Ser original

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Puesto que la sociedad contemporánea tiende a considerar que el principal problema de los jóvenes es su inhibición expresiva, el objetivo central de la educación está pasando a ser el de estimular la espontaneidad. Se privilegian el intercambio, la comunicación, la opinión. Cada vez se presta menos atención a la adquisición de los conocimientos sólidos como para estar en condiciones de pensar y de las herramientas que permiten hacerlo. Esto me recuerda un comentario de nuestro gran artista Guillermo Roux en oportunidad de un diálogo acerca de su obra. Al referirse a la complejidad de las elaboradas técnicas de la plástica, dijo: “Lógicamente, quien contempla la obra de arte desconoce todo esto. Pero lo siente”. 

Esa frase, de apariencia simple, encierra la clave: reglas rigurosas y técnicas elaboradas, el “saber” del artista, hacen posible expresar la creatividad. Son las que permiten lograr que el espectador “sienta”. Curiosamente, ese tipo de saber es el que hoy desprecia el sistema educativo al sostener, como afirma el filósofo y crítico británico Roger Scruton, “una liturgia de opuestos: creatividad versus rutina, espontaneidad versus reglas, imaginación versus aprendizaje memorístico, innovación versus conformismo”. 

Hoy son muchos quienes piensan que los niños no deben aprender lo que les es externo, sino “liberar su potencial interior” expresando así su capacidad creativa. El imperativo de la educación parecería ser lograr que cada uno dé rienda suelta a su subjetividad, de ser posible sin atenerse a ningún conocimiento adquirido. “Mozart –afirma Scruton–, cuyas melodías se encuentran entre las creaciones más originales del hombre, no llegó a ser un genio creador como consecuencia de la libre expresión, a pesar de tener más que expresar que muchos. Fue educado en forma rigurosa y persistente, sujeto al desafío de actuaciones en público, entrenado en el arte de la memoria y en la gramática del estilo clásico”.

“El objetivo central de la educación está pasando a ser el de estimular la espontaneidad”.

Cuando se considera a la originalidad como el criterio exclusivo de valor, el desprecio de las reglas y la disciplina terminan por hacer que la única manifestación de esa originalidad sea la capacidad de sorprender. Como en el caso del arte, en la mayoría de las actividades humanas es solo mediante la disciplina y el conocimiento acabado de las reglas de la práctica, el “saber oculto”, que resulta posible elaborar una creación original. La originalidad, en última instancia, surge dentro del marco que le brinda la convención. Por eso, como bien decía Roux para el caso de la obra de arte, el espectador “siente” sin advertir ese “saber” en el que ella está laboriosamente sustentada, el elaborado andamio que permite concretar la originalidad del creador.

La transmisión de los saberes, de las reglas, en fin, de la cultura, es lo que hoy está en crisis en la escuela. Al olvidarla, se pone en peligro la anhelada creatividad, porque se deja a los niños y jóvenes sin herramientas para expresarla. Es que hoy la escuela tiende a adaptarse tanto a la sociedad en la que vivimos que termina mimetizándose con ella. Corre así el peligro de ser deglutida por los valores imperantes en lugar de preservar los que la diferencian y que constituyen la esencia de la educación.