Lengua de mujer

0
18

“Mi única ambición es llegar a escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer”. Estas palabras le pertenecen a Victoria Ocampo, la primera mujer en ser designada miembro de número de la Academia Argentina de Letras.

De la mano de esta escritora, nos introducimos en la perspectiva sexista de la lengua para reflexionar, desde aquí, sobre el Día Internacional de la Mujer, que se conmemora en cada 8 de marzo en honor a la lucha de las mujeres por su participación en la sociedad y su desarrollo íntegro como personas en pie de igualdad con el hombre.

La cosmovisión androcentrista elaboró una forma de nombrar el mundo a partir de un masculino genérico. De este modo, existe un convencimiento de que el género masculino tiene un valor universal y de que el femenino se refiere a lo específico.

Ahora bien, es bueno admitir que este es un modo más (entre todos los que existen) de invisibilizar a la mujer. “En un mundo donde el lenguaje y el nombrar las cosas son poder, el silencio es opresión y violencia”, dice Adrianne Rich, en Sobre mentiras, secretos y silencios.

La lengua es el vehículo del pensamiento, nos permite comunicarnos. No obstante, es necesario reconocer que no es inocente. Transmite estereotipos, conocimientos, valores, prejuicios, ideas, ideologías. Es un elemento con el que los seres humanos construimos la realidad. “Las lenguas son amplias y generosas, dúctiles y maleables, hábiles y en perpetuo tránsito; las trabas son ideológicas”, afirma Eulàlia Lledó Cunill, doctora en Filología Románica.

“La lengua no es sexista, sexista es el uso que se hace de ella”.

Con naturalidad empleamos expresiones que dejan afuera a la mujer o que la menosprecian. Un ejemplo, por nombrar solo un par, es el de aquellos vocablos que tienen diferentes significados según se exprese su forma masculina o femenina: “zorro” (hombre muy astuto) y “zorra” (prostituta). Lo mismo ocurre con “fulano” (persona indeterminada o imaginaria) y “fulana” (prostituta… otra vez).

También encontramos palabras que no tienen femenino y que señalan cualidades positivas: “caballerosidad”, “hombría”, “prohombre”. Del otro lado, existen palabras que no tienen su forma masculina y que llevan siempre una carga negativa: “arpía” (mujer muy malvada).

Ante esto, tenemos recursos que nos posibilitan producir mensajes variados, no repetitivos, precisos y no sesgados, sin que por eso debamos renunciar a la estética y a la economía del lenguaje. Podemos usar nombres colectivos: “la ciudadanía” en reemplazo de “los ciudadanos”. Desde la gramática, también podemos evitar la palabra “hombre” con el uso de la forma impersonal en tercera persona con “se”: es mejor decir “En la prehistoria se vivía en cuevas” frente a “En la prehistoria el hombre vivía en cuevas”.

Lo maravilloso de estos recursos es que no excluyen a nadie. Por ahí, otras formas, como el empleo de la “e”, la “x” o la “@”, dificultan la accesibilidad en los dispositivos que leen las personas ciegas. Si con mi manera de hablar o escribir estoy dejando a alguien afuera, entonces ya no soy inclusiva. Recordemos: la lengua no es sexista, sexista es el uso que se hace de ella.