El mandato de sobrevivir

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Un fragmento exclusivo de la novela Alma armenia, de la escritora Magda Tagtachian, publicada por el sello VeRa, de la Editorial  V&R. 

En el proceso judicial asegurarían que tanto ella como su compañero Hrant Torosyan cumplían tareas de inteligencia para los servicios armenio y estadounidense. Que habían recibido dinero a cambio de pasar información de Azerbaiyán. Y que, por esa razón, los habían apresado mientras sobrevolaban “sus tierras”. En futuras indagatorias, la detenida debería declarar con qué políticos y oficiales armenios y estadounidenses se había reunido, y quiénes de la oposición en Azerbaiyán trabajaban en secreto para ella. El presidente de la nación seguiría en persona el caso. La justicia reportaba directo a él. Por eso se encontraba detenida en el Ministerio Nacional de Seguridad.

El aire de la sala se llenó de densidad. Alma trató de mantenerse calma. El fiscal la miró y controló la hora en su reloj de oro. Parecía tener prisa. La obligaron a firmar unos papeles que no entendía porque estaban en lengua azerí y nadie se los presentó traducidos. Entonces, el juez impartió justicia como se imparte justicia en Azerbaiyán. Dejó firmes los cargos enunciados por la Fiscalía y salió de la sala. El caso había sido marcado como resuelto.

De pronto, Hrant entraba esposado al mismo recinto que ella estaba a punto de abandonar. Ella quiso quedarse. Los ojos del camarógrafo la miraban gastados. El guardia retorció el brazo de Alma mientras volvía a esposarla. Aun así, intentó focalizar en Hrant. Un segundo le alcanzó para comprobar su aspecto tan fantasmagórico como el de ella. El rostro sucio, la ropa estropeada y sus manos inmovilizadas. Sin embargo, ese segundo le bastó. Hrant parecía tenderle un lazo. Gritarle que resistiera.

De regreso en la celda, se planteó cómo se haría valer en esa fosa judicial, donde las garantías personales y procesales daban otro paso de falsa comedia. Ejercían una mofa a las leyes, los organismos de derechos humanos, asociaciones civiles y humanitarias en lucha por las libertades individuales. A su espalda retumbó el golpe de la puerta de acero. Hizo fuerza para dormirse. Las imágenes del juzgado, los ojos de Hrant envolvían su mente. ¿Qué le habrían hecho? 

La luz que la enfocaba permanentemente como gallina que empollaba no ayudaba a su estabilidad emocional. Era su quinta noche en prisión. Cuando creyó que había comenzado a entrar en el sueño, pasada la medianoche, escuchó un murmullo ronco en el pasillo. En segundos la llave en su puerta giró. El corazón empezó a retumbarle. Un guardia le gritó que se alistara rápido. No parecía buena señal. Había leído varios testimonios de prisioneros políticos. Cuando los sacaban de la celda en la noche, los llevaban a los interrogatorios. En medio de torturas, intentaban obtener declaraciones a su conveniencia. La modalidad se repetía con reporteros y figuras que tenían repercusión en la prensa. Los interrogatorios diurnos, en cambio, se forzaban con chantajes además de drogarlos.

Ermeni, ermeni —vociferó el guardia.

Cuando salió de la celda la obligaron a caminar hacia su izquierda. La vista al frente. Las manos sobre la espalda. La esposaron. Llegaron a la oficina de Rashad, el director del ministerio. Pudo ver su escritorio y las fotos. Era la misma oficina donde había llegado el primer día. Le cubrieron la cabeza. Apenas podía respirar. Veía oscuro y sombras. Sin embargo, los otros guardias que se acercaban no podían reconocerla a ella. De esa forma, el personal del ministerio se aseguraba de que ninguno de sus empleados pudiera identificar el prisionero que llevaban al interrogatorio.

La tuvieron parada mientras hablaban entre ellos y se comunicaban por radio. El calor y los nervios le empaparon la camiseta. La capucha la asfixiaba. La tela no le permitía ver con nitidez, pero percibía algunos movimientos. Se sumaron dos personas a la oficina. La tomaron de los brazos y la arrastraron por otro pasillo. Se detuvieron. Oyó el motor de un ascensor. Trató de calcular los pisos. Por el movimiento entendió que descendían. Desde el sexto calculó que el elevador había traspasado la calle en uno o dos niveles. Sería probablemente el primer o segundo subsuelo. 

Magda Tagtachian

Escritora y periodista, es autora de Alma armenia, editado en la Argentina y en México bajo el sello VeRa, de V&R. Su familia, de origen armenio, llegó hace un siglo al país huyendo del genocidio. La autora trabajó veinte años en el diario Clarín y antes en las revistas Gente y Para Ti, de Editorial Atlántida. En 2018 recibió la distinción Hrant Dink, otorgada por el Consejo Nacional Armenio de Sudamérica, por su labor en derechos humanos.