Endiablados

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Este año, marzo es el mes del carnaval. Días en los que nada está prohibido. En este reportaje, un recorrido por los carnavales barriales de Córdoba.

Fotos: Gastón Bailo
Texto: Fabián García

Niños y niñas juegan con espuma loca mientras disfrutan del carnaval de Barrio Villa el Libertador, Córdoba.

Los días del carnaval tienen la chapa de permitido.
Del Miércoles de Ceniza al Martes de Carnaval –el tiempo que según las tradiciones se extiende este festejo–, el mundo deja de ser mundo y se transforma al ritmo endemoniado de las comparsas y los bailarines. El engaño, la burla, el disimulo, la protesta y el ser de cada uno se vuelven disfraz, y las ataduras se desatan dejando al descubierto lo que nadie se anima a mostrar el resto del año.

Tres niños festejan el carnaval de Barrio Alberdi, en Córdoba.

Puede ocurrir en este tiempo liberado lo que nunca ocurre, que el diablo sea Dios y Dios se convierta en diablo. Que el pobre se vuelva rico; y el rico, pobre. Que el miedoso sea valiente; y el forzudo, un abejorro. Que los ojos descubran el amor o que el amor se escape arriba de una carroza. El carnaval es una fiesta donde los sueños pueden ser la realidad y lo cotidiano queda, por unos días, debajo de los pies de los que bailan.
Su energía se acumula como una tormenta eléctrica durante los 360 días que corren desde el final del que pasó, y se derrama alocada en esos poquitos días. No hay barrera que la ataje, y tampoco nadie que se preocupe por ello. Cuando termina, su encanto se aloja en el corazón de cada uno hasta que la batucada del próximo año lo llame a salir de allí.

Las botas de una bailarina relucen antes de salir a escena durante los carnavales de Córdoba.

Carnaval y disfraz son como hermanos. Los sumerios y egipcios ya habrían tenido fiestas con similitudes a las actuales, 5000 años antes de Cristo. Luego, fueron los romanos los que se disfrazaron en las “Saturnales”, fiestas en las que durante tres días consecutivos se olvidaban del orden establecido. El disfraz representaba originalmente el alma de los malos espíritus y, por lo tanto, las máscaras formaban parte de un arte religioso y espiritual. Era un camino para representarlos y congraciarse con ellos. El viaje hasta el presente dotó a los disfraces y al carnaval de las peculiaridades regionales y –en este caso– de las influencias de pueblos originarios de América y África, y le agregó, por ejemplo, las representaciones burlescas.

Una integrante de la murga Los Gloriosos de Alta Córdoba salta al ritmo de la música en el cierre de los carnavales.

Más allá de cómo sea en cada lugar, la fiesta de carnaval posee el don de ser original e inolvidable. Para cada uno y para todos. Por eso, dicen que quien vive el carnaval se queda con una sonrisa para siempre.

Gastón Bailo
Lic. en Comunicación Social (UNC). Fotógrafo documental – Storyteller. Su trabajo se basa en contar historias de personas y culturas alrededor del mundo. En Instagram @gastonbailoph.
Web: www.gastonbailo.com