Libre y perfecto

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El mundo de las mariposas es sutil. Imposible atraparlas sin hacerles daño. Son para mirar, son para detenerse y ver ese paso por el aire que constituye una paz al alcance de los ojos. Huevo, crisálida. Minutos, instantes de una belleza que se nos ofrece en los días de más calor.

Texto: Silvia Paglieta

Fotos: Nicolás Pérez

 

Cuando escribimos acerca de las mariposas, algo resuena un poco más adentro del cuerpo, en el alma. Es el amor, dicen algunos, otros, que es el anuncio de la primavera y la mirada hacia las intensas tardes de verano.

Son lepidópteros, y no parece esta palabra estar a la altura de la belleza que proclaman. Las alas cubiertas de pequeñísimas escamas son capaces de desafiar la mismísima perfección de la proporción áurea.

Hablar de ellas es también hablar de la lengua madre, sostienen el latín y se dejan nombrar con palabras caseras. Por esos caprichos del idioma empezamos a llamarlas así, por “mari” y “posa”, aunque parezca cuestión de niños, “María que se posa”. Los griegos pensaron en ellas como soplo del alma, por la sutilidad con que se adueñaban del aire, de ahí la asociación con psiche. En todos los casos se las reconoce capaces de salir vivas de la crisálida, de transformarse.

Y habrá información, invitándonos a sembrar plantas hospedadoras, como la peligrosa y prohibida aristoloquia, que ellas necesitan para sus etapas de huevo y crisálida. Y aún será posible ver una pasionaria, el murucuyá de nuestra infancia, dejándose beber y succionar por la mariposa espejitos, esa de color anaranjado, la que dibujamos cada vez que pensamos en una mariposa.

Tal vez lo que más amemos, lo que pueda contarse desde un mensaje de WhatsApp, sean pequeñas historias urbanas donde ellas son protagonistas. A quién no le gustaría decir: “Esta mariposa estaba en mi terraza. Estiré mi mano, se posó y se quedó un rato allí, quieta”.

Y tal vez alguien le conteste: “Ah, ¿sabés? Me arrepiento. Nosotros vivíamos en la provincia y solíamos salir, varita en mano, a cazarlas. Ahora me doy cuenta, qué crueldad”.

Otro relato será el de aquel que se jacte, porque su casa posee un jardín que le permite verlas llegar a la hora de la siesta, beber el néctar, luego un poco de agua de la fuentecita para los pájaros y seguir.

Mucho más por saber, mucho más para contar de este mundo inmenso, creador inconfundible y magnánimo de seres pequeños.

Soñemos, que ahí están como símbolo de la psiche.

Como una historia que podemos cazar con los ojos.

Esta vez, sin varita.

Porque el mundo de la naturaleza es así.

Libre y perfecto.

 

 

Battuspolydamas recién salidas de sus crisálidas, en una terraza de Buenos Aires.

 

Pupa de Mariposa Monarca a minutos de eclosionar.

 

Asamblea de mariposas que beben salitre del suelo, en Parque Nacional Iguazú.

 

NICOLÁS PÉREZ

Buenos Aires, 1974. Fotógrafo y artista visual. Su trabajo profesional ha aparecido en importantes publicaciones, nacionales e internacionales, como Cosmopolitan, Runner’sWorld, Maxim, Seventeen, Women’sHealth, Muy interesante, Apertura, Clase, Convivimos, Presente, y ha fotografiado tres historias para los especiales de NationalGeographic  Argentina.