Los mundiales de Messi

0
868

El ídolo argentino se enfrenta una vez más a su gran cuenta pendiente. Jugará su quinto Mundial a los 35 años.

Fotos: AFP

La de Lionel Messi con los mundiales es una historia de desencuentros, romances fugaces y caídas abruptas, de un destino esquivo, del disfrute, la comparación permanente y la frustración reiterada. La historia de una pasión que, como tal, con su propia intensidad se volvió inmanejable, incluso dolorosa. Pero, sobre todo, es una historia en construcción a la que, como mínimo, le queda un capítulo más: el que, si acaso fuera posible, lo haría aún más grande o, por el contrario, dejaría un asterisco permanente junto a su nombre, un resquicio por donde ingrese el hater de turno.

EL INICIO

Quizás el único Mundial que Messi haya vivido intensamente como hincha fue también el último en esa condición. En 2002, a días de cumplir 15 años, sufrió desde Barcelona aquella aventura breve de la selección argentina en Japón: fueron solamente diez días.

En noviembre, su nombre comenzó a circular en los pasillos de la AFA: precisamente en Barcelona
–donde el director técnico de la selección, Marcelo Bielsa, se encontraba de gira–, un rosarino llamado Jorge (nunca se confirmó oficialmente, pero sería el padre de Lionel) le acercó a Claudio Vivas, asistente de Bielsa, un VHS con jugadas del adolescente. “Póngalo en velocidad normal, Claudio”, reprochó Bielsa, incrédulo ante el despliegue que veía en pantalla. 

Desde ese momento, comenzó una larga tarea de persuasión para que Hugo Tocalli, entonces a cargo de los seleccionados juveniles, convocara al jugador que también pretendía España. Un partido amistoso inventado sobre la marcha contra la sub-20 de Paraguay, en cancha de Argentinos Juniors y al que asistieron alrededor de 200 personas que adquirieron la entrada a cambio de diarios o resmas de papel, le permitió a Julio Grondona primerear a la Federación Española y ligar, de una vez y para siempre, a Lionel Messi con la selección argentina.

ALEMANIA 2006

Messi llegó al Mundial de Alemania con 19 años, como una promesa. Aquel torneo tuvo el encanto de lo inaugural, los primeros pasos con la celeste y blanca en un camino que se imaginaba próspero. “Vas a ser el mejor del mundo, pero este Mundial todavía no va a ser el tuyo. Tu Mundial va a ser el de Sudáfrica”, vaticinó José Pekerman, héroe y villano de la competencia, el padre futbolístico de un grupo que crio en las selecciones juveniles, el hombre ideal para conducir el inicio de la joven estrella. El mismo que sería duramente criticado por haber optado por Julio Cruz y haberlo dejado sentado en el banco de suplentes en la eliminación contra Alemania.

Aquel adolescente al que no se le conocía la voz compartió plantel con Lionel Scaloni, Roberto Ayala y Pablo Aimar. Los tres, junto a Walter Samuel, son los integrantes del cuerpo técnico actual de la selección.

Vio el primer partido de la cita mundialista, una victoria 2-1 contra Costa de Marfil, desde el banco de suplentes. En el segundo encuentro Argentina se floreaba contra Serbia, ya ganaba por tres goles y faltaban quince minutos cuando José Pekerman dispuso su ingreso, en lugar de Maxi Rodríguez. Eléctrico y punzante, con el número 19 en la espalda (el 10 lo lucía Juan Román Riquelme), buscó el arco rival en cada pelota que tocó, sin importarle que el partido ya estuviera definido. Su voracidad y frescura quedaron en evidencia apenas pisó la cancha. Dos minutos antes de que finalizara el partido, convirtió el sexto gol de la noche, con la pierna derecha, tras un pase de Tévez. Su primer gol mundialista llegó rápido. Para el segundo habría que esperar ocho años.

Cerró la fase de grupos como titular en un partido sin tensión ante Holanda, con ambos equipos clasificados a octavos de final, sin demasiado para destacar.

En octavos de final, contra México, ingresó seis minutos antes de que terminara el tiempo regular en un partido trabado que se definió en el alargue. Encontró espacios y, cuando no los hubo, los creó. Le anularon un gol por offside (el pase había sido de su ídolo, Aimar). El golazo de Maxi Rodríguez lo encontró con los brazos extendidos, reclamando la pelota al borde del área.

La selección luego fue eliminada en cuartos de final, en los penales, por Alemania. Sentado en el banco de suplentes, de brazos cruzados, observó el lamento de sus compañeros y el festejo de los locales cuando Jens Lehmann le atajó el cuarto penal a Cambiasso.

En 2020, Leandro Cufré, integrante de esa selección, reveló que Messi arrastraba problemas físicos y que por eso José Pekerman no lo utilizó en aquel encuentro. Lionel Scaloni, a la distancia, también apoyó la decisión: “Yo hubiera hecho lo mismo”.

SUDÁFRICA 2010

Con Diego Armando Maradona en el banco de suplentes, la Argentina se sintió capaz de todo. El 10 eterno le cedía la posta al nuevo 10. Un cambio de mando en una dinastía de zurdas prodigiosas, con un Mundial como escenario.

