En busca de la igualdad

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Impulsadas por un contexto social que las contiene como nunca, las mujeres en el deporte están decididas a voltear los obstáculos que siguen interponiéndose en su camino.  

Fotos iStock

Lejos como siempre, pero más cerca que nunca. Aunque la equidad de género todavía se hace esperar en casi todos los ámbitos, su llegada parece inevitable. No en vano uno de los símbolos de la lucha feminista en los años recientes es el célebre grabado japonés La gran ola de Kanagawa, donde la marea imponente crece hasta formar una ola gigante que arrasará indefectiblemente con lo que se le cruce en el camino.

El deporte no será la excepción: cada vez más, las deportistas de todo el mundo alzan su voz para reclamar igualdad, desde los derechos más básicos hasta espacios de poder y toma de decisiones. A pesar de que en la Argentina hay más mujeres que hombres, en las cúpulas de las comisiones directivas de clubes, asociaciones y federaciones se encuentran subrrepresentadas.

Inés Arrondo, que al asumir a fines del año pasado como titular de la Secretaría de Deportes de la Nación se convirtió en la primera mujer en ocupar ese cargo, grafica la desigualdad imperante: “Basta con ver la composición de las comisiones directivas de clubes y federaciones, que no llegan ni siquiera al 17 por ciento de participación efectiva de mujeres; basta con ver la difusión que se hace del deporte y la invisibilización que sufren las mujeres a la hora de la comunicación de las prácticas deportivas en cualquiera de los medios de comunicación; basta con ver la distribución de los recursos dentro de las estructuras de deportes nacionales, provinciales y en los clubes, cómo se distribuyen la grilla de uso de los espacios, los recursos a la hora de la participación en las ligas, los tiempos. Todo eso hace a la postergación de las posibilidades de las mujeres en el momento de la práctica”.

Por todos esos motivos y por un clima de época que favorece el reclamo de reparaciones y reivindicaciones, las deportistas de todo el mundo exigen lo que les corresponde. La futbolista noruega Ada Hegerberg, ganadora del Balón de Oro en 2018, renunció a su selección antes del mundial del año pasado a pesar de que la federación de su país fue una de las primeras en establecer que los seleccionados masculino y femenino cobraran lo mismo. “No es solo plata, se trata de posibilidades. El fútbol es el deporte más importante de Noruega para las niñas, pero no tienen las mismas posibilidades que los chicos”, sostuvo. 

Megan Rapinoe, goleadora, figura y campeona del mundo con los Estados Unidos en el último mundial de fútbol, disputado en Francia en 2019, es otro ejemplo de que las deportistas actuales luchan dentro y fuera de la cancha: fue la primera jugadora blanca en arrodillarse durante el himno nacional en señal de protesta por la violencia racial de la policía, se enfrentó públicamente con Donald Trump y se puso al hombro la causa de la equiparación de salarios entre las selecciones femenina y masculina de su país (los hombres, que en los últimos 90 años no consiguieron pasar de octavos de final, cobran más que las mujeres, que ganaron cuatro mundiales).

“La discusión de género es una discusión política, porque tiene que ver con equiparar la relación de poder que hay entre mujeres y hombres a la hora de la participación”.
(Inés Arrondo).

En la Argentina fue precisamente el último mundial de fútbol un punto de inflexión: la visibilidad ganada por un grupo de jugadoras que durante la etapa clasificatoria se enfrentó a la Asociación del Fútbol Argentino por las malas condiciones en las que entrenaban y viajaban derivó en una popularidad capitalizada luego por otras jugadoras (Maca Sánchez a la cabeza) para conseguir un semiprofesionalismo (parte de los planteles de los equipos de primera división comenzaron a percibir un sueldo este año). No es suficiente, por supuesto, ya que la brecha salarial con respecto a los equipos masculinos de la misma categoría es abismal, pero es más de lo que nunca antes se había obtenido.

