¿Vecinos eran los de antes?

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Vecinos de Santa Rosa, La Pampa, conversando en una esquina del centro.

En las grandes ciudades, el ritmo de vida, la preocupación por la seguridad y las nuevas formas de comunicación parecen haber debilitado la relación de cercanía y confianza entre vecinos. Sin embargo, donde se cultiva la vecindad, abundan los beneficios.

Por: Julieta Qeb
Foto: Jimmy Rodríguez

Las ciudades, cada vez más urbanizadas, trazan una ruta de segregación entre sus habitantes. En otra época, los vecinos acostumbraban a conversar en la vereda. Hoy, en cambio, ya casi no cruzan palabras. Con el crecimiento poblacional de las últimas décadas, muchos barrios dejaron de ser lugares de encuentro y confianza para convertirse en espacios donde cada uno hace su vida sin mirar demasiado a los otros.
“Actualmente, a nivel general, la forma de relacionamiento implica la separación y el aislamiento, donde las posibilidades de interacción se ven dificultadas por el uso de las nuevas tecnologías y por la regulación de la planificación urbana”, explica Paula Torres, licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba y becaria de Conicet, quien investigó el tema.
En general, solo se conoce a los vecinos de la cuadra, y es casi una excepción que se le golpee la puerta a alguno para pedir un poquito de azúcar. En el caso de los edificios, se conoce a los habitantes del mismo piso y los intercambios se reducen a un saludo cordial si coinciden en el ascensor. “Hay menos vínculos porque hay una menor permanencia en los departamentos”, explica Román Settón (47), quien vive en el barrio porteño de Palermo junto a su familia y solo se relaciona con los del 3º A.

“El barrio como espacio público es cada vez menos de encuentro y más de paso y separación”.
Paula Torres

Para Torres, en el último tiempo las relaciones entre vecinos parten desde el miedo: “El otro implica una amenaza, una sospecha antes de conocerlo. Al tratarse de un desconocido, se parte desde la desconfianza, la incertidumbre, lo que impide el encuentro con el otro”.
Esta realidad, sin embargo, no se replica en las localidades más chicas del país, donde las costumbres de tomar mate en la puerta o cuidar la casa del vecino mientras está ausente siguen teniendo vigencia. Ese es el caso de Graciela Foresi, quien vive en Posadas, Misiones, en el mismo hogar donde nació, hace 61 años. Ella no duda en pedir que le tengan la llave o viceversa. “Estoy para lo que haga falta. Por ejemplo, enfrente vive un abuelo y siempre me cruzo por si necesita algo”, le cuenta a Convivimos. A Morena Folmer (25), estudiante de Ingeniería en Recursos Naturales y Medio Ambiente, que se mudó hace dos años a un complejo de departamentos en Santa Rosa, La Pampa, le pasa algo similar. Es la primera vez que vive sola y asegura que entre todos hay una relación de respeto y servicialidad: “Cuando me voy de viaje les dejo la llave. Además, nos comunicamos por todo tipo de cosas, como problemas con las expensas o ponernos de acuerdo para mantener el patio compartido”.
Según una encuesta realizada en 2016 por la consultora Trial Panel entre 900 personas, el 90 por ciento de los consultados manifestó llevarse bien con sus vecinos, aunque al 45 por ciento le molestó la falta de respeto por los horarios de descanso, en los casos en que ponen música o hacen arreglos ruidosos. También las mascotas y no encargarse apropiadamente de sus heces en espacios públicos apareció como otra fuente de conflicto.
“La idea es encontrar cosas que nos unan, conciliar las diferencias y que las reuniones de vecinos sean un área de construcción y mejora, y no un espacio donde se transmiten fastidios del cual todos se van enojados sin llegar a acuerdos”, expresa Sebastián Danti (43), quien vive en el barrio de Villa Crespo, en Buenos Aires.

EMOTICONES BARRIALES
La tecnología juega un papel determinante en el modo de relacionarse; los grupos de WhatsApp han reemplazado el cara a cara. Incluso se han desarrollado aplicaciones para dispositivos móviles donde se recomiendan servicios y hasta permiten pedir la taza de yerba. En la Argentina, por ejemplo, existe Neibors, una red social con ese objetivo. Así, cualquier persona puede transitar por su vecindario sin entrar en contacto con otra.
Gran parte de estos grupos surgen por cuestiones de seguridad, sobre todo por la preocupación en torno a los delitos. Según Paula Torres, la investigadora del Conicet que actualmente cursa un doctorado en Ciencias Sociales y Humanas en la Universidad de Quilmes, este acercamiento virtual tiene como contrapartida que todos pueden convertirse en sospechosos.
En los edificios también se arman grupos virtuales para abordar temas relacionados a servicios o expensas. Es el caso de Danti, quien cuenta que a través de WhatsApp se hacen consultas sobre el cuidado del lugar o la administración del consorcio.
“También se vehiculizan actividades solidarias, desde la búsqueda de mascotas hasta el mejoramiento del espacio público. En estos intercambios aparecen las percepciones de una sociedad ideal”, explica Torres.

BUENOS VECINOS
“Hay que pensar qué lugar ocupa la calle como espacio de socialización y qué intercambios son posibles en este contexto. Las interacciones son con el que es igual a uno mismo, entonces el barrio como espacio público es cada vez menos de encuentro y más de paso y separación”, sostiene la investigadora.
Tener un vínculo cercano es una oportunidad de generar una buena convivencia en el barrio, y aunque parezca exagerado, conocer al vecino y llevarse bien puede sumar un granito de arena para hacer un mundo mejor. Si ese comportamiento se repite de cuadra en cuadra ayudaría, por ejemplo, a la incorporación de hábitos positivos con el medioambiente. Las relaciones amables, además, son un gran aliado para la salud. Al evitar declararse “la guerra” entre medianeras, disminuye el estrés, uno de los factores de riesgo para las enfermedades cardiovasculares.
Desde todo punto de vista, la armonía en la vecindad mejora el día a día de quienes la habitan.