Los límites los hacen más libres

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Si existe una tarea desafiante en la crianza y educación de los chicos, es la de aprender a establecer límites. Visiones, pautas y recomendaciones de los especialistas.

Fotos: Istock

Una de las tareas más complejas a la hora de educar a los hijos es aprender a establecer límites en un equilibrio que posibilite a los padres mantenerse firmes, pero respetando la autonomía infantil.

Los límites, explican los expertos, permiten que crezcan asumiendo responsabilidades y desarrollando habilidades emocionales y sociales. 

Pero no es fácil, y por eso los adultos se encuentran en la encrucijada de cómo hacerlo sin sentir culpa ni remordimientos.

“El principal desafío hoy es no dejarse llevar por el movimiento permisivo que lleva a tener ‘hijos tiranos’ y con poca fortaleza interna. Perder el miedo a lastimarlos con nuestros ‘no’ o a que se enojen con nosotros”, opina la psicóloga Maritchu Seitún, especializada en orientación a padres.

Los límites no son normas rígidas, autoritarias ni castigos, sino hilos invisibles que ayudan a la convivencia desde el respeto y la empatía. También protegen a los niños y ayudan a crear un entorno seguro, a diferenciar lo correcto de lo que no lo es, a gestionar las emociones, a comprender el mundo. 

Para lograrlo, ¿hay que negociar con los chicos? 

“No me gusta la palabra ‘negociar’, porque me suena a dos iguales, y en la crianza hay una asimetría natural, saludable y necesaria entre adultos y chicos. Me gusta más el término ‘acuerdo’, porque las dos partes nos comprometemos. Sí es importante escucharnos mutuamente antes de decidir y acompañar en el dolor cuando no consideramos viable lo que ellos quieren”, dice Seitún.

Se pueden realizar acuerdos, por ejemplo, sobre el uso de las consolas o del celular. Según la edad, los adultos podrán indicar dos horas de uso diario y ellos decidir en qué momento jugar.

“Siempre que podamos decir que sí sin que nadie se perjudique, digamos que sí, pero los temas como salud, ética, seguridad o el bienestar de la familia no son conversables, y en ese caso decimos que no y acompañamos su dolor por ese no, sin enojarnos ni desilusionarnos”, manifiesta la psicóloga. Y agrega que es preciso explicar los motivos de esas decisiones, no en el afán de convencerlos, sino para que conozcan las razones.

Dentro de las situaciones complejas que atraviesan las familias está la de resistir al pedido de objetos o permisos para actividades, siguiendo a la mayoría de sus pares. En ese punto, muchos padres tiran la toalla y ceden, aunque no estén de acuerdo con la compra o la salida, porque sienten una presión que no pueden manejar. 

“Es un lento camino el de mostrarles que la sociedad de consumo intenta llevarnos de las narices y fortalecerlos para tomar buenas decisiones y para aceptar las nuestras en ese sentido. ¡Y se van a enojar! También tienen que ver que nosotros somos modelo de resistir a ese ‘todos van’ o ‘todos lo hacen’”, subraya Seitún.

“El principal desafío hoy es no dejarse llevar por el movimiento permisivo que lleva a tener ‘hijos tiranos’”. 
Maritchu Seitún

Los límites deben establecerse desde la tranquilidad, sin necesidad de recurrir a los premios o los castigos. 

“Los menores de cinco años no tienen una conciencia moral clara que les permita tomar buenas decisiones y entender de penitencias o consecuencias; en esas edades es importante decir las cosas una vez y ayudarlos a hacernos caso”, plantea la psicóloga. 

Cuando crecen, es posible agregar alguna consecuencia, remarca Seitún, pero siempre considerando si los hijos tienen fortaleza suficiente para “resistir la tentación” a realizar determinada cosa (como el uso abusivo de tecnología) o si siguen necesitando de ayuda.