En los demás deportes también proliferan los signos de desigualdad y su contrapartida, las batallas ganadas para alcanzar la paridad. En el caso del tenis, por ejemplo, la tradicional Fed Cup –el torneo de selecciones que se juega desde 1963 (similar a la Copa Davis masculina)– a partir del año que viene se disputará bajo el nombre “Billie Jean King Cup”, en homenaje a una pionera de la lucha feminista en este deporte. King fue protagonista en 1973 de “La batalla de los sexos”, un desafío entre géneros en el que venció a Bobby Riggs, quien pretendía demostrar la supremacía masculina. Ese mismo año, ella amenazó con boicotear el US Open, uno de los cuatro torneos más importantes del mundo, y consiguió que la organización, por primera vez, ofreciera los mismos premios a hombres y mujeres. Como si fuera poco, fundó la asociación de tenistas mujeres, la WTA.

El vóley argentino es otro caso paradigmático: las mujeres federadas son más del doble que los varones (20.520 y 10.146, respectivamente), pero, como dice el comunicado presentado por jugadoras y exjugadoras en enero de este año, ocupan “un lugar marginal en la organización de los clubes, las ligas nacionales y los medios especializados en deportes”. Julieta Lazcano, capitana de la selección, escribió en Instagram: “Por ser mujeres cobramos menos que los hombres, por ser mujeres no tenemos una liga como la gente… ¿Por qué siempre les daban a los chicos los mejores horarios y canchas para entrenar? ¿Por qué ellos entrenaban en piso de parquet y nosotros en uno de cemento? ¿Por qué les daban más ropa? ¿Por qué siempre nos hicieron sentir menos?”. La pandemia puso el reclamo en el freezer, pero la nueva normalidad también deberá atender estas demandas.

El famoso techo de cristal, esa limitación velada al progreso de las mujeres dentro de distintas estructuras, está presente en todos los deportes. De las 58 actividades nucleadas por el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard), solo tres son presididas por una mujer. En rigor, se trata de una sola federación en la que se agrupan escalada, esquí y snowboard: la Federación Argentina de Ski y Andinismo, cuya presidenta es desde 2018 Magdalena Kast. 

Todas las demás asociaciones y federaciones ligadas al Comité Olímpico Nacional son conducidas por hombres (de acuerdo con un informe elaborado por los periodistas Micaela Piserchia y Matías Montoya para Argentina Amateur Deporte, solamente 158 de 942 cargos –el 17 por ciento que menciona Arrondo– son ocupados por mujeres). Entre los equipos de primera división del fútbol argentino, la única presidenta es Lucía Barbuto, de Banfield. En ese sentido, es ejemplar lo del Comité Olímpico Internacional, con un 47,7 por ciento de mujeres en sus comisiones (en 2012 esa cifra apenas era del 20 por ciento).

Con el foco puesto en los roles de toma de decisiones, la diputada nacional por la ciudad de Buenos Aires Carla Carrizo presentó a fines de 2019 un proyecto de ley que busca llevar la paridad de género a la conformación de las comisiones directivas de las asociaciones civiles deportivas. “¿Por qué cambiar la estructura de autoridad en las comisiones? Porque si no, dependés de que una eventual buena gestión otorgue algunos derechos. Pero los derechos no son una concesión, sino una oportunidad. Necesitamos mujeres defendiendo un sentido de equidad integral para la construcción de las carreras deportivas en la Argentina en todas las disciplinas”, argumenta Carrizo.

En la difusión del proyecto de ley colaboró la organización Mujeres Asociadas a Clubes de Fútbol (Macfut). “Todas tenemos un objetivo, que es que haya más mujeres participando en comisiones directivas de los clubes, decidiendo, pensando clubes libres de violencia y de discriminación, que tengan esa otra mirada que les hace falta a las instituciones deportivas. Hay un crecimiento grandísimo a partir de los movimientos feministas. Feministas somos todas porque feminismo es la lucha por la igualdad y no es solo una cosa de mujeres, sino también de los hombres: todo hombre que lucha por la igualdad es feminista”, asegura Marisa Pérez, presidenta de Macfut.

“Las puertas del Congreso se abren para modificar una ley cuando hay un clima social muy fuerte que presiona, y esa es la novedad del movimiento de mujeres en la Argentina”.
(Carla Carrizo).

