El mágico nido de un colibrí

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Un contacto íntimo con la morada de los picaflores, una de las aves más pequeñas y bellas del mundo. Pueden batir sus alas hasta doscientas veces por segundo y volar hacia atrás.

Texto Cristina Di Pietro

Habían transcurrido poco más de 25 días –el tiempo que le llevó construir el nido e incubar los huevos– antes de que el fotógrafo la descubriera.

Ningún colibrí macho merodeaba los alrededores. De naturaleza polígama, este solo participa en el apareamiento, previo cortejo con canto y coreografía incluida; por lo tanto, ha sido ella, orgullosa, la encargada de hacer el nido, cuidar la puesta y proveer a sus crías de suficiente calor y alimento. 

Bellos, inteligentes y del tamaño de un dedo índice (aunque este varía según la especie), los picaflores o colibríes parecen salidos de un país de hadas. Son las aves más pequeñas del mundo y constituyen una familia exclusivamente americana que comprende unas 319 especies que habitan desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

La hermosa protagonista de esta serie, una hembra de picaflor común (Chlorostilbon aureoventris), es, junto al picaflor bronceado (Hylocharis chrysura) y el de garganta blanca (Leucochloris albicollis), una de las tres especies que habitan la provincia de Buenos Aires, donde fueron tomadas las fotos. Mide en promedio unos siete centímetros, dos más que el colibrí mosca o zunzuncito, endémico de Cuba y el más pequeño de todos, y nueve centímetros menos que el que ostenta el mayor tamaño: el picaflor gigante.

A pesar de su tamaño, estas aves pueden desarrollar velocidades de entre 45 y 75 kilómetros por hora, batir sus alas hasta doscientas veces por segundo y volar de manera muy parecida a la de insectos como abejas o libélulas, que se mantienen suspendidos en el aire y se desplazan hacia arriba, hacia abajo, hacia adelante o hacia atrás (son las únicas aves capaces de hacer esto último), sin depender necesariamente de la velocidad del viento. También son excelentes polinizadoras, y sus espléndidos colores iridiscentes, que varían según el reflejo de la luz en sus plumas, acentúan aún más su belleza.

A las tres semanas, los pichones ya provistos de plumas estarán listos para emprender su propio vuelo. Su madre los alimentará hasta entonces y lo seguirá haciendo hasta el mes y medio o dos de edad. Anidarán en primavera y verano, y entrarán en un letargo principalmente por la noche, llamado “torpor”, o emprenderán viajes hacia lugares más cálidos cuando comience el frío. En su dulce libar de flor en flor, dicen por ahí que el mainumby (nombre guaraní del colibrí) recoge de las flores las almas que aguardan su paso para ser guiadas amorosamente al paraíso. Mientras tanto, estas maravillosas criaturas aladas enriquecen y embellecen el espíritu y el paisaje de los mortales. 

Ponen dos huevos. Al nacer los pichones, la hembra los alimenta regurgitando una mezcla de néctar e insectos.
Los pichones permanecen en el nido entre 20 y 23 días, y siguen siendo alimentados por la madre hasta el mes y medio o dos.

Nicolás Pérez 

“Con mis fotos intento hacerle justicia a la naturaleza. Inspirar a las personas a tomar acciones para asegurar que los ambientes naturales y la vida salvaje persistan”. Apasionado de la naturaleza desde la infancia, Nicolás Pérez es fotógrafo y artista visual. Nació en Buenos Aires (Argentina) y se recibió en la Escuela de Arte Fotográfico (EDAF) en 1997. Se dedica a la fotografía desde hace más de 20 años, mayormente en el campo editorial y publicitario.