Nada más argentino que el kiosco

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Nacieron en la época del tranvía y tomaron su nombre de un vocablo griego. Florecen en tiempos de crisis y son el modo de vida de muchas familias argentinas. Una encuesta señala que cuatro de cada cinco argentinos compran algo en un kiosco al menos una vez por semana. 

Ilustraciones: Pini Arpino

“No sé, preguntá en aquel kiosquito, seguro que tienen”, le contestó el portero del edificio apenas se mudó de barrio. La misma respuesta puede ser escuchada en prácticamente toda la geografía argentina. No importa la pregunta que le anteceda, porque, básicamente, el kiosco argentino se caracteriza casi siempre por ser el lugar en donde se consigue esa pequeñez que se necesita en el momento.

Casi con certeza absoluta, el kiosco es uno de los elementos que más extrañan los argentinos cuando se mudan al exterior. Esa posibilidad de encontrar a mano lo que se necesita, y también lo que no, hace de este tipo de negocio algo parecido a un “indispensable” que de tan presente y redundante muchos no terminan de valorar en su justa medida.

El kiosco nació en las épocas del tranvía, en la Buenos Aires de las primeras décadas del siglo XX. Los fabricantes de cigarrillos criollos notaron que la aglomeración de gente en las paradas del que era el principal medio de transporte podía ser utilizada para apuntalar sus ventas. Y entonces comenzaron a golpear la puerta de las viviendas ubicadas junto a las paradas y que tuvieran ventana a la calle. Al poco tiempo, también se sumaron los comerciantes italianos, que encontraron allí un excelente canal de venta para colocar sus toscanos Avanti. Y, por último, se entusiasmaron los inmigrantes griegos, que ya se habían hecho fuertes en el mercado de las golosinas, y también sumaron sus delicias. 

Fueron ellos, los griegos, los que desempolvaron el término turco kösk para terminar de darle origen a una de las más genuinas marcas de identidad argentina: el kiosco.

HIJOS DE LA NECESIDAD

Quizás el ADN argento del que presumen los kioscos tenga que ver en buena medida con la naturalizada sucesión de crisis y tiempos de inestabilidad económica. Y también con el espíritu emprendedor que caracteriza a los argentinos. 

“Hoy con dos mangos te armás un sucuchito y empezás a vender alfajores, golosinas, gaseosas, cigarrillos y arrancás”. La frase pertenece a Wally Vega (50) y está respaldada por más de 15 años atendiendo un kiosco en Villa Allende, Córdoba. La clave se encuentra en el bajo capital que demanda iniciar un negocio de este tipo, y es por eso que sistemáticamente florecen en épocas de crisis. “Es un clásico: la gente pierde el laburo o necesita más ingresos, y entonces con un ahorrito o con una indemnización arma un kiosco desde la ventana del living”, comenta.

Lo mismo señala José Natanson, director de Le Monde Diplomatique para el cono sur, al escribir que se trata de “un negocio típico de economías de crisis”. Argumenta diciendo que “la mínima exigencia de capital, junto a los altos niveles de informalidad que imperan en el negocio minorista y la posibilidad del autoempleo, convierten al kiosco en un rebusque ideal cuando aumenta la desocupación”.

A ello se suma el “contra factura”, la modalidad de comercialización con la que trabajan la mayoría de los proveedores. Los productos solo se pagan al momento de la reposición, con lo cual el kiosquero financia casi toda la mercadería al pagarla recién cuando es vendida. “Vienen y te llenan las estanterías de productos, o la heladera de bebidas, y vos pagás recién después”, comenta Wally. Pero todo tiene su excepción, y esta son los cigarrillos: ahí el pago es “contado rabioso”, sumado al escaso margen de ganancia que implican. Por eso los cigarrillos nunca serán muy apreciados por los kiosqueros. Son, más bien, un mal necesario.

Pero no todo es comprar y vender. El kiosquero –sobre todo el de barrio– tiene también un espacio interesante para la preparación de “productos propios”. Como los que hace Maite Palacios (32), dueña de un kiosco en Barrio Sur de la capital de Tucumán, a pocas cuadras de la célebre Casa de la Independencia. “En casa preparamos empanadas, pebetes, ensalada de fruta, tartas, y todo eso tiene mucha salida, porque la gente busca cosas rápidas”, le cuenta a Convivimos.

En su kiosco, además, sobreviven dos cabinas telefónicas que –aunque ya no con la intensidad de otros tiempos– siguen sumando al combo. “Llegué a tener seis y siempre estaban llenas. Y aunque ahora han caído bastante, sigue entrando gente que necesita hacer algún llamado y no tiene cómo”, señala. 

COSTUMBRES CRIOLLAS

“Más de la mitad de los argentinos han sido dueños alguna vez de un kiosco. Y el 98 por ciento de la población tiene un amigo que trabajó en uno”, afirmó el escritor Hernán Casciari, uno de los que como pocos ha sabido interpretar el ser cotidiano de sus compatriotas. “El kiosco forma parte de la vida diaria, mucho más de lo que nosotros mismos imaginamos. Solamente nos damos cuenta de su importancia el día que emigramos y desaparecen de nuestra vista”, escribió durante los años en que vivió en España.