La psicopedagoga Mariana Savid, especialista en educación digital familiar, cree que el principal desafío es desaprender el modelo de crianza de un mundo que ya no existe. “No se trata de olvidarnos de todo lo aprendido, sino más bien de seleccionar aquello que no es útil y reaprender una manera diferente de hacerlo, descubrir nuevos caminos que permitan llegar al mismo lugar”, opina. Se trata, dice, de reciclarse con nuevas herramientas donde es posible reinventar, adquirir nuevas habilidades, estar en calma, aprender a gestionar emociones, repensar la educación desde una sociedad atravesada por la tecnología, la incertidumbre, la inmediatez, la velocidad de los cambios, el exceso de información y la hiperconectividad.

“Hay que educar a los niños con unos límites claros desde la primera infancia con el objetivo de proteger y crear un entorno de seguridad emocional para favorecer el desarrollo del vínculo y generar calma en nuestro acompañamiento”, remarca la psicopedagoga. 

En otras palabras, ofrecerles herramientas emocionales para toda la vida, respetuosas y empáticas.

“Los límites hay que ponerlos en cada etapa, incluida la adolescencia. A través de ellos, los niños aprenden a socializar sanamente con otros, a diferenciar lo correcto de lo incorrecto, aportan valores como el respeto, la coherencia y el compromiso. Los límites evitan la sobreprotección, fomentan la autonomía y ayudan a los pequeños a conocer las conductas adecuadas”, apunta Savid.

PAUTAS PARA PADRES

¿Cómo deben ser estos límites? Mariana Savid enumera algunas características.

Coherentes. Deben aportar seguridad y confianza a los niños.

Positivos. En lugar de decirles lo que no deben hacer, lo mejor es insistir en lo que sí pueden.

Participativos. Es buena idea involucrar a los niños en la elaboración de los límites familiares, ya que eso los hará sentirse protagonistas de su propio aprendizaje y los cumplirán más.

Concretos. Hay que explicarlos con claridad a través de una firmeza amorosa y escuchar qué emociones les despiertan.

Adaptados. A la edad, a las características y a las necesidades de los hijos. Cada fase evolutiva exigirá una reformulación.

Optativos. No se trata de un sinfín de posibilidades, sino de unas pocas opciones, como “¿Preferís ordenar ahora o después de comer?”. También es fundamental tener presente que los niños imitan a sus padres y que se enseña con el ejemplo.

Respetuosos. Se debe limitar la conducta, no los sentimientos que la acompañan. Los límites no deben afectar el respeto y la autoestima del niño. “No se trata de descalificarlo, sino de desaprobar su conducta haciéndole saber que el amor hacia él sigue siendo el mismo. Necesitan sentirse aceptados incondicionalmente”, apunta Savid.

Consecuentes. Cuando no se respete un límite, habrá consecuencias naturales. Por ejemplo: si se olvida de poner la ropa sucia en el cesto para lavar, no tendrá qué ponerse para un cumpleaños. Si la consecuencia no está relacionada con la conducta, queda carente de aprendizaje y reflexión.

“Cuando los padres no logran poner límites, los hijos pueden tener dificultades para diferenciar las emociones, las opiniones y los deseos de los demás; por lo tanto, para reconocer su propia identidad. Además, pueden poseer escaso control de sus impulsos, baja tolerancia a las frustraciones y baja autoestima”, remarca Savid.

En relación con los adolescentes, se sugiere equilibrar el apoyo y el control. Si se logra, estarán más capacitados para enfrentar retos y dificultades y evitar posibles conductas de riesgo, como el consumo de drogas y el alcohol. “Se trata de darles la tranquilidad emocional de saber que pueden contar con nosotros, hagan lo que hagan, para poder aprender a ser personas autónomas a nuestro lado”, dice Savid. 

Sin embargo, agrega, no hay que olvidar que es común que los adolescentes transgredan los límites. “Cuando esto pasa, hay que hablar de los motivos que los han llevado a hacerlo. Y nunca hay que juzgar; hay que penalizar el acto, no a la persona”, subraya la psicopedagoga. 

En estos casos, es necesario imponerles una consecuencia natural previamente pactada, en función de la gravedad de su comportamiento. Si no se sanciona el incumplimiento de los límites, o si se lo hace de vez en cuando, dejarán de cumplir las normas más a menudo.