Barolo: El divino palacio

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El colosal edificio porteño, inspirado en la obra de Dante Alighieri, acaba de cumplir 100 años. Recovecos, historia extraordinaria, misterios, belleza, arquitectura. Un recorrido por sus 22 pisos y por su alucinante torre.

Pueden ser los reflejos poderosos del sol, los grises filtrados por las gotas de la lluvia porteña o los silencios entrecortados por el resplandor de la luna colándose detrás de los edificios, en el horizonte. A casi 100 metros de altura, el portento gira, la luz se desliza como un ballet, mientras Buenos Aires se acurruca debajo del alcance de ese faro. Abajo, 100 años, y más, de historia, de arte, de novela, de liturgia, de arquitectura, de placer. Y, por supuesto, de misterios. Uno de ellos: desde el hall central se puede leer la frase Ut portet nomen eius coram géntibus (Para que se lleve su nombre ante la gente) y otras inscripciones en latín. Fueron pergeñadas por el arquitecto Mario Palanti, inspiradas en la Divina comedia, en la Eneida o en la Biblia. Forman parte de uno de los íconos edilicios de la ciudad de Buenos Aires, el imponente Palacio Barolo. 

La Primera Guerra dejaba su estela en una Europa en severa crisis y el piamontés Luis Barolo, un progresista y poderoso productor agropecuario que se había instalado en el Chaco en 1890, generaba una vigorosa fortuna al importar maquinaria para hilanderías de algodón. Se trataba de un ambicioso emprendedor que decidía invertir parte de su riqueza. Pero no solo eso.

Mario Palanti había nacido en 1885 y a los 24, tras su graduación en Italia, también viajó a la lejana Argentina, huyendo de la guerra. Codicioso, incursionó en importantes buffets y luego abrió el suyo. Pero su destino se transformó al cruzarse con Barolo en las celebraciones del centenario de la Revolución de Mayo. 

Las dos estrellas se fundirían en un descomunal proyecto común: la intención autocelebratoria del inmigrante en la Argentina del siglo XX; la fascinación divina por Dante Alighieri que los acercaba al éxtasis emocional; la sugestiva desesperación por erigir un templo donde eventualmente pudieran conservarse las cenizas del poeta; la creencia de que Europa sería devastada por numerosas guerras; las enérgicas posturas ideológicas que representaban la pertenencia de ambos a la masonería; la visión del extraordinario negocio de construir un coloso de oficinas en la avenida más importante de la ciudad; la ambición, fusionada con el ego, al erigir una estridente construcción con una estética que apabullara en la época y que los instalara en la historia de la veneración arquitectónica… O la alucinante idea de enmarcar la desembocadura del Río de la Plata, un modo de bienvenida a los visitantes extranjeros que arribaban por el Atlántico: el Palacio Barolo tiene su gemelo, también planeado por Palanti, en el Salvo, que se levanta en la Avenida 18 de Julio, en el corazón de Montevideo. Las luces de ambos faros interactuando. Una fantasía apoteósica hecha realidad.

¿Qué los llevó a construir el Barolo? Seguramente todo ese revoltijo de ideas. Ingredientes que parecen demasiados, pero todos combinan con la realidad. 

Un edificio esbozado y puesto en proyecto durante años. Erigido en otros cuatro. A pesar de la muerte temprana y misteriosa de Luis Barolo en 1922, a los 52, la obra se concluiría un año después, el 7 de julio. La bendijo el nuncio apostólico monseñor Giovanni Beda Cardinale. Fue el primer edificio argentino construido con hormigón armado. En la carrera por la altura, superó al Mihanovich, también porteño, y hasta 1935, cuando apareció el Kavanagh, fue el más alto de Buenos Aires.

Un recorrido permite llegar a la cúpula y ver la ciudad desde una perspectiva sorprendente.

SECRETOS Y MISTERIOS

El diseño del Palacio Barolo siempre generó perplejidad y controversias: se le adjudicó un estilo gótico veneciano o romántico, y en ciertos ámbitos se lo mencionó como una consecuencia del “remordimiento italiano”. Tiene sectores que reproducen el arte islámico de la India: la cúpula está fuertemente inspirada en el templo Rajarani Bhubaneswar. En definitiva, transcurre por corrientes como el art nouveau o el art déco y mantiene una arquitectura que se conoce como “Danteun”. 

