Los desafíos de Catalina

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Catalina Hornos es la constructora de una gran familia que se extiende mucho más allá de su marido y sus once hijos. Creó y dirige una ONG que acompaña a mamás en situación de pobreza con el objetivo de combatir la desnutrición infantil.

Catalina Hornos no cuenta con tiempo libre. Las pocas veces que lo tiene, lo usa para hacer lo mismo de todos los días: criar a sus hijos o pensar en Haciendo Camino, la ONG que fundó y dirige hace 16 años. A lo sumo, juega al pádel con amigas o se va al campo a andar a caballo. En su rutina no entra un alfiler. Hace malabares para coordinar las agendas de sus diez hijos, siete de ellos, adoptados. A esta multitud se suma la hija de su marido. Los dos más grandes, de 24 y 22 años, se independizaron; el resto, que va “en escalerita” de los 4 a los 21, tiene diferentes horarios y demandas. “El desafío más importante no tiene que ver con la comida o la distribución de tareas, sino con dedicarles tiempo de calidad y lo que necesitan de acuerdo con la etapa que atraviesan”, comenta sobre los detalles de organizar una familia tan numerosa.

Siempre se imaginó con hijos propios y adoptados, pero jamás pensó en once. “No hay un momento en el que me arrepienta. Y si bien me puedo equivocar y no ser la mamá perfecta, estoy convencida de que valió la pena”, dice. 

A sus hijos adoptivos los conoció en Añatuya, Santiago del Estero, cuando era voluntaria en una escuela albergue mientras estudiaba Psicopedagogía. Un día, le pidieron que cuidara a cuatro hermanos que habían sido separados de su familia por una situación judicial. Más tarde se sumaron otros dos y luego una nena más. “Me encariñé con ellos, y ellos conmigo. Naturalmente, la más chica empezó a llamarme ‘mamá’, también los otros. Así, fuimos formando un vínculo familiar, independientemente de cómo había empezado”, recuerda quien también es psicóloga.

Seis años después, quiso regresar a Buenos Aires y les propuso mudarse juntos. Por supuesto, dijeron que sí. Hizo los trámites para hacerse cargo de los chicos de manera más estable y hoy tiene la tutela definitiva, que no es adopción, porque nunca fueron declarados en situación de adoptabilidad. “De todas maneras, la ley argentina no le permite al guardador que sea la persona que adopta. Si hoy los declararan en adopción, yo sería la familia de tránsito y no los podría adoptar”, explica. Más allá de los tiempos de la Justicia, promueve la adopción, sobre todo de niños grandes, “que sufrieron mucho y están esperando una familia que les dé oportunidades para desarrollarse”. 

HACIENDO CAMINO 

A los 21 años, Catalina decidió no volver a su casa de Recoleta para quedarse a combatir la desnutrición infantil. “Al principio me fui cinco meses, ahí tuve más contacto con la realidad de las familias, chicos que venían a estudiar y nunca habían usado un baño o no podían dormir solos porque estaban acostumbrados a compartir la cama”, describe. 

Ese fue el primer clic. El segundo fue aún más profundo y el que la impulsó a armar la ONG. “Una de mis tareas como voluntaria era buscar a los chicos que habían dejado la escuela. En una casa, la madre me dijo que había dado a luz y la hija había abandonado para cuidar a sus hermanos. La beba había nacido desnutrida, tenía tres meses y pesaba dos kilos. Empecé a preguntar y me di cuenta de sus dificultades para criarla, aunque intenté explicarle, la beba murió. Ahí tomé conciencia de que la pobreza a veces implica la vida o la muerte”. 

El trabajo en el territorio volvió su mirada más tolerante, paciente y empática hacia el que está sufriendo. “Aprendí a no juzgar, a entender que la realidad de quienes acompañamos es muy distinta a la que tuve. De chica viví en un contexto donde se decían cosas como ‘¿Por qué siguen teniendo hijos si no los pueden mantener?’ o ‘La gente pobre es vaga’. Al estar cerca entendí que la pobreza es mucho más que la falta de plata. Tiene que ver con falta de redes, de recursos intelectuales y de acceso a salud, educación, trabajo”.

Actualmente, Haciendo Camino acompaña a mamás y niños en primera infancia en doce centros de atención en Santiago y Chaco. Además, brinda atención itinerante en casi veinte parajes del norte y cuenta con un hogar para chicos que sufrieron situaciones de abuso, violencia o abandono. “La problemática sigue existiendo, porque la crisis económica impacta en los sectores más postergados, pero los cambios en cada niño, madre y familia los vemos todos los días”, celebra.