Jardines rodantes, aprender en casa

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Esta propuesta para chicos de uno a tres años es una alternativa para aquellos padres que no quieren una institucionalización temprana y prefieren grupos reducidos y más contenidos.

En tiempos de consumo on demand, en los que productos culturales y de todo tipo ya no solo esperan detrás de vidrieras, sino que llegan hasta los hogares de los consumidores, la educación inicial se adapta a nuevas tendencias y necesidades. Algunos padres recurren a espacios menos formales a manera de transición entre la salida del hogar y el debut en la institucionalización: allí, los jardines rodantes se instalan como una buena alternativa.

Se trata de una propuesta que se lleva a cabo en las casas de quienes conforman cada grupo (cinco chicos, en promedio). Hacia allí se dirigen las maestras, con los materiales para cada clase. La rotación de los hogares suele ser mensual, para que haya tiempo suficiente de que los niños se apropien del espacio y se muevan con comodidad. Son jardines no formales, lo que significa que no siguen de forma estricta una currícula propuesta por el Ministerio de Educación, aunque la mayoría elige acoplarse a muchos de esos contenidos.

En algunas ciudades, esta modalidad tiene alrededor de una década de continuidad y, de hecho, existe de forma intermitente desde mucho antes: “Cuando yo era chica, hace 30 años, fui a un jardín rodante. En esa época se hacían en las plazas”, recuerda Maru Cabelli, directora, junto a Estefanía Chico, del jardín rodante Las Mandarinas, en la ciudad de Buenos Aires.

En la capital del país y el conurbano, la propuesta ya se encuentra asentada, las opciones disponibles son muchas y están presentes en casi todos los barrios. En las provincias, sin embargo, todavía se trata de una novedad, con idas y vueltas en su aceptación. En la ciudad de Mendoza hace un año que Tatiana Lowi y Camila García Bistué pusieron en marcha Jibuki: “Para los chicos no implica entrar en una institución ni meterse en grupos grandes. Es estar en la propia casa o en la de un amigo o vecino, en un espacio que, por ser reducido, apunta a respetar su individualidad, sus necesidades, sus emociones e intereses. Y se trabaja en grupo, a diferencia de lo que sería dejar a cada chico con una niñera, por ejemplo”, asegura Camila.

En Bahía Blanca, Florencia Almada le dio forma hace unos meses a Encuentro, que representa toda una novedad entre las ofertas para primera infancia de su ciudad: “Todavía la modalidad no está muy difundida, y las mamás que me contactan se sorprenden porque no tienen muy en claro de qué se trata”, cuenta.

Los grupos se conforman de acuerdo con la cercanía geográfica, ya sea de los domicilios de cada chico o de los lugares de trabajo de los padres o las madres. Los niños que los conforman tienen edades que van desde el año –cuando comienzan a manifestar el interés y la necesidad de relacionarse con otros pares– hasta los tres años y medio, ya que a los cuatro es obligatorio que comiencen con la escolarización formal, en una institución. “Cada vez hay más familias interesadas en esto, porque los niños de trece meses hoy no son los de antes. Ya vienen con una necesidad de socialización y de juego que antes no tenían tanto”, asegura Estefanía.

Aunque existen opciones institucionales para chicos desde los 18 meses, no todos los padres están convencidos de institucionalizar a sus hijos tan tempranamente: “El crecimiento de la propuesta, entre otras cosas, se explica por un cambio de paradigma en función de la educación de la primera infancia, por apostar a iniciativas diferentes”, explican las directoras de Las Mandarinas.

Otro de los beneficios que resaltan quienes tuvieron contacto con los jardines rodantes es la reducción de enfermedades en los chicos: a diferencia de los jardines convencionales, con grupos amplios y niños de todas las edades que se concentran en un espacio común donde los virus se contagian, aquí la posibilidad de controlar al grupo reducido y los lugares por los que circulan es mayor: “Es una atención más personalizada, se puede hacer un seguimiento más cercano de los hábitos, de los cuidados de la higiene y el sueño, hasta de lo pedagógico”, completa Florencia.

El hecho de ser un espacio no formal y no institucionalizado es lo que acerca a muchas familias, pero también es algo que genera reparos en otras. Alejandra Menis buscaba un lugar para su hija de un año, que ya reclamaba salir del hogar, y averiguó con ciertos prejuicios por los jardines rodantes: “Eso me alejaba, porque pensé que era algo desorganizado, demasiado desestructurado, y creí que mi hija se iba a marear. Pero me di cuenta de que hay una lógica de adaptación en el inicio, de que la propuesta lúdica y pedagógica está superpensada de antemano, y hay dos informes anuales, como en un jardín formal o convencional”, reconoce. Finalmente, decidió sumarse a la propuesta de Las Mandarinas. “Fue un disfrute, pudimos conocer mucho a las otras familias al ir a sus casas y recibirlas en la nuestra”. 

Algunas propuestas

Las Mandarinas: Con foco en el arte, actualmente cuenta con diez grupos en la ciudad de Buenos Aires. Dirigido por Estefanía Chico y Maru Cabelli. 

En Instagram: @lasmandarinas.

Jibuki: Su propuesta se basa en la corriente de crianza respetuosa. En la ciudad de Mendoza tienen cuatro grupos completos. Dirigido por Tatiana Lowi y Camila García Bistué. 

En Instagram: @jardinrodante.jibuki.

Encuentro: Dirigido por Florencia Almada, es nuevo en Bahía Blanca, donde en el semestre pasado tuvo dos grupos. 

En Instagram: @encuentro_jardinrodante.