El “efecto padres” en la educación remota

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La virtualidad vino a dar un giro drástico a todos los actores educativos, acostumbrados a la presencialidad. Los padres tuvieron que sumar más exigencias a sus actividades habituales y asumir nuevos roles. Qué opinan las familias y los especialistas.

Foto AFP

La educación virtual obligada en la era COVID-19 no solo ha cambiado la manera en que los docentes enseñan y en que aprenden los alumnos, sino que obliga a las familias a involucrarse de lleno en la educación escolar de sus hijos.

Algunos lo llaman el “efecto padres”, un fenómeno que habla del impacto parental en la adquisición del conocimiento de los niños y que, en países como la Argentina, también visibiliza la diferencia de oportunidades educativas según el capital cultural y los recursos familiares.

Una reciente encuesta nacional del Observatorio Argentinos por la Educación, que releva las prácticas escolares en la educación remota, revela que 4 de cada 10 alumnos (38,5 por ciento) de primaria necesitan acompañamiento constante de un adulto para resolver las actividades. Y prácticamente todos (95,6 por ciento) necesitan “algún tipo de ayuda”.

Isabela (6) empezó la sala de cinco este año. Su mamá, Natalia García (35), la ve entusiasmada, pero cuenta que necesita asistencia para conectarse y realizar actividades. 

“Los contenidos que le envían son desafiantes. Tenemos que estar nosotros. Los padres no podemos desentendernos para nada”, cuenta Natalia, que combina el home office con tareas escolares y la atención a sus dos niños. 

Los expertos aseguran que la pandemia modificó hábitos y forzó mecanismos internos inéditos en las familias, reformuló vínculos y roles. 

“La pregunta que surge luego de meses de probar este ‘dispositivo pedagógico escolar-virtual’ es: ¿se cumple con los objetivos del proceso de enseñanza-aprendizaje de manera satisfactoria? ¿Se puede reemplazar el rol del docente, trasladando a los padres esa función?”, plantea Mariana Macagno, psicóloga especialista en pareja y familia.

La virtualidad vino a dar un giro drástico e inesperado a todos los actores educativos acostumbrados a la presencialidad. “Lo disruptivo termina siendo invasivo en los hogares, donde la escuela se trasladó e instaló”, plantea Macagno. Esta situación –subraya– impacta y altera los vínculos familiares y sobreexige a los padres a que cumplan un rol nuevo: explicar contenidos, controlar tareas, conectar a los niños a las pantallas y seguir grupos de WhatsApp. 

“Aprovecho mis ratos libres para acompañar a Isabela. La siento en mi computadora y le muestro la actividad. Usamos el Classroom de Google y las maestras suben las actividades por día”, explica Natalia. “Le muestro los videos, le cuento de qué se trata la tarea y ella la resuelve sola. Dejo que los trabajos los entregue como le salgan”, relata. 

“El tiempo que invertíamos en ir hasta nuestro trabajo o a la escuela ahora está reutilizado en hacer, hacer, hacer… adentro de la casa”.
Virginia González

La estrategia de la familia es llevar los contenidos al día. “Educación física requiere trabajo: armar un circuito, guiarla. Si las actividades son simples, las resolvemos el fin de semana. Pero se me han pasado muchas, porque algunas precisan material que ni siquiera tengo en la casa”, cuenta.

AL BORDE DEL COLAPSO

La psicóloga Virginia González, psicoanalista de niños y adolescentes, habla del “efecto padres al borde del colapso”. “Estamos adentro y cada vez hacemos más cosas. Aquel tiempo que invertíamos en ir hasta nuestro trabajo o a la escuela ahora está reutilizado en hacer, hacer, hacer… adentro de la casa”, sostiene González.

En este escenario, dicen los expertos, la escuela pone foco en lo prioritario mientras algunos niños se desmotivan y los padres sienten que deben sostener el aprendizaje. 

“Asumen el rol de ser quienes insisten, pelean, discuten con sus hijos para que cumplan con algo que no quieren hacer, y la escuela asume una posición más relajada contemplando el cumplimiento como el incumplimiento de los alumnos”, opina Macagno.

Natalia dice que Isabela aprende y que, además, le gusta que sus papás participen de las tareas que se reparten y asumen como recreación familiar. “A diferencia de otros padres con los que hablo, no siento que se haya estancado por no ir a la escuela”, relata la mamá.

Claro que cada casa es un mundo. González apunta que, en esta vorágine, los padres emprenden tareas escolares que no saben cómo hacer. “El problema es que ‘algo’ se debe hacer este año, y en muchas escuelas, las maestras envían guías de estudio sin clases virtuales, sin un acompañamiento. Si nos encontramos con niños que no pueden resolverlas solos, los padres deben ponerse en el rol del ‘que enseña’; por lo tanto, el método lo elige el padre”, apunta González. El gran problema será el año próximo.

“A mí me gusta estar, verla avanzar y cómo va adquiriendo conocimiento. Es una buena oportunidad de conocer cómo es nuestra hija en relación con el aprendizaje. Estoy contenta de compartir esta experiencia con ella. Pero sí, no voy a negar que da trabajo”, admite la mamá de Isabela.

El problema surge en las familias con bajo nivel de instrucción o sin recursos tecnológicos. 

Madres de la zona del puente Malvinas, de Río Cuarto (Córdoba), explicaron a La Voz del Interior que se ayudan en un grupo de WhatsApp. “Hay temas como la Revolución de Mayo comparada con el presente que no se entienden. Muchas veces terminamos copiando las capturas de pantalla de los otros para salir del paso”, reconocieron. 

Macagno habla de la sobreexigencia parental que, en ocasiones, termina siendo esfuerzo solo de los padres. Esto atenta contra la autonomía de los niños y debilita los vínculos intrafamiliares, generando enojos y tensiones, lo que resulta un contrasentido para el aprendizaje.

“En cualquier sistema, si un factor cambia, cambia todo; entonces, si casi todo cambia (…), lo fundamental es tratar de mantener algo estable: los padres son padres y es saludable para ellos y los niños que no deformen su rol hasta volverse irreconocibles”, concluye Macagno.