Carta a una persona mayor

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(Para hombres y mujeres post-65, que pretendan ser felices en los años que les quedan).

Dedicaste tu vida a tener. Tener un título, un trabajo, una pareja, familia, hijos. Una casa, un auto. Un ascenso, buena fama, buen retiro. Buscaste tener éxito en la vida.

Ahora sos una persona mayor. Llegó la hora de cambiar el tener algo por ser alguien. El tiempo que nunca tuviste ahora tal vez te sobra. Tiempo para levantar la cabeza, dejar de mirarte a vos mismo, salir de tu ego, redescubrir al otro. 

¿Quién es el otro?

— Si mirás a tu alrededor, si buscás al prójimo más próximo, encontrarás a tu cónyuge, si todavía lo tenés. No es solo una compañía conviviente, es un ser con sus años y sus lógicos achaques, que necesita de vos más que antes. Necesita de tu mirada, de un nuevo descubrimiento y comprensión, amor y ternura. Ya sé que los años han pasado, con algunas cosas buenas y otras malas. El corazón de ambos tiene cicatrices. No estoy diciendo que se pongan nuevamente de novios, basta con que cada uno se proponga hacer feliz al otro, en las grandes y en las pequeñas cosas de todos los días.

— Los próximos a descubrir son tus hijos. Ellos corren todo el día. Están en la época del Gran Tener, aunque ahora muchos estén solo en la época de subsistir. Esclavos del consumismo, obligados a estar en onda, a cambiar de teléfono celular para no quedarse atrás, de auto, de casa y, a veces, lamentablemente, de pareja. ¡Qué difícil nos resulta hablar con ellos de cosas profundas! Para algunos, a menudo, nuestra palabra carece de valor. Tenemos criterios muy diferentes. Pero, a pesar de todo, siempre seremos “papá y mamá”, aunque ellos nos digan “el viejo y la vieja”. Aunque no seamos más que “proveedores” eternos. Somos padres para ayudarlos en las buenas y en las malas.

— Tus nietos te necesitan. Ahora que tus hijos están en el Tener, a veces les falta tiempo para tus nietos. Ellos necesitan que los escuches, que les cuentes, que compartas paseos, que vayan al cine o al teatro, al parque o a pescar. Si podés todavía, invitalos a andar en bicicleta. La sabiduría que acumulaste en tantos años, dásela generosamente. Tenelos en brazos, no mezquines tu cariño, dales un abrazo bien estrecho… ¡y bien frecuente!

— Mirando alrededor, descubrirás a tus amigos. El que sufre con su enfermedad, física o emocional. El que se siente solo. Aquel otro, deprimido con unos hijos que no tienen tiempo y unos nietos que hablan otro idioma. Algunos con ajustes económicos después de la jubilación. Amigos viejos o nuevos. Ser un amigo es descubrir al otro, ayudarlo, contenerlo, serle útil si es necesario. Perdonar su falta progresiva de memoria. Ya no puede hablar de corrido. Es quejoso, a veces malhumorado. Pero es tu amigo, visitalo, invitalo a tomar un café. Interesate por su salud y por sus sentimientos. Y no me digas que no eres capaz, no hace falta mucha ciencia para estrecharlo en un abrazo oportuno. Para decirle, aunque sea, “¿para qué están los amigos?”. Para darle unas palmaditas en la espalda. Llamarlo por teléfono con frecuencia. Si puedes tener un grupo de amigos y reunirte periódicamente con ellos, para comer un asado o jugar al truco… ¡te felicito! Disfrutalo.

— Entre los necesitados del mundo, hay muchos adultos mayores, hombres o mujeres a quienes probablemente no conozcas. Pero no están lejos y no son pocos. Están en los geriátricos, en los hospitales, durmiendo en la calle, en las villas, viviendo bajo los puentes. ¿Sabes lo que es Ser Voluntario? Es incorporarse a cualquier asociación de ayuda para colaborar algunas horas en la semana. La cantidad de adultos mayores que sufren hambre, frío, enfermedades o simplemente soledad en cualquier ciudad del mundo es impresionante. Practicar la solidaridad de alguna manera será tu compromiso con la sociedad.

Si tu edad y tu salud te lo permiten, podrías participar en organizaciones sociales como comisiones vecinales, cooperadoras, centros de jubilados, partidos políticos, etc. Así pondrías tu experiencia y tus conocimientos al servicio de la comunidad.

Adivino tu pregunta: “Y a mí ¿quién me ayuda? Yo también tengo mis años, mis achaques: la vista, el oído, la dentadura, el pelo, la agilidad, el equilibrio… ¡y la memoria!”.

¿Sabes quién te puede ayudar? Vos mismo. Sí, porque cuando ayudás a otro, te ayudás a vos mismo. Hacer feliz a otro es la mejor manera de ser feliz.

Cuando sos capaz de dejar de mirarte el pupo todo el día, triste, solo, ensimismado, rumiando soledad y amargura. Cuando sos capaz de abandonar la autoconmiseración, pararte sobre tus huesos viejos y llenarte de amor por los demás, entonces lográs ser lo que tal vez nunca tuviste tiempo de ser.

Ha llegado la hora en que el alma debe crecer, aprender, servir y amar. Uno debe poner todo el empeño para que el alma atropelle al cuerpo. El alma renovada se para sobre el cuerpo desgastado. Y uno llega a ser el hombre o la mujer que encuentra la felicidad.

Un estudio realizado hace muchos años en Boston para ver qué hace feliz a una persona reveló que ni el poder, ni la fama ni el dinero fueron factores de felicidad. Lo único que hizo felices a algunas de las personas estudiadas fue el altruismo, el pensar en el otro. 

En realidad, los científicos de Boston no han descubierto nada nuevo. Gandhi, Mandela, la Madre Teresa de Calcuta, Luther King, los Beatles ya lo dijeron. Y 2000 años atrás, un hombre barbudo y pobre se lo dijo a sus discípulos: “Ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”. Se llamaba Jesús.

Cuando puedas elevarte sobre tus debilidades y egoísmos, y buscar a los otros, encontrarás la felicidad.

Dr. Guillermo J. Bustos

Profesor Emérito de la Facultad de Medicina. Universidad Católica de Córdoba

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