Ídolo sin tiempo

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Osvaldo Wehbe.

Osvaldo Wehbe
Periodista y relator deportivo.
Ilustración: Pini Arpino

Ese es mi ídolo”. ¿Cuántas veces habrá usted escuchado esa frase? Muchas. Y ni hablar del calificativo gritado “¡ídolo!” cuando pasa cerca de una persona alguien que es excesivamente amado o admirado por ella. Así define a esta palabra el viejo y querido diccionario.

Siempre hemos admirado, más cerca o no, a figuras del espectáculo o del deporte, de la política y de la sociedad toda. Y en varias ocasiones la idolatría se da entre pares, fundamentalmente cuando uno de ellos quiere llegar a ser como aquel que admiró de niño.
El inglés Lewis Hamilton, nacido en Inglaterra en 1985, es múltiple campeón de la Fórmula 1. Son cinco las coronas obtenidas; la última, a fines del año pasado.

Llegó de esta manera a la cifra que ostenta nuestro Juan Manuel Fangio, que murió cuando Hamilton tenía 10 años, en 1995. Ambos son solo superados por Michael Schumacher, quien ganó siete campeonatos.

Lewis Hamilton no deja de decir que Fangio es su ídolo. Separados por varias generaciones, el sobrino del “Chueco” viajó a Brasil para juntarse con el actual campeón, en noviembre del año pasado. “Como siempre digo, tu tío es como el padrino de nuestro deporte”, le manifestó el inglés cuando quedaron cara a cara, antes de realizar un intercambio de presentes.


La relación parece inexistente e imposible de darse entre Hamilton y Fangio. Pero es real. El deporte y la idolatría todo lo pueden. Y a pesar de que muchos argentinos (aunque sea curioso) no lo tienen tan estudiado y visto al enorme piloto de Balcarce, el mundo no deja de asombrarse y venerar al argentino que ganó su último título en 1957.

Con la marca Mercedes Benz en común, Hamilton mostró su admiración por Fangio y lo hizo saber al mundo desde siempre. Junto a AyrtonSenna, son sus ídolos.

El hilo conductor entre Lewis Hamilton (sus padres le pusieron el nombre en honor al atleta Carl Lewis) y Juan Manuel Fangio no es difícil de explicar. Es como lo que le sucede a cualquier futbolista con Diego Maradona o Pelé.

Lo extraño, y a la vez hermoso, es unir a Stevenage –ciudad inglesa de 87 mil habitantes en donde habita, entre otros, el escritor Ken Follett y donde nació Hamilton– con Balcarce –ciudad de la provincia de Buenos Aires con 40 mil ciudadanos y el museo de Fangio como lugar de visita ineludible–. El deporte, en este caso el automovilismo, las unió para siempre.

Por Hamilton y Fangio. Ambos quíntuples campeones del mundo. Con vidas y realidades absolutamente disímiles, pero con la pasión por los fierros y la velocidad a flor de piel.
Es bueno saber que cuando Lewis Hamilton ganó su quinto título el año pasado, no solo alcanzó al Chueco Fangio, sino que lo veneró y lo recordó.

Las idolatrías tienen que ver, a veces, con fanatismos inútiles. Y muchas otras con reconocimientos y respetos. Nuestros padres hablaban de Fangio de la misma manera que este muchacho inglés de apellido Hamilton. Con reverencias y admiración.

De un campeón hacia otro. A pesar de los años, de momentos vividos.