Machu Pichu: Viaje a las raíces del continente

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Apasionante, bellísima, misteriosa. La antigua población incaico-andina dejó sus huellas para que sean admiradas por los tiempos de los tiempos.

A 90 kilómetros de la ciudad peruana de Cuzco, es el sueño de millones de viajeros del planeta. La ciudad inca y sus adyacencias, un recorrido siempre sobrecogedor por su historia y su belleza.

Cuenta la leyenda que, tal como le sucede al pueblo judío con Jerusalén o a los islámicos con La Meca, a los latinoamericanos –no importa de qué regiones provengan sus ancestros– les cabe la obligación casi divina de, más tarde o más temprano en sus vidas, recorrer minuciosamente las entrañas de la ciudad inca de Machu Picchu, develar en carne propia los orígenes de su legado, reconocer sus vetas históricas tan plagadas de mística, admirar su excelsa belleza, alimentarse por ese mundo de tesoros materiales y, más aún, espirituales, apropiarse sin pudor y con absoluto derecho de ese infinito bagaje de sabiduría e historia de las raíces del continente.

En realidad, es el sueño viajero de buena parte de los turistas del planeta. Cada jornada, un crisol de personas recorre sus rincones, como en un epicentro de las culturas planetarias que abrevan del legado incaico. Con abrumadora lógica se trata de una de las siete maravillas del mundo moderno, y a la vez es el conjunto arqueológico más demandado en el planeta. Machu Picchu está oculto entre las montañas y fue erigido por la antigua población incaico-andina en las postrimerías del siglo XIV. Se encuentra a 2430 metros sobre el nivel del mar y forma parte de la porción central de la cordillera de los Andes, en la zona oriental del sur peruano. Más precisamente, en la región Cuzco de la provincia de Urubamba, perteneciente al distrito de Machupicchu, sobre el Valle Sagrado de los Incas. Su clima de montaña tropical es alimentado por el río Urubamba, que atraviesa la cordillera y origina un cañón. 

Actualmente se puede acceder en un turístico tren con todas las comodidades desde la ciudad peruana de Cuzco, que se encuentra a 80 kilómetros. En apenas tres horas de tránsito por unos paisajes de ensueño, se llega a este sitio de unos siete siglos de antigüedad, Machu Picchu, que en quechua significa “monte viejo”.

Ubicada a 2430 metros sobre el nivel del mar, la ciudad perdida se encuentra en el corazón de los Andes.

VIAJE A LO DESCONOCIDO

Es uno de esos lugares que muchos de los visitantes recorren una y otra vez en sus vidas, siempre disfrutando de sensaciones nuevas y alternativas que difieren cada vez que se los recorre. Son un clásico aquellos “viajes iniciáticos” juveniles, pero hay infinitas formas de conocer un lugar imprescindible como el Machu Picchu. En esta oportunidad, en función de esa enorme variedad de formas de recorrerlo y saborearlo, elegimos una, tal vez la más clásica. A esta altura, vale la pena advertir que no se trata de un recorrido tradicional, para nada: los cánones de una visita tradicional deben ser abandonados en el punto de partida y, preferentemente, se debe tener una condición física adecuada y no padecer de vértigo. En marcha, entonces.

De cualquier forma, el horario de inicio de la travesía siempre es bien temprano a la madrugada. Lo habitual es pasar la noche en Aguas Calientes para arrancar desde allí el recorrido. Y primero es necesario y beneficioso recorrer el enigmático Valle Sagrado, que fue descubierto por los españoles, pero por las dificultades que había para acceder a él fue abandonado, casi oculto hasta fines del siglo XIX. El recorrido ferroviario muestra una impresionante vegetación subtropical sobre el flanco de la montaña, hasta dejar ver misteriosas escaleras de piedra que se dibujan monte arriba en una suerte de picada. El trazo plateado del Urubamba se va alejando como un fantasma agradable y amistoso.

Es todo un desafío ir descubriendo las ruinas, que van cambiando de forma a medida que el sol sube en el horizonte.

Para llegar a las entrañas de la ciudad se pasa por la llamada “Casa de los Nobles”. Una recomendación es dejarse perder en el lugar, deambular con todos los sentidos encendidos para descubrir cada uno de sus rincones, palpando con la vista los pasillos estrechos que trascurren subiendo y bajando escaleras que parecen surgidas de los cuadros del holandés Maurits Cornelis Escher.

Conviene atravesar la ciudadela por el medio y siguiendo las indicaciones, a menos que no se tenga inconveniente en ir y regresar por el mismo sitio, ya que hay numerosos caminos que no tienen salida. Muchos edificios, además, tienen la misma silueta, o al menos parecida. Otra característica es que a pocos les perdura el tejado que había sido construido con ramas de árboles. La mayoría tiene el cielo a la vista, mientras que las paredes fueron elaboradas en piedra.