En las habituales encuestas donde se busca dilucidar al mejor deportista argentino de la historia, suele quedar fuera de la discusión Luciana Aymar, ocho veces elegida como la mejor del mundo. Tampoco Las Leonas, el seleccionado de hockey donde ella brilló, suelen recibir el reconocimiento que merecen por ser el único combinado nacional que en los últimos veinte años bajó del cuarto puesto solo en un par de las competencias más importantes del mundo. En esta valoración mediática también se presenta la desigualdad.

“La discusión de género es una discusión política, porque tiene que ver con equiparar la relación de poder que hay entre mujeres y hombres a la hora de la participación. Ojalá no tuviéramos que dar esa discusión, ojalá no fuera necesaria para poder avanzar en la participación. Pero lo es. Nuestro objetivo es fortalecer las estructuras y generar los ámbitos y los programas propicios para que el deporte y la actividad física aparezcan en la vida de las personas y, sobre todo, en las vidas de niñas, niños y jóvenes”, analiza Inés Arrondo.

La diputada Carrizo se muestra optimista de cara a lo que viene: “Las puertas del Congreso se abren para modificar una ley cuando hay un clima social muy fuerte que presiona, y esa es la novedad del movimiento de mujeres en la Argentina. Una cosa social disruptiva. Se pudo avanzar con la paridad en el Congreso, con ese debate impensable en la Argentina que es el de la legalización del aborto. Antes de 2015 estas cosas eran inverosímiles, y no es que no hubiera mujeres en política, pero no tenían poder social. Las mujeres se transformaron en un actor político con incidencia en la política institucional argentina, marcando agenda. Esa idea de que hay una sociedad que mira y que la dirigencia deportiva tiene un costo si no avanza es muy interesante”.

Esa sociedad que mira es testigo de los avances en varios frentes. Muchas veces esas exigencias no se traducen en mayores oportunidades reales, en mejoras tangibles, pero indudablemente instalan un tema antes invisibilizado y se vuelven una incomodidad permanente para quienes intentan mantener un statu quo que, más temprano que tarde, se va a caer. 

LAS ÁRBITRAS TAMBIÉN

Pasaron veinte años desde que Florencia Romano se enfrentó con la AFA, entonces a cargo de Julio Grondona. La árbitra denunció discriminación a la hora de las designaciones para los partidos, ya que sus colegas varones ascendían mientras que ella no pasaba de torneos femeninos y juveniles. Su caso no prosperó, pero sentó las bases para que mucho tiempo después se produjeran algunos avances.

En abril de 2017, Nadya Chiarotti se convirtió en la primera mujer en integrar una terna arbitral en un partido de Copa Argentina. En octubre de ese año, Gisella Trucco fue la primera en ser parte de un partido de primera división.

Este año les tocó el turno a Mariana de Almeida y Daiana Milone, que se convirtieron en las primeras mujeres en ser jueces asistentes en un partido de la Copa Libertadores masculina.

“Me gusta que haya más mujeres, y yo misma he traído chicas para que hagan el curso. FIFA viene diciendo que quiere mujeres en los mundiales masculinos. No sé si me tocará vivirlo, pero voy a estar preparada por las dudas”, se anima Milone.

DEPORTISTAS TRANS

Generalmente, cuando se habla de paridad de género, se lo hace desde una perspectiva binaria (hombre-mujer) que excluye a las diversidades. Desde hace un tiempo viene creciendo también el reclamo trans, con deportistas que exigen su lugar.

Hace tres años, Jessica Millaman reclamó por sus derechos a competir en la liga chubutense de hockey junto a sus compañeras del club Germinal de Rawson. El Comité Olímpico Internacional se involucró en el tema y dictaminó que cualquier persona trans puede ser parte de competencias oficiales en los países miembros, siempre que sus niveles hormonales estén acordes a ciertos parámetros según el género al que pertenece.

Hoy es la futbolista Mara Gómez, del club Villa San Carlos, la que espera ser habilitada para competir: “Yo juego al fútbol por amor y porque me hace muy bien. Lo que quiero no es solamente lograr la inclusión en el deporte profesional, sino también romper con algunos paradigmas. Existen discusiones que hay que repensar, y es necesario empezar a cambiar el foco para ver una realidad nueva”, sostiene.