Lo importante somos nosotros

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Guillermo Jaim Etcheverry

Médico, científico y académico; rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006.

En Twitter: @jaim_etcheverry

Constituye ya un lugar común señalar que en el futuro conoceremos trabajos hoy inexistentes y que quienes están estudiando cambiarán hasta doce veces de tareas durante su vida. ¿Cómo deberían prepararse para esos cambios y para la transformación acelerada de la economía? Se sostiene que necesitarán poseer habilidades adaptables, capacidad de innovar y entrenamiento en la resolución de problemas.

La respuesta a este desafío parece encontrarse en una educación que, de alguna manera, regrese a la que conocimos en el pasado. Una que explore las humanidades (historia, literatura, filosofía), las ciencias sociales (psicología, economía, sociología) y las ciencias formales (física, matemática). Esas disciplinas proporcionan al estudiante las bases para comprender el funcionamiento del entorno social y de los seres humanos. Tan amplio rango de disciplinas les brinda la posibilidad de encarar un gran espectro de profesiones y desarrolla en ellos la habilidad de comunicar sus ideas a los demás. Estas capacidades resultan fundamentales para desempeñarse en un mundo caracterizado por el cambio.

A diferencia del criterio que hasta no hace mucho sostenía la importancia de la especialización precoz, se observa una tendencia creciente a favorecer una educación más amplia que estimule el desarrollo de la flexibilidad que hoy se considera necesaria. Así, por ejemplo, existen en los Estados Unidos universidades que desarrollan un currículo centrado en la lectura de los grandes libros que constituyen el fundamento de nuestros ideales y de nuestras instituciones. Lecturas y debates sobre lo leído ensanchan el panorama de los estudiantes y los entrenan en la comprensión de temas complejos y en la confrontación de posiciones encontradas en torno a esas cuestiones. Apuntan a combinar el conocimiento teórico con la innovación creativa, sobre la base del desarrollo de una perspectiva multidisciplinaria.  

“La respuesta a este desafío parece encontrarse en una educación que regrese a la que conocimos en el pasado”.

Fernando Broncano, profesor de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid, España, comenta esta tendencia: “No es casual que buena parte de la plantilla de Google sea de expertos en humanidades. Estas son las que permiten armar estructuras conceptuales y tomar distancia crítica de la realidad para evitar quedarnos en lo superficial y distinguir el grano de la paja, así como el uso de las tecnologías y su fin. Separar lo técnico y lo humano no tiene ningún sentido, solo crea fábricas de estupidez y fomenta el dejarse llevar. Se ha hecho por desconocimiento y confusión, pero se va entendiendo que se solapan por completo. Es imposible tratar por un lado algoritmos y datos, y por otro categorías y conceptos. La inteligencia artificial está basada en la filosofía”.

Estamos, pues, en presencia de un cambio profundo en la actitud de quienes se ocupan de formar a los jóvenes, que advierten que es preciso dotarlos de un amplio marco conceptual que les permita evitar someterse resignada y alegremente a la tecnología. Es este un objetivo fácil de enunciar, pero muy difícil de alcanzar, fascinados como estamos por esas tecnologías. Deberíamos considerarlas como lo que son, herramientas puestas a nuestro servicio. Lo importante es cómo decidamos usarlas, es decir, lo importante siempre somos nosotros.