Theresa Varela:
“El amor es una decisión”

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De Cabo Verde a San Marcos Sierras. Ese fue el camino que Theresa Varela recorrió hasta alcanzar su sueño: consagrarse a los pobres. En el norte cordobés, impulsa múltiples acciones entre los más chicos y sus familias.

Encontrarse con la madre Theresa, tal como la conocen casi todos por San Marcos Sierras –la localidad del norte cordobés que eligió para desarrollar buena
parte de su vida y de su obra–, es como asomarse a mil vidas.
Theresa se ríe, cuenta, proyecta y repasa sus casi 80 años mediante anécdotas memorables, como aquella que da cuenta de su encuentro con el exjugador y técnico de fútbol Carlos Bianchi, quien junto al periodista Jorge Guinzburg dirigía la fundación que ayudó a construir la sede de Aldea La Esperanza. Hoy, la aldea cuenta con dormitorios, comedor, cocina, panadería, espacios multiuso y aulas donde se dictan talleres gratuitos, y por la mañana unos 30 adolescentes participan del programa provincial de inclusión y terminalidad de la escuela secundaria. “Nos llamó por teléfono, pero como yo sabía que él era de Boca, y yo soy de River, no lo quise atender”, cuenta entre carcajadas.
Es que la vida de esta mujer nacida en Cabo Verde (África) el 30 de octubre de 1939 está lejos de lo que podríamos denominar “convencional”. Tenía apenas 19 años cuando decidió dejar a su familia y su ciudad, renunciar a la vida mundana, a su novio y a su deseo de ser madre para convertirse en monja de clausura.
La noticia fue tan sorpresiva como inesperada. “Nadie en mi familia quería que entrara al convento. Mi papá enfureció tanto que dijo que pintaría la casa de negro, de luto. El día que debía viajar, mi hermano y mi primo rompieron mi pasaporte. Me tuve que volver, no tenía documentos. Mi mamá lloraba, mi tía lloraba. Debí esperar seis meses para que mis padres no lloraran tanto. Entonces me fui”, recuerda casi seis décadas después.
Viajó a Roma, luego a Estados Unidos, Colombia, Buenos Aires y Brasil, donde ya
empezaba a vislumbrarse su deseo por estar cerca de los pobres y, fundamentalmente, de los niños. Fue en 1996 que decidió dejar la seguridad del convento para cumplir su deseo y afincarse definitivamente en la provincia de Córdoba.
“Me destinaron a Oncativo. Fue una etapa difícil, de lucha interior, de búsqueda. Tenía la sensación de que nada de lo que estaba viviendo me llenaba, porque lo que yo quería era consagrarme a los pobres. Sufrí horrores y me di cuenta de que el amor no es un sentimiento, es una decisión”, afirma. Tras un encuentro con monseñor Colomé, Theresa fue enviada a San Marcos Sierras, a unos 20 kilómetros de la ciudad de Cruz del Eje, donde la pobreza golpeó con fuerza tras el cierre de los galpones del ferrocarril.

A los 56 años, e instalada en un rancho de una pieza y baño al que llegaba tras caminar unos cien metros, comenzó a delinear el proyecto que hoy le permite dar comida y contención a más de 600 chicos de la zona. “En la congregación pensaron que volvería, que no iba a poder sola, si yo ni dormir sola puedo…, todavía no aprendí. Me levantaba temprano, y después de mis oraciones, visitaba a los vecinos. Como no tenía medio de transporte, salía caminando. El primer comedor lo armé en barrio Los Sauces”, cuenta. Ese sería el inicio de una obra que no se detuvo y que convirtió, junto al equipo de voluntarios que la acompañan, en una verdadera cruzada contra el hambre y el abandono.
Los niños reciben cursos y alimentación diaria en los centros ubicados en las zonas rurales de San Nicolás y el Simbolar, y en cinco barrios de Cruz del Eje. A ellos se suman, cada sábado, otros 200 chicos, que asisten a talleres de pastelería, deportes, guitarra, bombo, costura, telar, ajedrez, danzas latinas y folklore.
Lejos, muy lejos de su tierra natal, feliz de haber cumplido su propósito, recuerda las palabras de su madre el día que le confesó que se consagraría a Dios: “Hija, aprende desde ya a contornear los obstáculos. Cuanto más amor y más fidelidad tengas a tu compromiso, más obstáculos vas a encontrar. Entonces, deberás tener las virtudes del agua, que si encuentra un obstáculo en su camino lo contornea; y cuando este se hace más grande, se acumula hasta juntar las fuerzas que le permitan arrasar con todo y llegar finalmente a su destino”.
Cada tanto, Theresa vuelve a su pueblo natal a encontrarse con los suyos, a contarles que ahora tiene muchos hijos y que, por fin, en una tierra muy lejana, ha hallado su destino.