Con 23 años, Messi todavía se encontraba entre los más jóvenes del plantel. No se le exigía, ni él tampoco reclamaba, posiciones de liderazgo. Para eso estaban el capitán, Javier Mascherano; la experiencia de referentes como Juan Sebastián Verón; y, más que nada, ese agujero negro de presión y atención que fue siempre la figura de Maradona, el centro de todas las miradas. De todos modos, contra Grecia usó por primera vez, de prestada, la cinta de capitán.

En el traspaso de un 10 a otro, los goles se perdieron. Messi pateó una veintena de veces al arco en toda la competencia, reventó los palos en un par de ocasiones, los arqueros descolgaron pelotas de los ángulos otras tantas, pero ningún gol se sumó a su cuenta personal.

Su primer gol mundialista, frente a Serbia en Alemania 2006, llegó rápido. Para el segundo habría que esperar ocho años.

Su nivel, más allá de la falta de gol, fue bueno. Estuvo a la altura de las circunstancias. Una lista que desde la previa se intuía despareja desembocó en un equipo poco equilibrado y sin opciones en defensa, que con el correr de los partidos fue perdiendo impulso. Una fase de grupos sin sobresaltos y con puntaje perfecto, un cruce de octavos de final (México) áspero y bien resuelto envalentonaron al equipo. Sin embargo, de nuevo apareció Alemania para señalar el final del recorrido. Esta vez, con un 4 a 0 inapelable.

Para ese entonces, Messi había ganado dos Champions League, cuatro ligas y tres Supercopas de España, una Copa del Rey, una Supercopa Europea y un Mundial de Clubes con Barcelona. Cada vez más y con mayor intensidad se le reclamaba que derramara un poco de toda esa gloria hacia la selección. En su club fluía, en la selección remaba.

BRASIL 2014

Messi llegó a Brasil más maduro, padre de un hijo y con 27 años. Alejandro Sabella lo ungió con la capitanía. A su estilo, tímido y silencioso, extendía su influencia en el grupo con una forma diferente de liderar: sin gritos ni estridencias, con talento y disciplina.

Si alguna vez el sueño pareció concretarse, si en algún momento los planetas aparentaron alinearse para que todo fuera perfecto, fue en ese Mundial. En tierras del clásico rival, la Argentina y Messi vieron la copa muy de cerca y estuvieron a punto de alzarla. Pero no.

Su zurda fue la llave que abrió defensas cerradísimas: gol para el 2-1 a Bosnia, gol para el 1-0 agónico a Irán y dos goles más para el 3-2 a Nigeria. Contra Suiza, asistencia para que Ángel Di María evitara los penales. Contra Bélgica, otra victoria por la mínima para “cruzar el Rubicón”, de acuerdo a la analogía de Sabella: por primera vez desde 1990, la Argentina fue más allá de los cuartos de final de un Mundial.

El llanto de emoción y la corrida desenfrenada cuando Maxi Rodríguez metió el penal ante Holanda que depositó a la Argentina en la final fue el momento más feliz de Messi con esta camiseta hasta la obtención de la Copa América el año pasado.

Un año después de la derrota en la final contra Alemania, de aquella imagen de Messi con la mirada desencajada al sostener el premio a mejor jugador del torneo, la FIFA lo entrevistó. Casi en un acto de crueldad, lo invitaron a reaccionar a diferentes momentos del Mundial. Entre ellos, una definición de zurda que rozó el palo izquierdo de Neuer, con el partido empatado. Lionel cerró los ojos, sonrió y contestó: “¿Qué sé yo? ¿Qué te puedo decir?”. El dolor fue proporcional a la ilusión.

RUSIA 2018

En los años sucesivos, ni a él ni al resto de la selección se les perdonó haber llegado tan cerca de la gloria para caer igual que siempre. Dolido, el hincha parecía preferir una derrota rápida, que no permitiera ni un atisbo de ilusión, antes que las tres finales consecutivas que la Argentina no supo ganar (la del Mundial y las dos Copas América contra Chile).

En Rusia el Mundial fue un suplicio de principio a fin. Messi, tantas veces por encima del nivel general, estuvo a tono con el flojo momento del equipo. Un deslucido empate contra Islandia en el que erró un penal fue la primera mala señal. En el segundo partido, mientras sonaban los himnos, el capitán se frotó la frente como lamentándose por anticipado: fue derrota 3-0 contra Croacia.

Al cierre de la fase de grupos, la selección llegó obligada a ganar. Ahí apareció el primer y único gol de Messi en Rusia: recibió un pase largo de Banega, anestesió la pelota con su muslo izquierdo, volvió a tocarla antes de que llegara al suelo para alejarla del defensor que lo perseguía y remató con la derecha.

Contra Francia, empujó con coraje hasta el final, en un partido que pareció más alcanzable en el resultado que en el desarrollo. Con dos asistencias a puro coraje, fue derrota 4-3. En la última jugada, entró al área para ver cómo Di María le sacaba de la cabeza a Federico Fazio el centro de Maximiliano Meza. Hasta ahora, fue su última acción en un Mundial.