidos, y al compañerismo lo transmitíamos en la escuela”, afirma. “El respeto, el saber decir ‘muchas gracias’ o ‘buen día’, son cosas pequeñas, pero que te marcan la vida y te abren muchas puertas”, afirma. 

Susana considera que es importante que exista la escuela albergue, ya que no todos los chicos tienen la posibilidad de ir a estudiar a los pueblos más cercanos. En la provincia de Córdoba funcionan otras 77 escuelas de este tipo, según informa el Ministerio de Educación. 

ADULTOS QUE ESTUDIAN

En la escuela Nuestra Señora del Valle también funciona una sede del CENMA N° 295 (Centro Educativo de Nivel Medio Adultos) de la localidad cordobesa de Malagueño.

Los viernes de 10:30 a 15:30 se brindan tutorías presenciales para los habitantes de la zona. “Hay mucha voluntad y esfuerzo por aprender por parte de los estudiantes, que llegan recorriendo largas distancias, algunos en moto, otros a caballo o en sus vehículos particulares, haga frío o calor, con viento o lluvia”, relata Iris Barranco, directora del CENMA en Malagueño y tutora de inglés en la sede rural de Los Gigantes.

Este año, trabajan con nueve estudiantes bajo la modalidad de escuela remota, hasta tanto regresen las tutorías presenciales de los viernes. “Van avanzando, haciendo consultas a los tutores y rindiendo los exámenes virtuales”, señala. La modalidad de adultos cuenta con un egresado del 2018, y habrá nuevos graduados el año que viene.

“Trabajar en la escuela de Los Gigantes es muy gratificante, porque a pesar de lo difícil y complejo que es vivir a casi 2000 metros de altura, con caminos de montaña, con vientos fuertes y situaciones climáticas adversas, los estudiantes demuestran que cuando uno tiene clara la meta, los caminos se abren y el esfuerzo rinde sus frutos”, afirma Barranco.