Ushuaia: la postal justa

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Desde que se piensa el viaje hasta que se regresa, todo es un sueño. Agua, vegetación, fauna… nada, a ciencia cierta, falta, según la estación en que se la visite.

Texto: Silvia Paglieta

Fotos: Nicolás Pérez

 

Cuando se llega a Ushuaia, la primera impresión es que uno está dentro de una de esas postales bien bonitas donde no falta nada: blanco, si es invierno, pero con intensas pinceladas de verde y rojo en los techos que van desapareciendo de a poco con la intensidad de la nieve. Es una nieve que todo iguala y que se transforma con el breve sol en estalactitas que seducen y hieren al mismo tiempo. Si es primavera, no alcanza la vista para mirar las flores; y así, en cada estación, un atractivo. En su centro, en sus veredas con desniveles se juntan allí lo clásico pero también lo moderno, los olores, los sabores, las voces de los nativos y de los turistas. Las voces propias, las de los nacidos y criados.

Invierno es la estación de permanecer adentro para mirar el afuera desde los dobles vidrios, es la estación del fuego cuando uno regresa de estar en el frío. Y eso no se da en tantos lugares en nuestro país, esa sensación de pasarla siempre bien, de que los alimentos que se acopian serán los justos, de que la sal para abrir los caminos alcanzará, de que los niños podrán salir a caminar y a pasear con sus trineos caseros. Se jugará con bolas de nieve, la atemporalidad del juego, corrijo, el juego de todos los tiempos. Y estará el muñeco con la nariz de zanahoria y las manos de palitos luciéndose en los patios, días y días, testigo de que se puede jugar siempre.

Durante el día –y pasadas las tormentas–, nuestra postal toda blanca con toques verdes y rojos nos permitirá desayunar con una buena taza de chocolate, recorrer museos y espacios históricos, conocer el Parque Nacional Tierra del Fuego, ir en canoa, pasear en trineo y estar en contacto con perros siberian y alaskan husky, esa raza aguerrida, pero también capaz de jugar con un niño para irse luego a dormir bajo el cielo de nieve.

Tras la toma de maravillosas panorámicas podremos, si el tiempo lo permite, hacer unas fotos en pleno detalle con una excursión en barco por el canal de Beagle, navegar y hacer avistajes en la isla de los Pájaros y la isla de Lobos, mientras el agua es plena de invertebrados, entre ellos, la buscada centolla patagónica.

Para concluir el viaje –dicho clásicamente, para poner el moño a este regalo que ha sido conocer–, está el recorrido con el tren que va por las vías que se utilizaban cien años atrás.

Después, ya de regreso, otra taza de chocolate, un poco de descanso y salir, como quien se despide hasta la próxima de un bar de vinos o de degustar cordero con hongos acompañado con una porteña ensalada de rúcula con provolone.

Y hasta la vuelta.

Porque es seguro que aquí se vuelve.

Siempre.

NICOLÁS PÉREZ

Buenos Aires, 1974. Fotógrafo y artista visual. Su trabajo profesional ha aparecido en importantes publicaciones, nacionales e internacionales, como Cosmopolitan, Runner’s World, Maxim, Seventeen, Women’s Health, Muy interesante, Apertura, Clase, Convivimos, Presente, y ha fotografiado tres historias para los especiales de National Geographic Argentina.