La Madre de la Patria

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Felipe Pigna

Historiador, profesor de Historia, escritor; director de la revista Caras y caretas y de elhistoriador.com.ar.

 

Mucho se sabe y reconoce sobre el papel que cumplían las mujeres al cuidado de los heridos en los frentes de batalla. Lo que se menciona menos es que, muchas veces, estas mujeres acompañaban a los ejércitos, y que su participación excedía la de ser “auxiliares”, vivanderas, enfermeras, esposas y concubinas de soldados y oficiales. Este es el caso de las célebres “niñas de Ayohuma”, y más precisamente el de una liberta afrodescendiente, una morena porteña que estaba “enlistada” en el Ejército del Norte y a quien Lamadrid no dudó en llamar “la Madre de la Patria”.

“La ‘Madre de la Patria’ se las tenía que arreglar con un peso por día en una ciudad bastante cara”.

Se llamaba María Remedios del Valle, y desde el 6 de julio de 1810, cuando partió la primera expedición destinada al Alto Perú al mando de Ortiz de Ocampo, acompañó a su marido, a un hijo de la sangre y a otro adoptivo, del corazón, hasta que murieron los tres en esas acciones. La “parda” María, como se la menciona en algunos partes militares, combatió en Huaqui, el 20 de junio de 1811, vivió las peripecias de esa trágica retirada del Alto Perú y luego el éxodo jujeño. Volvió a combatir en las gloriosas victorias de Tucumán y Salta, y en las trágicas derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, siempre junto a su general Belgrano, que la había nombrado capitana, siempre con un grito de aliento, curando heridos, sacando fuerzas de donde ya no había. Allí se fue desgarrando con la pérdida de su marido y sus hijos. En esta última batalla fue tomada prisionera por los realistas Pezuela, Ramírez y Tacón, que la condenaron a ser azotada públicamente a lo largo de nueve días. Pero María pudo fugarse de sus verdugos y reintegrarse a la lucha contra el enemigo operando como correo en el peligroso territorio ocupado por los invasores. No fue fácil que las autoridades de Buenos Aires le reconocieran el grado de capitana, con el sueldo correspondiente, pero lo logró, aunque luego de la independencia, como ocurrió con tantas otras y tantos otros patriotas, el Estado dejó de pagárselo.

Cuentan que un día el general Viamonte vio a una mujer harapienta limosneando, y al acercarse a darle una moneda, exclamó: “¡Es la capitana, es la Madre de la Patria!”. Poco después, desde su banca en la legislatura insistió junto a otros compañeros de armas para que se hiciera justicia con la querida María.

Pero hubo necesidad de insistir, porque al diputado Alcorta no le alcanzaba con esos argumentos ni con la carta que presentaron conjuntamente quienes conocían bien a María, como los generales Díaz Vélez, Pueyrredón, Rodríguez y los coroneles Hipólito Videla, Manuel Ramírez y Bernardo de Anzoátegui.

Tantos papeles, tantas palabras laudatorias se tradujeron en 30 míseros pesos mensuales. La “Madre de la Patria” se las tenía que arreglar con un peso por día en una ciudad bastante cara donde la carne costaba dos pesos la libra, y la yerba, 70 centavos.

Dos años después, Rosas la integró a la plana mayor inactiva (es decir, como retirada), con el grado de sargento mayor, por lo que decidió adoptar un nuevo nombre: Mercedes Rosas. Así figuró en la revista de grados militares hasta su muerte, en 1847.