Candela Mohr:
“Quiero defender los derechos de los animales”

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A sus 19 años ha rescatado a más de doscientas mascotas abandonadas. Escribió un libro contando esas historias y eligió Abogacía para poder protegerlas desde lo legal.

Por: Dai García Cueto
Foto: Gentileza Random House

Lula es una caniche de cuatro años que vivía atada y sufrió un tumor mamario debido a la cantidad de veces que la “cruzaron” para vender sus cachorros. Hace nueve meses que disfruta de una nueva vida, en la que el sillón y la cama del departamento donde vive son sus lugares preferidos. Su salvadora es Candela Mohr, una joven que, por amor a los animales, se convirtió en rescatista de mascotas que sufren maltrato y abandono.
Comenzó a ayudarlas en 2013 al ver una publicación en Facebook sobre un cachorro abandonado en la ruta que la conmovió. No dudó en buscarlo y brindarle atención hasta encontrarle una familia que pudiera adoptarlo. Desde aquel momento, ha rescatado a más de doscientos perros y gatos en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires, la ciudad donde nació. “Adoptaría a todos los animales que pasan por casa, me cuesta entregarlos porque te superencariñás. Pero sé que es mejor, si no, no podría traer más. Por eso, trato de no perder contacto y comprobar que están siendo cuidados”, relata.
Luego del primer rescate, la casa familiar se convirtió en un hogar de tránsito para perros y gatos. Su mamá, Cristina, la alertó sobre el compromiso y la responsabilidad que implicaba esta misión solidaria, pero abrió las puertas sin titubeos y se pusieron a trabajar codo a codo. En las tareas también se sumó Florencia, su hermana menor, ya que, de acuerdo con el estado de cada animal, algunas veces se requieren cuidados intensivos y más manos para lograrlo. Por ejemplo, la mayoría de los abandonos son de cachorros que no superan los 45 días, entonces hay que darles la mamadera en la boca como si fueran un bebé. “Siempre los cuidamos en conjunto. Ambas están atentas, si ven algún perrito abandonado en la calle, me avisan”, dice agradecida, y luego de pensar unos segundos agrega: “Es más fácil castrar a la perra que tirar a sus hijos”. Además, hay casos en que necesitan de atención médica, y allí es donde la rueda de la solidaridad empieza a girar. Las veterinarias del pueblo le dejan los gastos al mínimo o abren cuentas para que los vecinos que puedan aportar vayan saldando la deuda. Sin embargo, la mayoría de los costos son afrontados por el bolsillo familiar.
Llegó a albergar a nueve animales en simultáneo: tres cachorras, una perra adulta y cinco gatitos. “Al principio, puede ser un poco triste por la situación que están atravesando; después es gratificante al ver que mejoran, que los adoptan y hasta te visitan. Ves el cambio. Todos podemos ayudar desde nuestro lugar, si nos comprometiéramos, sería más fácil”, dice Cande. Cada vez que llega un inquilino de cuatro patas, se suma a las mascotas de la casa: el perro Snoopy y las gatas Linda y Serafina.
Una vez que están crecidos o curados, comienza la búsqueda de una familia que los adopte, y de eso también se encarga ella. Generalmente se realiza por redes sociales, pero no se entregan a la primera persona que los pide. “Cuando alguien está interesado, hay que verificar la casa, que tenga patio cerrado para que no se escapen y que la familia esté en condiciones de afrontar la alimentación y las vacunas”, cuenta. La mayoría de las historias tienen finales felices, aunque también existen aquellas en las que los nuevos dueños no cumplieron con sus responsabilidades y Cande tuvo que salir al rescate una vez más.
Con tantas historias para contar, no dudó en recopilarlas en Diario de una rescatista (Editorial B de Blok), el libro que escribió con el objetivo de concientizar sobre el maltrato animal y la necesidad de adoptar responsablemente. “Quise hacer una varieté: un perro atropellado, cachorros, una de galgos, un perrito discapacitado, un perro de raza para hacer hincapié en la adopción antes que en la compra. Me quedaron un montón afuera”, dice feliz por esta oportunidad.
A su futuro no lo imagina ni en la literatura ni en una veterinaria, prefiere las leyes. Se mudó a Bahía Blanca para estudiar Abogacía y ayudar a las mascotas por el lado de la protección. “Quiero defender sus derechos”, sintetiza. Aunque la vida universitaria le complica sus labores como rescatista, cada vez que puede recibe algún animal. Mientras tanto está pendiente de lo que pasa en Tres Arroyos: “Por más que esté a 200 kilómetros, se puede colaborar”.