Tan argentino es el kiosco que se calcula que hay 1 por cada 400 argentinos. Y, además, 4 de cada 5 lo visitará al menos una vez por semana. Más aún: casi la mitad lo hace religiosamente todos los días. En promedio, los argentinos concurren al kiosco 5,2 veces por semana, y solo 1 de cada 10 afirma que no compra nunca en este canal de ventas.

“Los argentinos concurren al kiosco 5,2 veces por semana, y solo 1 de cada 10 no compra nunca en este canal de ventas”. Consultora Voices!

Esos datos forman parte del estudio realizado en 2018 por la consultora Voices! Research and Consultancy, sobre la base de 1001 encuestas en todo el país y que arriba a conclusiones muy reveladoras.

En general, el kiosco aporta soluciones rápidas. Desde el antojo por algo dulce hasta la carga de saldo en el celular o en la tarjeta de transporte. Desde una cabina telefónica para hacer una llamada imprevista (va camino a ser una antigüedad) hasta un ibuprofeno suelto que calme el dolor de cabeza. 

Por eso –insiste Casciari– “el kiosco es una de las costumbres argentinas más difíciles de explicar. El español medio no comprende el concepto de síntesis ni la urgencia de tener un antojo a las tres de la mañana”.

Sobre este punto también indagó Voices! al consultar sobre las razones de los consumidores para visitar estos puntos de venta. Previsiblemente, la compra de productos alimenticios es la principal motivación de los consumidores. Pero además, dentro de este grupo de productos, con el 49 por ciento de respuestas positivas, las golosinas se llevan el título de “vedettes”, tal como lo definieron los autores de la investigación. El podio de los “favoritos” se completa con las galletitas (42 por ciento) y las bebidas sin alcohol (39 por ciento).

Esto deja entrever que la compra en un kiosco muchas veces tiene que ver con el factor “tentación” o con el hecho de comprar algo que no estaba previsto. Tan cierta es esta afirmación que el 46 por ciento de los clientes confiesa que con frecuencia sucumbe ante la fascinación de llevarse algo que no tenía pensado. Probablemente, la cifra real sea aún mayor.

Claro que en esto mucho tienen que ver tanto la exhibición como la variedad y, fundamentalmente, la presencia del kiosquero. “Hay que saber vender. Uno no está simplemente despachando cosas que te vienen a pedir; vos tenés que conocer al cliente y darte cuenta de que tal vez tenga ganas de llevarse eso mismo que se llevó la semana pasada”, cuenta Wally, el de Villa Allende.

Él sin dudas contesta que lo que más se disfruta del kiosco es tratar con la gente. “En realidad, no creo que haya una vocación de kiosquero, porque el que se dedica a esto lo hace generalmente por necesidad. Pero cuando estás acá, atrás del mostrador, sobre todo en los kioscos de barrio o de ciudades no tan grandes, te convertís en alguien con el que la gente quiere hablar”, comenta. 

“Hoy, con dos mangos te armás un sucuchito y empezás a vender alfajores, golosinas, gaseosas, cigarrillos y arrancás”.
Wally Vega

Su afirmación se ve también reflejada en la investigación de Voices!, en la cual solo un 34 por ciento de la gente respondió que su trato con el kiosquero es de “saludo y nada más”. El resto, con matices, afirma que suele “mantener una conversación sobre temas básicos como el clima y la economía” (27 por ciento), pero hay varios capaces de ahondar bastante más. El 15 por ciento respondió que puede sostener conversaciones sobre temas más personales, e incluso el 18 por ciento dijo que con el kiosquero puede tener largas charlas, considerándolo alguien de su confianza.

En el kiosco de Wally, que durante muchos años estuvo en una esquina céntrica de la villa serrana, “se han llegado hasta conocer parejas que después se casaron”, pero también le ha tocado escuchar “historias familiares dolorosas”. “Vienen y te las largan como si vos fueras un amigo”, cuenta el kiosquero.

Por más pequeño que sea, siempre será una referencia. Un punto obligado en el barrio. Un lugar de soluciones rápidas. Quizás ahí estén, entre otras, las razones por las cuales los argentinos casi no podamos pasar ni un solo día sin habernos dado una vuelta por un kiosco. 

DEL FIADO AL ROBO HORMIGA 

Las peripecias de un kiosquero no pasan solo por acomodar la mercadería, mantenerla bien exhibida y atender correctamente a la gente. También deberá convivir con dos variables decisorias: el fiado y el robo hormiga.

Entregar mercadería sin pagar es una costumbre muy arraigada en los pueblos y en algunos barrios. Sobrevive todavía la libreta, en la que se anota todo lo que se va gastando y se paga a fin de mes. Algo que en las grandes ciudades difícilmente se entienda, pueblo adentro es muy común. El problema suele ser el fiado puntual. Porque es la ocasión perfecta de perder para siempre un cliente. “He tenido clientes de años a los que una vez que les fie no aparecieron más”, cuenta Wally Vega.

El otro problema es el robo. Con tanta mercadería en exhibición, es casi imposible no ser víctima de los “descuidistas”. Y así es como se van chocolates, alfajores, encendedores y muchas otras cosas que quedan a mano. “Es un costo que uno ya termina asumiendo. Sabés que, a fin de mes, vas a tener una merma que es la que se va por esa vía”, afirma.