El eje del Barolo se alinea con la constelación de la Cruz del Sur durante los primeros días de junio, puntualmente a las 19:45. La cruz del extremo superior del pararrayos hace que el edificio llegue exactamente a los 100 metros, como 100 son los cantos de la Divina comedia. La condición, incluso, requirió una controversial excepción permitida por el intendente Luis Cantilo, de puño y letra, en 1921: esos 100 metros multiplicaban por cuatro la altura máxima permitida para la avenida. Tiene 22 pisos (más dos subsuelos), como estrofas tienen los versos de la obra del Dante; se construyeron 11 oficinas por bloque en cada nivel. Se encuentra en el 1370 de la Avenida de Mayo: sus números suman 11. Dicen que esas características confirman la condición masón de sus creadores.

De la planta baja al segundo piso, el infierno. Nueve bóvedas de acceso: los nueve pasos de iniciación y las nueve jerarquías infernales (tres hacia Avenida de Mayo, tres hacia Hipólito Yrigoyen, la bóveda central hacia la cúpula, y las que contienen las escaleras hacia los laterales). Entre cada una, cuatro lámparas sostenidas por cuatro cóndores y dos dragones, machos y hembras enfrentados, representando los principios alquímicos, el mercurio y el azufre. Son también ocho los rosetones que se distribuyen en el piso: cuando se enciende la iluminación interna, representan las llamas del infierno.

Otro misterio: la estatua de un cóndor con el cuerpo del Dante elevándolo al paraíso fue robada a poco de instalarla, encontrada en la casa de un coleccionista marplatense que se negó a cederla y, luego, mutilada. En el lugar original, debajo de la cúpula central, se halla una réplica.

Los pisos superiores simbolizan los siete niveles del purgatorio. A medida que se los sube, la sencillez se acentúa, como una idealización de la pureza. Es el complejo tránsito al paraíso, a la cúpula que remeda el templo hindú dedicado al amor, “el emblema de la realización de la unión del Dante con su amada Beatrice”.

El Barolo contiene más de 400 oficinas en una superficie cubierta de 16.630 m2,
8300 m2 de mampostería, 70.000 bolsas de cemento, 650 toneladas de hierro, más de tres millones de ladrillos. Un total de 236 metros (1410 peldaños) de escaleras, revestidas con mármol de Carrara y decoradas con herrajes, vitraux, lámparas y molduras, muchos de ellos traídos de Europa. Las paredes y columnas fueron cubiertas por granito. 

Se instalaron nueve ascensores y dos montacargas: impecablemente mantenidos, aún funcionan. También cada uno de ellos conserva el letrero de metal forjado con la “A” masónica, compuesta con la escuadra y el compás. Ya no funcionan, pero aún están, los marcadores de pisos, cada uno con su flecha, que también en su extremo tienen símbolos que representan la materia y el espíritu. Se lo ve en el diseño de los pisos y en tantos otros detalles.

El Palacio Barolo tiene infinitos rincones fabulosos para ser descubiertos. Una posibilidad es sumarse a las muy interesantes visitas guiadas.
Equilibrio, simetría, belleza, detalle, distinción. El Barolo deslumbra desde cualquier sitio de donde se lo mire.

UNA LUZ INFINITA

Llegar al paraíso es realmente una tarea difícil; se trata de ese faro traído de Francia que costó 4,5 millones de pesos moneda nacional de hace un siglo. Instalado en un nicho de acero, lo abastecía una usina propia, lo que convertía al Palacio en lo que hoy se llamaría un “edificio inteligente”. La idea primigenia era que interviniera en los grandes acontecimientos: así fue, justamente, el 14 de septiembre, a poco más de dos meses de la inauguración, cuando le “avisó” a los porteños sobre la conclusión del combate de boxeo entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey. El histórico match por la corona mundial de los pesos pesados se desarrollaba en el mítico Madison Square Garden de Nueva York. Unos 2500 espectadores pagaron para escuchar la transmisión radiofónica en el Luna Park. El resto de la población fue anoticiada: el color verde indicaría el triunfo del Toro Salvaje de las Pampas; el rojo, su derrota. El controversial fallo a favor del yanqui provocó la confusión, apareció la luz verde y en la Avenida de Mayo, por largo rato, volaron los sombreros de los aficionados que festejaron y que luego se frustraron. 

Se trataba de un gran faro giratorio de 300.000 bujías que hacía visible su luz desde Uruguay, lo que provocó que fuera prohibido durante largas décadas, ya que, se decía, podía causar equívocos a las embarcaciones que lo tomaban como referencia: se encuentra a unos tres kilómetros de la costa más cercana. Sí, muy cerca, pero no en la orilla, y eso, en tiempos sin GPS, podía resultar fatal. 

