Primeros veraneos en Mar del Plata

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Felipe Pigna
Historiador, profesor de Historia, escritor; director de la revista Caras y caretas y de elhistoriador.com.ar.

Las vacaciones a orillas del mar fueron una invención inglesa del siglo XVIII. La moda originada en las playas de Bath y Brighton se extendió por Europa a otros balnearios, como Trouville, Deauville, Biarritz y San Sebastián.

La llegada de esta costumbre a nuestro país tuvo lugar recién hacia fines del siglo XIX. Hasta entonces los porteños tomaban sus baños veraniegos en las costas del Río de la Plata. Mar del Plata, que había sido fundada por Patricio Peralta Ramos en 1874, comenzó a imponerse como el lugar preferido para relajarse en un buen descanso veraniego para las clases más pudientes de la sociedad. La llegada del ferrocarril a la ciudad atlántica el 26 de septiembre de 1886, el impulso que le dio Pedro Luro y la inauguración del lujoso Bristol Hotel, dos años más tarde, catapultarían a la ciudad balnearia como sitio dilecto de veraneo de la clase alta argentina.

“La llegada de esta costumbre a nuestro país tuvo lugar recién hacia fines del siglo XIX”.

El éxito del hotel fue inmediato, y pronto comenzaron las ampliaciones para poder alojar a la creciente cantidad de turistas que optaban por la ribera atlántica para un descanso de verano. Inicialmente, los visitantes se entretenían en juegos de azar, como el casino, inaugurado en 1889, y las carreras de caballo. También practicaban golf y se efectuaba el tiro de la paloma.

Todavía los baños de mar no despertaban gran interés entre los veraneantes, y la relación con las olas era más bien contemplativa. En 1888 se redactó un estricto código de baño que establecía lo siguiente:

Artículo 1º: Es prohibido bañarse desnudo.

Artículo 2º: El traje de baño admitido por este reglamento es todo aquel que cubra el cuerpo desde el cuello hasta las rodillas.

Artículo 3º: En las tres playas conocidas por el Puerto, de la Iglesia y de la Gruta no podrán bañarse los hombres mezclados con las señoras a no ser que tuvieran familia y lo hicieran acompañando a ella.

Artículo 4º: Es prohibido a los hombres solos aproximarse durante el baño a las señoras que estuvieran en él, debiendo mantenerse por lo menos a una distancia de 30 metros.

Artículo 5º: Se prohíbe a las horas del baño el uso de anteojos de teatro u otro instrumento de larga vista, así como situarse en la orilla cuando se bañan señoras.

Artículo 6º: Es prohibido bañar animales en las playas destinadas para el baño de familias.

Artículo 7º: Es igualmente prohibido el uso de palabras o acciones deshonestas o contrarias al decoro.

Más de dos décadas después, el periodista y escritor francés Jules Huret, corresponsal del diario Le Figaro de París, describirá con elocuencia las preocupaciones de la elite de entonces: “Se entiende que nadie va a Mar del Plata para disfrutar del mar, para admirar los cambiantes juegos de las olas sobre las rocas, la magia de los crepúsculos o de los claros de luna, porque todo el día, con una sinceridad que desarma, las gentes vuelven la espalda al océano y no tienen ojos más que para los paseantes. Se va a Mar del Plata a lucirse, a lucir su fortuna, a divertir a las muchachas y a armar las primeras intrigas que se resolverán en los noviazgos de invierno. Las familias de las provincias intentan mezclarse con las de la capital y hacerse relaciones; las niñas de ‘tierra adentro’ que anhelan lanzarse no tienen bastante con un mes para exhibir todo su guardarropa”.

Faltaban varias décadas para que los sectores asalariados accedieran a la que comenzaría a llamarse “la ciudad feliz”.