Febo asoma

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Felipe Pigna
Historiador, profesor de Historia, escritor; director de la revista Caras y caretas y de elhistoriador.com.ar.

Qué distintas habrían sido nuestras infancias y nuestros entusiasmos patrióticos si antes de enseñarnos de memoria la Marcha de San Lorenzo nos hubieran explicado por qué se libró aquel combate, qué intereses estaban en juego o, aunque sea, qué quería decir “Febo”. Nos tendrían que haber dicho que las fuerzas españolas de Montevideo llevaban adelante una férrea resistencia contra el Gobierno de Buenos Aires y constituían un verdadero peligro para la continuidad de la revolución.
Para frenar estas amenazas, a principios de 1813 se les encomendó a los granaderos de San Martín su primera misión. Debían defender las costas del Paraná, atacadas por los españoles, que trataban de aliviar el bloqueo al puerto de Montevideo haciendo lo que mejor sabían: robar ganado y saquear los poblados de la costa, con lo que causaban graves daños a la economía regional.
San Martín, que esperaba ansioso la oportunidad de entrar en combate, realizó un prolijo trabajo de inteligencia y pudo confirmar las sospechas de Paso. Ordenó a sus espías seguir el movimiento de la escuadra por tierra e instaló su cuartel general en el convento de San Carlos, cerca de la posta de San Lorenzo. Allí los esperó y los dejó venir. Era la mañana del 3 de febrero de 1813 cuando Febo asomó y unos 300 realistas desembarcaron para realizar sus habituales tareas de saqueo. Pero esta vez la cosa sería distinta: San Martín ordenó un ataque envolvente y los enemigos fueron empujados hacia el río. De nada les sirvió el paso redoblado del que habla la famosa marcha.

“A principios de 1813 se les encomendó a los granaderos de San Martín su primera misión: defender las costas del Paraná”.

En medio del combate, la vida del jefe corrió serio peligro. Su caballo, que como se sabe no era blanco sino bayo, cayó herido aprisionándole la pierna y dejándolo a merced de cualquier atacante. Cuentan que justo cuando un enemigo iba a clavarle su bayoneta, el puntano granadero Baigorria lo madrugó y lo atravesó de lado a lado. Otro granadero, el afrodescendiente Juan Bautista Cabral, correntino como San Martín, pudo liberarlo y salvarle la vida a costa de la suya. En apenas quince minutos de combate los realistas fueron barridos y dejaron en torno al convento 40 muertos, 14 heridos y prisioneros, 2 cañones, 40 fusiles y una bandera. El objetivo militar había sido cumplido: defender el Litoral desde Zárate hasta Santa Fe.
San Martín le solicitó al Triunvirato que atendiera la situación de las viudas y las familias de los muertos en el combate: “Como sé la satisfacción que tendrá V.E. en recompensar las familias de los individuos del regimiento, muertos en la acción de San Lorenzo, o de sus reclutas, tengo el honor de incluir a V.E. la adjunta relación de su número, país de nacimiento y estado. No puedo prescindir de recomendar particularmente a V.E., a la viuda del capitán Justo Bermúdez, que ha quedado desamparada con una criatura de pecho, como también a la familia del granadero Juan Bautista Cabral, que, atravesado con dos heridas, no se le oyeron otros ayes que los de ‘Viva la patria, ¡muero contento por haber batido a los enemigos!’; y efectivamente a las pocas horas falleció, repitiendo las mismas palabras”.
Políticamente, el triunfo de San Lorenzo aumentó el prestigio de San Martín y disipó todas las dudas de quienes, como Rivadavia, desconfiaban de su larga permanencia en los ejércitos españoles.