Volvió a funcionar el 25 de septiembre de 2009, luego de que fuera recuperado para formar parte fundamental de los festejos del Bicentenario. Ahora posee una lámpara de 5000 watts. Incluso, desde el año 2015, se lo incluye como parte de la campaña de la concientización y prevención del cáncer de mama, que fomenta LALCEC (Liga Argentina de Lucha contra el Cáncer): las paredes vidriadas se cubren con una pátina rosa y el reflejo de ese tono es muy particular.

El ascenso es una verdadera aventura, emocionante y recomendable. Los últimos pisos se ascienden en escalera. Hasta el piso 20, con sus bow-windows, desde donde se obtienen las mejores fotografías de una ciudad irreconocible. Luego los escalones se estrechan: los visitantes no pueden sino sentir que están accediendo a uno de los faros más prestigiosos del planeta. No importa que haya que subir de costado ni que los más entrados en kilos deban inspirar para poder pasar…

La experiencia lo vale, con creces. Una cripta vidriada. La mole en el centro. Los visitantes que superan cualquier vértigo posible y quedan impávidos ante la maravilla de ver la ciudad a 100 metros de altura. Unos almohadones rojos que la gentil guía pone en funcionamiento permiten sentarse ante el faro; es como un mimo a los visitantes, que llegan al éxtasis cuando la lámpara pasa frente a sus ojos, en el giro loco del monstruo amistoso, que refleja nuestra sombra al infinito de la ciudad… 

Allá a lo lejos se ve la costa del Plata. En medio, como un dedo extraño y poco reconocible, surge el mismísimo Obelisco, que parece una miniatura. Del otro lado, la imagen de Eva parece sonreír en la mole del edificio del ministerio. Una mirada hacia abajo permite descubrir el Congreso, visto de un modo muy diferente al habitual. Se adivinan los pañuelos blancos pintados en la Plaza de Mayo, que desborda de un modo increíble en la Casa Rosada. Desde ese sitio todo se ve alucinante.

Descender es regresar a ese edificio gigante, al siglo pasado, a esas oficinas que en un principio eran casi exclusivas para abogados y contadores, y que hoy reciben a las profesiones más diversas. Transcurrir por esos pasillos increíbles que parecen barcos cuando aparecen particulares claraboyas que explican la existencia de los baños: cada cuatro oficinas los comparten… Es que el Palacio jamás fue concebido como alojamiento doméstico.  

En la planta baja, donde hoy se reparten elegantes restó, funcionó durante varios años la agencia de noticias Saporiti: esa es apenas una de miles de historias que se cuentan de esa mole que hoy administran los hermanos Thärigen, bisnietos de Carlos Jorio, uno de los primeros inquilinos. Durante muchos años, el Barolo no fue adecuadamente mantenido, pero sí lo es desde las últimas décadas del siglo pasado, especialmente desde que en 1997 fue declarado Monumento Histórico Nacional. 

A pesar de ello, dicen, en sus subsuelos sigue aguardando el diablo…

Corpus ánimun tecit et détecit

(El cuerpo a veces oculta el alma, otras la revela). 

Sus escaleras varían en estilo a medida que se va subiendo.
La visión nocturna, con el faro prendido.
VISITAS GUIADAS

En cada visita guiada se entremezclan los idiomas de turistas de todas partes del mundo y de todos los rincones de la Argentina. Las hay en diversos horarios, todos los días, incluso con recorridas sobre la caída de la tarde que, por supuesto, tienen un agregado muy particular. No se suspenden por lluvia, lo que significa una aventura extra cuando se sube al faro y desde allí se ve la ciudad con una perspectiva especialísima. Los recorridos concluyen en la oficina museo del 7° piso “para revivir los dorados años 20” y poder tomarse fotos con sombreros y mobiliario de época. Hay tours temáticos y visitas personalizadas. Info en www.palaciobarolotours.com.

100 AÑOS 

Frédéric François Chopin revivía en los contornos de cada bóveda de ese hall central recubierto de historia, de arte, de misterios masones, de frases en latín escritas con pintura de oro. Allá abajo, las manos de Martha Noguera levitaban sobre las teclas del piano de cola. Por una hora, tal vez menos, tal vez toda la vida, el espectáculo de la reconocida pianista argentina fue el homenaje perfecto para el edificio que en esa jornada del pasado 7 de julio cumplía un siglo de haber sido inaugurado. Lo organizó la Fundación Amigos del Palacio Barolo y el público desbordó los espacios de la planta baja. Las imágenes pueden verse por YouTube. Los fanáticos del Barolo sugieren además El rascacielos latino, un film documental que se estrenó en 2012, dirigido por Sebastián Schindel: cuenta historias y curiosidades.