Así, finalmente se arriba a la Plaza Sagrada. Es el sitio en el que los investigadores han encontrado restos arqueológicos que confirman los rituales sagrados que se realizaron en este preciado sitio. En la actualidad, ya no se advierten algunas de las excavaciones que revelarían los signos de esas culturas tan antiguas. En ese punto, hacia arriba (las palabras, como en pocas otras ocasiones, son tan escasas para describir las imágenes que sí son tan elocuentes), se encuentra el extraordinario Templo de las Tres Ventanas, y junto a él, el impresionante Templo Principal. Ambas edificaciones tienen muy similares apariencias, pero a poco de recorrerlas se concluye que es solo eso, ya que en el segundo se albergaron los principales rituales. Eso se advierte en las paredes, que tienen detalles y acabados menos difusos y más precisos que los de las Tres Ventanas. Es necesario prestar mucha atención a la cerámica mochica, la filigrana de los quipus y el misterio del significado de las cuerdas y los nudos, la orfebrería andina que se descubre en los pectorales, las máscaras y los narigueros, y en el arte telar. Del mismo modo que en Sacsayhuamán o en Nazca, la cultura incaica explota en cada mirada, sobrecoge en cada paso de la ciudad de piedra.

Posteriormente se llega a las amplísimas terrazas y al cementerio. Es una cara muy distinta de Machu Picchu, muy abrupta, y de extensiones y derivaciones que parecen ciertamente interminables, luego de haberse detenido en el Intihuatana, el observatorio del recorrido del sol que “lo ata a la tierra”. Dice la leyenda que esa visión obliga a volver como una forma de renovar el pacto original entre el hombre y la naturaleza. 

Claro que un poco más allá surgirá la roca sagrada: son innumerables las teorías que se celebran respecto de sus orígenes y sus características, mucho más complejas, todas ellas, que las que sugieren que ese sitio es simplemente el que indica su orientación norte y que allí se inicia el sendero de ingreso a Huayna Picchu.

Recorrer Machu Pichu es conocer ese pasado que convoca a la emoción más profunda.

LOS CAMINOS DE LA MONTAÑA

Es el paseo menos visitado de todo el complejo, pero sus vistas son verdaderamente sobrecogedoras. Esta parte de los recorridos requiere algo más de estado físico, pero el entusiasmo por admirar esos rincones sublimes suele hacer olvidar cualquier dolor de cuádriceps. El destino, entonces, apunta para arriba, en el punto más alto de la zona, la montaña Machu Picchu y la de Huayna Picchu.

Ambas incluyen una ruta de senderismo. Para llegar hasta la cima de la primera, se necesita al menos una hora y media. La altitud a la que se arriba es de 3082 metros. Al comenzar la subida, rápidamente se advierte que no es aconsejable ir demasiado rápido. La aclimatación nunca es óptima. Pero los horizontes son inigualables. El camino va cambiando constantemente de lo abigarrado de la vegetación a las caminatas sobre piedra, muy cerca de los bordes que dan al abismo: el precipicio sin vallas de seguridad. Pero llegar a la cima conlleva una emoción sin dudas muy especial. Los paisajes son increíbles, y muy allá, a lo lejos, se reflejan los parajes por los que se pasó un rato antes y a los que se debe regresar. Aunque la tentación sea quedarse para siempre en ese paraíso. 

La recomendación es no aguardar más de unos minutos y emprender la retirada, para que esa cima de la montaña Machu Picchu no termine acumulando más gente que una peatonal muy asistida de cualquier ciudad central del planeta. Otra recomendación: así como es preferente acercarse a los guías para escuchar sus referencias, siempre interesantes, lo ideal es no afanarse en sacar una fotografía sin público en ninguno de esos lugares; es realmente una utopía.

Llegó entonces el momento del regreso desde Machu Picchu. La alternativa es salir de la zona por combis que atravesarán los caminos de montaña a una velocidad inesperada para que “no les gane la curva”. O volver a cobijarse en el tren, en el que el cuerpo empezará a retomar sus fuerzas tras una jornada bien agitada, mientras que, por el contrario, la memoria intentará fijar para siempre esas imágenes increíbles de unas construcciones que reflejan la cultura de una parte trascendente de los ancestros de la tierra que habitamos. Esos paisajes y esos resabios que son la atracción del mundo entero. Como alguna vez describió José Luis Castiñeira de Dios: 

“¿Es solo la admiración ante la audacia del hombre al colgar de una montaña una ciudad-templo, tan cerca del cielo? ¿O hay algo más, que tiene que ver con nosotros, americanos, miembros de la raza cósmica de Vasconcelos y Rodó y Ricardo Rojas?”. 

PARA TENER EN CUENTA

LOS OSOS

Durante la peor época de la pandemia por el COVID-19, la región estuvo cerrada al público. Pero, de todos modos, las ruinas arqueológicas de Machu Picchu recibieron dos visitantes inesperados: una mamá oso y su cachorro recorrieron en forma solitaria, sin ningún apuro y sin que nadie los molestara, las piedras antiguas y las estructuras.

CUÁNDO IR

Es preferible realizar el recorrido en temporada seca, que abarca los meses de abril en adelante hasta finales de septiembre. En octubre comienzan las lluvias y es habitual que la ciudad inca se encuentre tapada por las nubes. Inclusive, en muchas oportunidades, los accesos a la montaña durante esta época están cerrados.

PRECAUCIÓN

En general, los efectos de la altura se pueden disimular con una dosis de algún analgésico de uso común, como paracetamol. Hay quienes apelan al uso de hojas de coca, que se mascan para disminuir los efectos del mal de altura. Se pueden comprar en cualquier mercado, como así también las clásicas Sorojchi Pills, más caras, pero con un efecto más rápido. Lo que sí es primordial es llevar y consumir siempre mucha agua.